Capítulo 50: El gran día

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Omnisciente

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Omnisciente

Luego de aparcar fuera de la cabaña salió con una bolsa en sus manos y una sonrisa en su rostro que nadie se la podía quitar. Las cosas estaban saliendo fabulosas y no podía esperar a ver la cara de todos los Pasquarelli cuando enviara el cuerpo sin vida de la Querida Mégane. Sería una dulce y fría venganza. Algo que había planeado por catorce años y que por fin sería capaz de cumplir.

La venganza es un plato que se comía frío para ella. A pesar del tiempo, ella podría cobrarles a todos esos malditos lo que le habían hecho. Le habían arruinado la vida, arrebatado lo más preciado que tenía y la habían dejado completamente sola.

Pero ahora, ella podría tener la satisfacción de verlos a todos sufrir por las cosas por las que ella había pasado tantos años encerrada, fuera del mundo. Su sobrino la ayudaría a culminar su venganza y ella al menos moriría en paz sabiendo que los hizo sufrir.

—Chiara —escuchó una cálida voz que la llamaba desde algún rincón del lugar.

—¿Qué pasa? —preguntó ella dejando la bolsa sobre un sofá marrón claro que estaba en la entrada.

—¿Será hoy, cierto? —preguntó su sobrino saliendo desde una de las habitaciones y viéndola.

—Por supuesto. ¿Para qué esperar más tiempo? —preguntó y se sentó en el sofá.

Su sobrino caminó hasta la pequeña cocina donde tomó una cafetera, que estaba algo caliente por el café y sirvió en dos tazas un humeante y cargado café. Para el suyo, sólo agregó unas cuantas cucharadas, pero al de su tía también le agregó leche. Caminó hasta ella y luego de ofrecerle una de las tazas se sentó a su lado.

—Escuché que el niño bonito que se casaría con la hija de Itzitery sobrevivió —comenzó a decir la rubia—. Al parecer tu choque no tuvo el efecto deseado —tomó un pequeño sorbo del café—. Pero, perdió la memoria y está inválido. Eso es lo que me reconforta.

Un ligero silencio se ciñe entre ambos familiares mientras disfrutan del café caliente para quitarse algo del frío que sentían. Aunque, por otro lado, estaban calientes de excitación. Las cosas que habían planeado desde hace tanto tiempo serían hechas ese día.

—Luna y Matteo se casan mañana —dijo el sobrino de Chiara—. Es el día perfecto.

—Lo sé —respondió ella con una sonrisa—. Aunque no entiendo cuál es la manía de casarse tan deprisa. Podían haber esperado un tiempo.

—Pero entonces nuestros planes se atrasarían.

—Lo sé. Pero no estoy hablando en ese ámbito.

Unas ligeras luces aparecieron afuera y ellos miraron por la ventana. Una camioneta parqueó afuera y ambos se levantaron. Segundos después apareció un joven de unos diecisiete años que salió del vehículo y entró en la cabaña con el ceño fruncido. Miró a su padre de mala manera y luego caminó hasta el sofá donde se dejó caer.

Querida Mégane/Querida JessyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora