Capítulo 1: Sangre Pasquarelli

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•Mégane•

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Mégane

Nada había cambiado, mi familia era la misma que hace generaciones atrás. Todos eran personas alocadas que disfrutaban sus vidas al 100%.

Yo, en cambio, había decidido ser diferente, para no terminar con un final desastroso. Con una vida completamente desperdiciada. Yendo a beber con mi prima, drogándome, acostándome con todo lo que se movía
y destruyendo la ciudad donde vivía. ¿Hacer eso? No, gracias. Ese tipo de vida no me apetecía y no lo haría nunca. Mis padres eran las personas más disfuncionales del mundo, no los recuerdo bien. Me quedé viviendo con Simón, el primogénito de la tía Itzitery que me adoptó como su hija junto a su esposa Daniela y me cuidaron como si fuera su verdadera hija. Me brindaban todo el amor que tenían. Pero, a pesar de eso, el vacío de mis padres quedaba igual. Ellos seguían estando en mi mente hicieran mis padres adoptivos lo que hicieran. A pesar de todo, la sangre no se podía negar. Me había pasado mi vida intentando no ser como los demás de mi familia, pero la tentación era tan fuerte que la única manera de vencerla sería cediendo a ella. En lugar de eso, yo me encerraba en mi habitación y meditaba las cosas tranquilamente repitiéndome una y otra vez:

«Recuerda lo que te dijo mamá en la carta, que debes intentar ser mejor persona, no fallar. Todo para que no termines como ella»

A veces, cuando me acordaba de la carta que me había dejado cuando era pequeña me entraban unas enormes ganas de llorar pero me aguantaba.

Llorar sólo empeoraba el dolor de no tenerlos conmigo.

En las noches me imaginaba que ellos venían a mi cuarto y me deseaban las buenas noches y se quedaban conmigo hasta que me dormía. Lo hacía, dormía soñando con ellos, pero con un hueco en el corazón que no me dejaba respirar y despertaba asfixiándome.

En otros de mis sueños, veía sus ojos, grises y castaños que me observaban desde el otro lado de la habitación e intentaban darme fuerzas. Yo me levantaba para abrazarlos pero antes de que pudiera hacer algo, ellos se esfumaban como la niebla y me dejaban sola en un abismo de oscuridad. Yo rompía a llorar y despertaba ahogándome por las lágrimas.

Yo iba a la iglesia y era parte del coro con mi prima Catherine —(Cath) de cariño— Aunque ella no era muy religiosa ni mucho menos, ella hacía un buen uso del apellido Pasquarelli y se hacía y deshacía en locuras con su novio Jasson, que nos llevaban a Peter y a mí a la fuerza.

Peter era un viejo amigo de la familia, un chico que había conocido a mamá cuando apenas era un pre-adolescente y ayudó a papá de salvarla cuando su padrastro la secuestró. No estaba segura de su edad, pero era alto y tenía un hermoso pelo negro que te daban ganas de tocarlo.

Querida Mégane/Querida JessyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora