Prólogo

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Había una vez, una madre y una hija que se embarazaron al mismo tiempo y tuvieron unos hermosos niños, los llamaron Matteo y Simón

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Había una vez, una madre y una hija que se embarazaron al mismo tiempo y tuvieron unos hermosos niños, los llamaron Matteo y Simón. El problema, era que los niños no se soportaban... Y se enamoraron de la misma mujer. Esta mujer, amaba con locura a Matteo y hacía todo lo que él le pedía. Simón se resignó y encontró el amor en una joven muchacha que encontró en el camino de la resignación.

Las cosas de todos modos no les habían salido muy bien a Matteo y Lu, el padre de su amada la secuestró y tan sólo con la ayuda de su hermanastro, Peter James, pudo escapar y volvió a casa. Pero, antes de su secuestro, su padre dejó que diera sus últimas palabras a una pequeña niña que estaba cerca de ella, que la observaba con unos hermosos ojos grises; su hija. Lu pensaba que no escaparía y escribió una carta a su hija y la dejó bajo el colchón...

Había una vez, un terrible asesinato terminó con la amada de Matteo y esto hizo, que delante a su pequeña hija de apenas dos años, se disparara en la frente terminando así con su vida y dejándola sola. Años después, la pequeña niña, adoptada por Simón y su novia, encontró debajo de un colchón una hermosa carta de su madre, haciendo que se le llenaran los ojos de lágrimas.

¿Por qué le ocurría eso a ella? ¿Por qué, de tantas personas en la familia, sus padres tuvieron que padecer semejante tragedia?

Pero, al menos, habían podido ser felices por al menos unos instantes. Ellos tomaron sus decisiones, ellos guiaron su vida y cayeron por un precipicio...

Había una vez, dos primas que se llevaban estupendo y nunca se separaban. Catherine Lí y Mégane Pasquarelli, las recientes integrantes de la familia. Ambas andaban en un camino pedregoso en el que no se sabía si eran totalmente de la familia o las ovejas blancas. Las cosas no habían cambiado en la familia. Pero, realmente, ¿algún día lo harían?

“Tú eres lo que haz creado, no importa lo que te hayan dicho las demás personas, porque al fin y al cabo fuiste quien decidió...Siempre decides si las palabras te hieren, si quieres que entren a tu ser y te destruyan...Si no quieres seguir adelante, está bien. Entonces estarás cavando tu propia tumba. Nunca digas que no puedes seguir adelante, porque siempre habrán nuevas oportunidades...Siempre las hay, menos en la muerte...”

Leía una y otra vez el relato que escribí hace un tiempo sobre la muerte de mis padres, encerrándome horas en mi habitación tratando de pensar como ellos pensaban y preguntándome como papá pudo ser capaz de quitarse la vida frente a mis ojos siendo yo una bebé. Eso había sido demasiado insensible, yo hubiera podido terminar traumada.

Pero no lo había hecho, porque yo era fuerte.

De todos modos él iba a estar muerto, lo que pasara conmigo no tendría que haberle importado.

Y todo por amor. ¿A caso era aquello tan importante? ¿No podía, simplemente, vivir con su recuerdo y conmigo? Pero la vida les había guardado a los Pasquarelli la peor maldición de todas: Amar, pero ser destruido en el camino. ¿Era mejor amar con esas condiciones o simplemente ser libre, estando soltero de por vida?

Mi padre no lo pensó dos veces, se lanzó de lleno al mundo de cupido y terminó completamente destruido.

Estaba en el cementerio junto con Tío SJ, casi nunca lo llamé papá, ni lo haría sin sentirme incómoda, pues él nunca sería mi padre. Ni Daniela Mary mi madre. A pesar de que eran muy buenos conmigo yo no podía borrar esos hermosos rostros de mi memoria; los de mis progenitores.

Tan sólo esperaba encontrarme con mis padres cuando muriera.

Me arrodillé frente a sus tumbas, habían sido enterrados uno al lado del otro. Sus nombres resaltaban entre la roca de la lápida y pasé una de mis manos por las letras duras y frías. Un pequeño estremecimiento me recorrió pero decidí no ponerle atención.

Luna Adrianne Valente
Matteo James Pasquarelli Piña

Cerré por unos segundos mis párpados impidiendo que las lágrimas comenzaran a salir de mis ojos y respiré profundamente.

Cuando volví a abrir los ojos, hice que una sonrisa se formara en mis rosados labios antes de comenzar a hablar.

—Espero que estés al lado de Dios allá arriba mamá —le dije viendo su lápida y luego volteando a la de papá—. Espero que el infierno no esté tan caliente.

—¡Mégane! —me reprochó tío SJ mirándome perplejo. Era un hombre de unos treinta y tantos años, su pelo era castaño, abundante y carecía de los ojos típicos de la familia. En vez de unos brillantes ojos cafés, los tenía color verdes—. ¿Qué te he dicho? Esas no son palabras de una cristiana.

Yo era cristiana, o al menos eso intentaba. Lo hacía por mamá pues en su carta decía que buscara de Dios. Pero, realmente, a pesar de estar en el coro de la iglesia siempre me iba con Cath que cada vez que terminaba el culto en la iglesia me llevaba a beber, aunque yo sólo daba unos sorbos. Y hasta a veces tosía pues no había bebido lo suficiente como para que mi garganta estuviera acostumbrada a los tragos fuertes que pedía mi prima.

Sí, éramos unas totales condenadas, así que tal vez me encontraría con papá en el infierno.

Aunque, si era sincera, lo que yo quería era ser buena. Una parte de mí siempre me quemaba cuando estaba con mi prima Catherine, como que me decía que no hacía lo correcto. Me pedía que enderezara el camino y fuera buena pero, ¿cómo serlo?

—Mejor vámonos —dijo Daniela Mary, la esposa de Simón. Una mujer delgada y castaña. Había visto las fotos de mamá tantas veces como para decir que tenían un ligero parecido.

—No —les dije rotundamente. Alejé un mechón de mi pelo rizado del rostro, el viento lo movía a su antojo dejándolo como si una bandada de pájaros lo hubiera atacado—. Me quiero quedar un rato más.

—¿Para qué? —preguntó Simón intentando no levantar la voz—. ¿Para qué le estés preguntando a Matteo que tan caliente está el infierno, cuantos latigazos le dan y que le mande un saludo de parte tuya al diablo?

—Simón... —lo llamaba Daniela Mary para calmarlo posando una de sus manos en su hombro izquierdo.

—Es que estoy harto —Simón suspiró y se pasó una mano por el pelo para luego mirarme—. ¿Por qué eres así, Mégane?

Me levanté algo tambaleante pero luego me recompuse y me acerqué a ambos con una mirada serena. Algo dentro de mí ardía y sentía que los ojos se me aguaban, pero respiré y me aguanté.

—¿Por qué? —pregunté y sonreí. Ellos me miraron confundidos—. Te recuerdo que mataron a mi madre cuando estaba jugando con Cath y mi papá se suicidó frente a mis ojos, no me juzgues.

—No los juzgues tú a ellos. ¿Qué sabes tú dónde fueron a parar? —me preguntó observándome e intentado mantener la calma. Desvié mi mirada pues mis ojos parecían querer verter las lágrimas que amenazaban desde que llegué.

—El único que quita la vida es Dios —comencé a decir en un susurro pero luego miré a mi padre adoptivo a los ojos—, el único que puede y —cerré mis ojos un instante—...papá se le adelantó —terminé con un nudo en la garganta. Sentí una lágrima correr por una de mis mejillas, Simón intentó acercarse pero no se lo permití—. Así qué, ese se está quemando en una olla a fuego hirviendo allá. Y pues mamá —agregué—, al menos a ella sólo la mataron.

Luego de decir esto me alejé con pasos débiles pero rápidos para subirme en el auto donde me esperaba Cath. Mi hermosa prima, ella sí tenía los inconfundibles ojos Pasquarelli pero usaba lentes de contacto verdes, se había teñido el pelo de rojo así que una hermosa cascada de rizos como el fuego se movía con el viento que entraba desde la ventanilla abierta del auto.

Ya adentro de éste me pasó un rollo de marihuana que yo tomé en mis manos y cuando ella no me miraba lo dejé a un lado de mí. Nunca había fumado ni quería hacerlo algún día.

—Bien, cristianita —comenzó a decir ella luego de darle una calada a su cigarro de marihuana, dejó escapar el humo entre sus labios y luego sonrió dulcemente—, ¿qué haremos para tus dulces 16?

Querida Mégane/Querida JessyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora