La ley y el caos

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Kiryūin Satsuki se encontraba en una de la sala de interrogatorio de la jefatura de policía. Aún vestía su discreto traje de satín con el que había salido de su hogar esa misma mañana. Era su deseo estar el menor tiempo posible en la mansión Matoi, por lo cual no tuvo el valor de regresar solo para cambiarse de ropa.

Su postura y su semblante que siempre solían verse tan imponentes, habían sido reducidos a un simple manojo y menudo cuerpo que débilmente se podía mantener en su asiento. Su rostro mantenía su acostumbrada faceta fría e indiferente, pero sus ojos vacíos denotaban el horror que había visto y vivido en carne propia.

La mente de la joven estaba perdida en un millar de pensamientos que la golpeaban una y otra vez, debilitando su poderoso espíritu que había sido herido tan despiadadamente en los últimos meses.

El cuarto en el que se encontraba Satsuki era frio y deprimente, sin duda diseñado para quebrantar la voluntad de los sospechosos de un crimen. Las paredes eran de un verde turbio y estaban tan apretadas las unas con las otras que generaba la sensación de claustrofobia. Solo había una puerta y una ventana grande de cristal reflejante, era un espejo falso donde los oficiales del otro lado miraban las acciones de los que se encontraban adentro de la habitación.

A Satsuki no le importaba que la observaran o lo que pudieran estar pensando de ella, inclusive los poderosos efectos con los que había sido estructurada la habitación para quebrar al más insufrible bandido, no surtía efecto en ella. Ella había vivido con el diablo en persona y conocido sus más sucios secretos, el único ser capaz de causarle verdadero daño y destruirla.

La puerta de acero de la habitación se abrió para darle paso a un hombre alto, de cabellera azul entre canosa y con gafas. Llevaba un pantalón de vestir y una camisa arremangada hasta los codos. Su rostro demostrada cansancio por los años de arduo trabajo contra los más terribles crímenes, y el cigarrillo casi calcinado que sostenía en sus labios, daban las señas del mal día que estaba pasando.

No era el único.

El hombre camino hasta la mesa que yacía frente a Satsuki, tomó la otra silla desocupada con desanimo y se dejo caer en asiento mientras soltaba un ligero suspiro combinado con el humo de su cigarrillo. Llevaba en sus manos un expediente que depositó con desidia sobre la superficie de la mesa.

Por unos cortos segundos, el hombre miró en silencio a Satsuki, mientras ella le devolvía la misma mirada cansada y destrozada. Ambos podían comprender que había en los ojos de otro, era la carga de conocer los peores aspectos de la sociedad humana; él en los terribles crimines sin corazón y ella por los terribles humanos sin corazón.

–Konbanwa, Kiryūin-san –dijo el hombre dejando claro su cansancio mientras apartaba las gafas de su nariz, para frotar sus ojos cansados.

Ella no le contestó.

–Entiendo –continuó el hombre descifrando su silencio –. ¿Qué pueden tener de buena esta noche?

El sujeto se amoldó a su asiento y cruzó sus manos frente a él, perdiendo su mirada en la mesa en que se apoyaba. Satsuki dudo si el hombre trataba cobrar valor por lo que tenía que decir o por lo que de verdad quería hablar.

–Primero quiero agradecerle por haber venido a esta entrevista –continuó el hombre con sequedad –, se que en estos momento está pasando por una situación muy difícil por lo cual no quiero tomar mucho de su tiempo.

Satsuki continuó sin decir nada.

–No sé si me recuerda, soy el Sargento Inumuta – se presentó el hombre –, y a través de mi hijo Hōka ya hemos... tratado otras situaciones antes.

Remembranzas vivasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora