Capítulo 38: Fuego

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Las cosas sucedieron tan rápido que ni siquiera sé como mi cerebro fue tan rápido en reaccionar; mi mano se estampó en su mejilla y salí corriendo como alma que lleva el diablo de la sala

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Las cosas sucedieron tan rápido que ni siquiera sé como mi cerebro fue tan rápido en reaccionar; mi mano se estampó en su mejilla y salí corriendo como alma que lleva el diablo de la sala. Tal vez todos se quedaron viéndome, pero es lo que menos me importa. ¿Cómo coño se atreve a terminar conmigo, otra vez? Yo no había hecho nada, ni siquiera había intentado robarle la virginidad a Tyler o a Alex de nuevo. Había comenzado a ser una buena chica, por él. ¿Por qué me pagaba de esa manera? Aún no me lo creía y las lágrimas comenzaron a salir poco a poco de mis ojos haciendo que me picaran y que dolieran.

El amor dolía y hasta ahora lo entendía. Duele como un golpe asestado en mi pecho con un puñal lleno de agujas. Quería desaparecer de la faz de la tierra porque lo que más temía había pasado; me había obsesionado con Peter.

No sé exactamente cuándo pasó, pero fui lo bastante idiota para hacerlo y no quiero terminar como las mujeres de mi familia. No es que fueran unas gobernadas y obsesionadas, pero si habían comenzado a ser más solubles y no pensaba serlo nunca.

No dejaría que nadie me cambiara, ni siquiera el amor que sentía por Peter.

Llegué a un parque cerca de la casa de Tyler y juró que me sentí como en una película, las cosas no podían ser peor. El parque estaba atestado de parejas felices besuqueándose y abrazándose. Me dio tanto asco que me paré en medio del parque.

—¡Hey! ¡Donadores de saliva! —grité y todas las parejas me observaron, incluso unos niños con sus mandares que habían cerca—. ¡Sólo vine para recordarles que algún día de estos van a terminar!

Me fui sin siquiera importarme las miradas asesinas que me lanzaban.

Si yo no era feliz, no dejaría que nadie a mi alrededor lo fuera.

Caminé por la acera de la urbanización sin importarme que las personas me miraran raro. Pero lo que me rompió fue cuando me paré justo en frente de la puta casa de Peter.

Tenía ganas de ponerla en llamas. Quería ponerla en llamas, iba a ponerla en llamas. Iba a ponerla en llamas.

Sonreí para mí misma y busqué un callejón donde hablar tranquilamente. Saqué el celular de uno de los bolsillos de mi falda y marqué un número que me sabía de memoria.

—Hola... ¿Finneggan? —dije cuando descolgaron el teléfono del otro lado.

—¡Nena! Cuanto tiempo sin escucharte —me respondió mi gay amigo.

—Necesito un favor —le dije haciendo un puchero aunque no podía verme.

—Claro, lo que mi bebé favorita quiera.

—Necesito gasolina, mucha y encendedores.

—Mierda... ¿A quién harás volar este día?

—A mi ex —dije con una sonrisa—. Te adjunto la dirección en un mensaje.

Justo al cerrar sentí una mano darme la vuelta y me encontré con unos hermosos ojos esmeralda que me miraban algo confundidos y esperando una explicación de mi presencia en un callejón donde cualquiera podía violarme.

—¿Mégane? —me preguntó extrañado y aligerando el agarre.

—Hola, nenes —les dije con una sonrisa—. ¿Por qué están juntos? Pensé que se odiaban.

—La ciencia y la religión deben ir de la mano —me respondió Alex con una sonrisa.

Ambos se miraron y yo me puse roja tan rápido que ellos casi no se dan cuenta.

—¿Qué? —preguntaron al unísono.

—No me digan que son gays —les pedí.

—¡Claro que no! —dijo Alex algo extrañado. Pero la cara de Tyler era algo extraña.

—No somos gays —dijo Tyler y se movió incómodo—. ¿Para qué quieres gasolina y encendedores?

—Y dudo que sea para una fogata —dijo Alex—. No me digas que te quieres llevar a la iglesia contigo, de nuevo.

—Oh, no —les dije—. La iglesia no.

—¿Y qué? —preguntaron al unísono.

—La casa de Peter.

Ambos abrieron la boca y en serio podían resolver cada uno su asunto de esa manera. Yo simplemente sonreí y salí del callejón para sentarme a esperar a Finn para que me traiga mis cosas.

Los muchachos se me sentaron al lado y se quedaron esperando lo que sea que yo esperaba. Me pareció tierna la manera en la que ambos apoyaron sus codos a sus muslos y las caras en sus manos. Yo era afortunada por encontrarme rodeada de este tipo de personas, de esas que aguantan mis locuras. Peter al parecer se cansó...

¡Joder! Otra vez a pensar en él.

Ojalá y se muera. Ese cara de niño bonito.

Luego de como unos quince minutos y entonces una camioneta negra se posó en frente de nosotros tres. Los chicos alzaron la mirada pero yo me levante y arreglé mi falda con una sonrisa.

La parte del conductor en la camioneta se abrió y salió un tremendo rubio con rizos en el pelo. Sus ojos eran de un color café hermoso y yo quedé abobada como siempre; lástima que era gay.

Finn me dio un ligero beso en la mejilla y saludó a los chicos en la acera quiénes, se le quedaron mirando como si nunca hubieran visto a una persona así en sus vidas.

Finniggan tenía un hermoso tatuaje de una mujer desnuda en su espalda que seguía por su brazo derecho, era hermoso y las personas siempre se le quedaban viendo y hasta le pedían que le dejaran ver todo el tatuaje.

—Bien, nena —me comenzó a decir—, tengo lo que me pediste en la parte de atrás. ¿Quién es el desgraciado?

—No está aquí, pero lo haremos pagar —le contesté—. El muy hijo de puta me botó cuando todo estaba perfectamente bien.

—Vamos a incendiarle la casa.

Le sonreí y miré a ambos chicos para que dejaran de ser tan maricas y nos ayudaran en nuestra pequeña bromita.

Ya casi eran como las siete pues comenzaba a poner oscuro. No me di cuenta por cuánto tiempo estuve vagando y tampoco me importa. Lo único que quiero es darle una muy buena lección a Peter.

Los muchachos se encargaron de cargar la gasolina y distribuirla fuera de la casa para luego entrar conmigo —yo tenía una copia de la llave— y comenzar por dentro.

No entramos a ninguna habitación, pero llenamos los pasillos hasta que todo parecía una piscina y luego comencé a escarbar en el pequeño librero que Peter tenía en su sala. Comencé a sacar los libros a lo loco y a lanzarlos al suelo, Alex y Tyler estaban molestos con eso pero Finn no lo pensó dos veces para echarles encima gasolina.

Salimos de la casa, yo delante mientras saltaba de felicidad y nos dimos cuenta de que ya estaba oscuro y que hasta los grillos ya cantaban. Saqué el encendedor de uno de mis bolsillos de la falda. Miré al cielo y lo encendí.

—Esto es por ti, Peter. Para que veas cuanto quema tu amor, maldito bipolar.

Dejé caer el encendedor justo donde empezaba la línea de gasolina y mi vista se llenó poco a poco de rojo y amarillo por las llamas. Hasta que el fuego llegó a la casa y me llené de placer al ver como se encendía. Cerré mis ojos y disfruté del olor que llegaba a mis narices, Peter pagaría por ser tan pendejo y botarme tantas veces, pero también era mi culpa, por perdonarlo o peor, por amarlo.

Querida Mégane/Querida JessyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora