Querida Jessy | Capítulo 19: Ojos azules

14 5 0
                                    

•Mégane•

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

•Mégane•

El último día que pasé en América fue el peor de todos, aunque había empezado más o menos. La noche anterior había sido desastrosa, magnífica y luego extraña. En la mañana, cuando volví al hotel, lo primero que hice fue ducharme y olvidarme de todo. Luego, me dispuse a preparar mis cosas. Las despedidas fueron breves, en el aeropuerto estaba James, Dylan, Jamie y Jessy.

Pero tenía que llegar ella.

La maldita perra.

Dios, perdóname, pero es la verdad.

Pensé que había ido a buscar a Peter, a llevárselo a rastras para alejarlo de mí. Pero no, no sólo fue a eso, también casi me amenazó, diciéndome que ambos estaban muy felices y que pronto se casarían, tendrían hijos y estarían por siempre juntos. Yo le dije que juntos pero no felices y estuvo a punto de golpearme.

Y al final la mala fui yo.

Sí, yo. Porque según Dylan, su pedazo de huesos andantes no era mala, siempre era tranquila y no hería a nadie. Los ojos se me habían llenado de lágrimas en ese momento al recordar la noche anterior. ¿En serio se atrevía a decirme eso luego de lo que había sucedido? Era el colmo. Y claro, para mejorar la situación le di un regalo de despedida y me fui. Aunque al fin y al cabo me ardía la mano por la bofetada.

Mi adorada tía no hizo más que empeorar la situación. Yo sólo quería llegar, acompañar a Cath a su casa y luego correr a a la iglesia, que estaba abierta veinticuatro horas al día. Pero claro, ella tenía que arruinarlo poniendo mis esperanzas por el suelo. Pero Mégane Sol Pasquarelli Valente no era alguien que se dejaba vencer tan fácil. Yo daría batalla hasta el último día de mi vida, Dios estaría esperándome de brazos abiertos sin importar los tropiezos que yo tuviera.

Cuando llegué a mi casa encontré a mis padres esperándome con globos y un hermoso cartel que resaba: Bienvenida a casa, Méggie. Sonreí como no lo había hecho en días y corrí hasta papá para abrazarlo, luego abracé a mamá por los hombros evitando su enorme vientre.

—Te extrañamos, tesoro —me dijo papá cuando aún estaba en brazos de mi progenitora.

—Y yo a ustedes —respondí con voz ronca. De pronto me habían entrado ganas inmensas de llorar—. No saben cuánto.

—Dudo que más que yo. Tu madre no es buena compañía cuando le sube el parto a la cabeza.

Mamá le dio un golpe en la cabeza por hablar de esa manera. Luego, giró hacia mí.

—No le hagas caso a ese ruloso de pacotilla —dijo con una sonrisa en su rostro—. Tu papá no aguanta nada. Sólo dice eso porque lo he mandado unas cuantas veces a comprarme comida.

—¿Unas cuantas veces? —yo sabía que habían sido más, pues mientras yo estaba aquí, era yo quien iba—. Me tienes como delivery, yendo de aquí para allá a altas horas de la noche y la mañana.

Querida Mégane/Querida JessyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora