Palermo (pt. I)

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Cincinnati te paso un lego por quinta vez. Quería jugar contigo, pero estabas hablando con Denver sobre <<cosas importantes>>.

—Que no. La leche va después del cereal —le discutes por ven nro. 24.

—No. El cereal va luego de la leche. Punto final —Denver te miro victorioso.

—Ya, ya. Los hielos van antes que la bebida.

—No, es al revés. No puedes... —se interrumpió así mismo al escuchar el llanto de su hijo, quien extendía los brazos en tu dirección.

Te agachaste y lo cargaste

—Ya está, pequeñito —-acariciaste su nariz con tu dedo. Haciéndolo reír—. ¿Verdad que yo tengo razón?

—Chi.

—¿Por qué traicionas a papi? Yo te quería —hizo como que lloraba.

—El niño es inteligente y sabe que yo tengo razón. Perdiste —le sacaste la lengua.

Como estaban uno al lado del otro el pequeño rubio junto las manos de ambos, haciendo que quedara la tuya encima de la de Denver.

Se miraron y sonrieron ante tal acto.

Sus ojos reflejaban todas las emociones posibles.

Ramos gritaba por dentro <<Aun te amo>>.

Estocolmo no se hizo la tonta y marco terreno en la situación.

—Es hermoso NUESTRO HIJO. ¿Verdad MI amor? —te miro con odio. Inmediatamente entendiste la situación.

Todos los presentes las miraron. Como detestabas ser el centro de atención te marchaste.

En los pasillos te cruzaste con Nairobi.

Entraste a tu habitación y trabaste la puerta con llave.

—______, abre. Soy Nairobi —te tapaste con tu cobija—. _____, ¿Estas bien?

No abriste.

No tenias ganas de salir y enfrentar el mundo.

Tu yo adolescente resurgía con fuerza.

No habías escuchado como Nairobi había forzado la puerta.

—___, ¿Qué paso? —se sentó frente a ti.

—Nada —respondes cortante para darle la espalda—. No quiero hablar.

—Nairobi —el Profesor te salvo—, lo mejor es que dejes que este sola.

—Ve, estaré bien —no sabes como lograste deshacer el nudo de tu garganta.

Te hizo caso.

Sergio te abrazo.

—Tranquila. Siempre estaré para ti —esas palabras eran las que necesitabas oír.

—Gracias.

Siempre sabía que decir en el momento correcto era un gran amigo.

—Quédate descansando —asentiste y te volviste a acostar.

Al tiempo apareció Palermo con un mazo de cartas. Mala señal.

—Eh, ¿Jugamos un chinchón? —mostro el mazo contento.

—Dale —corrió las cosas de la mesa y señalo la silla.

—Pero la puta que te pario. Que culo —maldijo al perder por 3ra vez.

—Eso te pasa por pelotudo —reíste y te miro mal. Anotaste -10 para ti y 21 para la compañía.

—¿Qué me dijiste?

—P- E- L- O- T- U- D- O.

—Ven para acá —corrió la silla y te tomo para llevarte a la cama y hacerte cosquillas.

—Martín, basta —dijiste a duras penas.

—Espero y hayas aprendido la lección.

Se iba a ir, pero lo agarraste del brazo, tirándolo encima de ti.

—Me gustaría quedarme. ¿No tienes problema con eso? —hablo seductor.

—La verdad es que no.

—Excelente entonces.

Las respiraciones se entremezclaban y el ambiente se acaloraba cada vez más.

—Chicos, ¿Qué hacéis? —la puerta abierta. Detalle que el argentino olvido.

—Nada, Tokio. Simplemente le doy una lección —se salió de encima tuyo y se fue.

Apenas lo hizo, Tokio entro y comenzó el interrogatorio.

—¿Qué tienes con Palermo?

—Nada.

—No te creo —te señalo con el dedo.

—Aun siente cosas por Berlín y es gay. ¿Qué más quieres?

—Tienes razón. Seria algo imposible que estuvieran juntos —resiste falsamente con ella.

Simplemente eran amigos y nada más, pero nadie sabía en realidad lo que sucedía entre los dos.


La Casa De Papel / One shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora