Capítulo 27: Solteras y perros asesinos

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Un nudo se formó en mi garganta y sentía que las lágrimas iban a salir de mis ojos

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Un nudo se formó en mi garganta y sentía que las lágrimas iban a salir de mis ojos. Tomé aire y lo miré reteniendo mi labio inferior sobre mis dientes evitando llorar. Eso no podía ser posible. ¿Cómo que se mudaba del país? No, él no podía dejarme, él tenía que quedarse conmigo.

Él... Él me amaba.

—¿Qué? —logré decir y él suspiró. Sus ojos estaban aguados. Yo sentía como las lágrimas comenzaban a llegar.

—Me transfirieron, debo irme —susurró y un sollozo casi salió de mis labios—. Perdón...

—Pero... —comencé a decir—. Puedes buscarte otro trabajo —me acerqué a él tomándolo por los brazos—. Mi familia tiene dinero, hasta podríamos mantenerte. O buscarte un trabajo en los internados...

—Mégane... —dijo mirándome—. Es mi trabajo y me gusta. No lo voy a dejar.

Lo solté y lo miré fijamente. ¿Qué? ¿Estaba prefiriendo su trabajo antes que a mí? Sentía que me estaba faltando el aire, era algo extraño. Sentía un cosquilleo doloroso en mi pecho. No lo sentía en la piel o algo tangible, era, como si lo sintiera en mi alma. Y dolía, dolía mucho.

—¿Tu trabajo es más importante que yo? —le pregunte con voz quebrada alejándome lentamente.

—Claro que no.

—¿Entonces? ¡Renuncia, Peter! Si me amas...

—Si me amas ven conmigo.

Todo mi mundo se detuvo al escucharlo. Irme con él; no podía. Apenas había vuelto a ver a mis padres hace poco. No podía dejarlos así por así. Cath, mi prima/mejor amiga, no podía abandonarla. Jasson, mi estúpido pre-cuñado. La pobre de Jessy sólo me tenía a mí de amiga. Tyler...sin palabras. Simón y Daniela, ellos me criaron y me querían.

Pero lo amaba, no podía estar alejada de él, simplemente no podía, se me era imposible. Pero tampoco podía irme así por así, debería escaparme y no quería.

—No —dije y vi como tragaba con dificultad—. Renuncia, Peter.

—¿Por qué no vienes conmigo?

—No puedo dejar a mi familia, amigos...

—No puedo dejar de hacer lo que me gusta —dijo él interrumpiendome—. ¿Por qué debo renunciar yo a lo que quiero?

—¿Por qué he de hacerlo yo?

Nos quedamos unos segundos en silencio. Lo empujé y salí corriendo hasta la casa y subí las escaleras hasta mi cuarto y allí me encerré. Apoyé la frente en la puerta y dejé que las lágrimas salieran. Si Peter no era capaz de renunciar por mí, no era cierto que me amaba. El que ama está dispuesto a todo. ¿No? Las lágrimas seguían saliendo y me dolía la garganta, los sollozos querían salir, pero yo no quería que lo hicieran.

Querida Mégane/Querida JessyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora