Querida Jessy | Capítulo 33: Soy tu madre

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•Catherine•

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•Catherine•

Miles de voces entraban en mi sistema auditivo en esos momentos. Yo me sentía como si estuviera dentro de una pequeña burbuja en donde en serio quería permanecer. Una oración bastante simple se repetía una y otra vez dentro de mi mente y hacía que me moviera sobre dónde sea que estuviera. Me pregunté a mí misma si sería capaz de soportarlo, si podría abrir los ojos y pedirle al doctor que me repitiera lo que me había dicho anteriormente.

Mi corazón se oprimió de manera repentina y sentí que me faltó el aire. Abrí mis labios para poder capturar algo de oxígeno y escuché movimiento cerca mío. Pude sentir que era dueña de mis extremidades y me llevé las manos al pecho, pero fueron quitadas casi al instante. Comencé a frustrarme y di pequeñas patadas débiles. Sentí mis ojos picar y los abrí, encontrándome con el techo blanco del hospital.

—Catherine, por favor —la voz la reconocí como aquella que me llevó a desmayarme y alcancé las fuerzas necesarias para sentarme de pronto, tomarlo del cuello de su camisa y acercarlo a mí con furia.

Sus ojos estaban dilatados y denotaban el miedo que sentía en ese momento, miedo que a mí me importaba lo más mínimo. Nada podía compararse con el dolor creciente que sentía en mi pecho.

—Señorita, por favor, haga el favor de soltarme —me dijo y yo puse los ojos en blanco. Tampoco es que yo lo fuera a matar. Tal vez provocarle alguna contusión cerebral, y de todos modos estábamos en un hospital.

—Claro y luego vamos a ir los dos al país de nunca jamás para pelear contra Peter Pan junto a Garfio —solté con molestia y escuché un bufido en la habitación. Escuché los tacones de mi madre resonar en el piso del cuarto en el que me encontraba y segundos después estaba a nuestro lado, observando la escena pero sin interrumpirnos.

—Señora, dígale a su hija que me suelte —pidió el doctor y ambas, mi madre y yo, bufamos con gracia.

—Ella es mayor de edad, puede hacer lo que le dé la gana —respondió mi madre y el doctor intentó soltarse—. Debería dejar que lo golpeara hasta sangrar. ¿Cómo mierda se atrevió a contarle sobre su hermana?

—Era la única familiar presente —se excusó el doctor y yo lo solté, olvidándome de querer vengarme de él por el mero hecho de contarme la verdad.

Mis ojos comenzaron a picar y supe de inmediato que lágrimas acuosas estaban haciendo su camino para deslizarse a través de mis mejillas como si fueran un tobogan. Me cubrí la boca con las manos, evitando que un sollozo saliera de ellos. No quería llorar o al menos no delante de personas. Quería aguantarme por al menos unos segundos más antes de caer en picada hacia el dolor que se negaba a menguar dentro de mí.

—Esa no es ninguna excusa. La madre de la niña aquí soy yo, ¿entendido? Esto le costará su trabajo —sentenció mi madre y pude contemplar como el hombre se ponía del color del papel en nanosegundos.

Querida Mégane/Querida JessyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora