Capítulo 3: Virgen a los 26

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Si hubiese tenido algún líquido en mi boca, se lo hubiera escupido en plena cara

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Si hubiese tenido algún líquido en mi boca, se lo hubiera escupido en plena cara. Ni siquiera pude soltar alguna palabra al principio y él me observaba divertido.

—Es broma, ¿cierto? —pregunté con ojos como platos y él comenzó a reírse como si le hubiera dicho un chiste. Lo empujé y él cayó a mi lado, aún riendo alegremente. Me senté en la cama y me arreglé el pelo—. Eres un inmaduro.

—Pero te estoy diciendo la verdad —dijo intentando detener su risa. Le hale un mechón de su pelo y él se quejó. Me senté en la orilla de la cama y apoyé mis manos en cada lado para luego bajar mi cabeza. La risa de Peter se fue extinguiendo poco a poco para luego soltar un suspiro—. Mégane, debes creerme —me dijo y tocó mi pelo, aún así no voltee a verlo—. ¿Por qué no lo haces?

—Porque tienes como cuarenta y te reíste —solté y esta vez él me halo un mechón de pelo—. ¡Auch! Abusador.

Me dio un rápido beso en la mejilla para segundos después sentarse a mi lado. Puso un brazo sobre mis hombros y me atrajo hacia sí.

—Tengo veintiséis —me aclaró y rápidamente mis ojos se fueron a su rostro, me sonreía suavemente—. Me reí por la expresión de tu cara.

—Imbécil —solté y me levanté de la cama, él se levantó y me tomó del brazo—. ¿Cómo es que aún eres virgen? No eres tan feo.

Peter frunció el ceño y yo reí suavemente. Me acerqué a él y rodee su cuello con mis brazos para dejarle un ligero beso en sus labios para luego ir bajando por su cuello.

—Nunca tuve tiempo para ese tipo de cosas —respondió suavemente.

—¿Por qué? —pregunté algo curiosa y con una sonrisa en mi rostro.

—Trabajaba constantemente con mi madre —me dijo y volví a acercarme a su cuello.

—¿De qué? —pregunté sobre su piel y lo sentí estremecerse.

—Még —comenzó a decir, pero no detuve mis besos. Me puse de puntillas para alcanzar más—, tengo que decirte algo importante —sólo asentí con la cabeza y seguí con mi tarea—. Yo soy...yo...

—¿Eres impotente? —pregunté mirándolo a la cara y él se sonrojó—. Descuida, existe el...

—¡Mégane! —exclamó con los ojos como platos. Me alejé de su cuello y lo miré a los ojos con una sonrisa—. Por Dios, no soy impotente.

—¿Entonces qué eres? ¿Hermafrodita?

—Déjame terminar —me pidió y yo asentí—. Yo soy... —se detuvo desviando su mirada de la mía, con una expresión infantil en su rostro—, hijo del padrastro de Lu.

—¿Qué?

Él suspiró y me dio un abrazo, algo confundida se lo devolví.

Y entonces me di cuenta de lo que había dicho.

Querida Mégane/Querida JessyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora