Capítulo 23: Memorias permanentes

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Omnisciente

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Omnisciente

El sol parecía que daría su aparición en cualquier momento. Las luces estaban apagadas pero la claridad del día se acercaba y penetraba por la ventana. Se levantó de su asiento y miró a través de ésta moviendo un poco la cortina para tener mejor vista de afuera. Sería un día hermoso. Perfecto para ir de compras o quizá para salir un rato a tomar aire. Pero ella no podía, si salía lo más posible es que alguien la reconociera y terminaría en la cárcel. En cualquier momento lo estaría, pero antes quería terminar su trabajo. Debía hacerlos pagar por la muerte de su hija e intentaría que ella misma hiciera justicia con sus propias manos. Tan sólo debía de ser cuidadosa. Tener una buena arma y cambiarse el look de nuevo para ir en su búsqueda. Había escuchado que estaban en Estados Unidos en coma. Sólo bastaría averiguar en qué hospital y los desconectaría.

Entonces sonó la puerta de en frente y la desconectó de sus pensamientos. Corrió la cortina de nuevo y caminó hasta la puerta para abrirla.

—Señora Parravicini —dijo una anciana de unos sesenta años con lentes de fondo de botella y algo regordeta—, no nos acompañó ayer en la junta de vecinos, usted sabe que este es un vecindario bastante reducido...

—No se preocupe, señora Anne —le respondió ella con una sonrisa—. Tenía algunos problemas que resolver. Y creo que haré un viaje de unos días.

—Oh —dijo la anciana algo extrañada y sorprendida—. ¿A dónde irá?, si se puede saber.

—A ver a unos familiares —mintió con una bella sonrisa. A pesar de los años no había perdido su encanto.

—Espero que le vaya bien entonces —dijo la anciana con una sonrisa—. ¿Cuándo se va?

—No lo sé, estoy esperando una llamada —contestó y comenzó a cerrar la puerta—. Nos vemos después, señora Anne.

—Claro, querida —dijo ésta y dio la vuelta para comenzar a marcharse a su casa.

Se levantó y decidió salir afuera sin importarle que alguien le reconociese, aunque sólo confiaba en sus pocos vecinos que no sabían su historia y que no irían a acusarla a la policía decidió salir de casa y despejarse un poco, salir de la rutina y olvidar por un momento la desgracia en la que estaba viviendo. Todo era demasiado obsoleto para ella. Comenzó a morderse las uñas mientras bajaba las escaleras, era una manía que había comenzado a tener desde que su hija murió. Lo hacía siempre que estaba nerviosa y en ese momento lo estaba bastante, estaba loca por que sonara el teléfono y le diera la noticia que tanto esperaba. Quería acabar con todo de una vez por todas.

Salió de la casa y dio unos cuantos pasos. El aire puro la hacía olvidar todo por completo y esperaba que las cosas le salieran bien. Quería estar calmada y tranquila. Guardó sus manos en los bolsillos de su abrigo y comenzó a caminar observando como el día hacía presencia en el cielo. Cerró los ojos unos instantes sintiéndose libre por unos momentos y cuando los volvió a abrir sintió como si su hija estuviera caminando a su lado. Quería tenerla con ella, pero sabía que era imposible. Alguien la había matado y pagaría con su vida por ello.

Al principio pensó que debería matarlo a él también. Quería descuartizarlo y que tuviera una muerte tan lenta y dolorosa que no llegara completo al infierno. Pero luego lo pensó mejor, que sería bueno pagarle con la misma moneda. Él mató a su hija, ella mataría la de él, aunque ésta no tuviera la culpa de nada. Los hijos nunca tienen la culpa de lo que hacen sus padres, por esa razón, su hija en esos momentos estaba muerta.

—Pensé que me llamarías —dijo ella en voz baja.

—Quería verte —dijo él con una sonrisa—. Te tengo muy buenas noticias.

—¿Qué pasa? —le preguntó ella curiosa.

—Matteo y Luna ya no están en Estados Unidos. Están en Londres —le dijo y ella se colgó de su cuello feliz.

—Al fin —exclamó en voz baja—. Todos los Pasquarelli pagarán lo que me han hecho.

Querida Mégane/Querida JessyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora