Berlín

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29 de enero, día en que ibas a recibir lo que tu esposo te había dejado, pero para ser sincera, no querías nada, solo lo querías a el de vuelta.

Tomaste una del montón de fotografías que había de ustedes y acariciaste la parte donde salía.

—Como te extraño mi amor —tu tono era nostálgico. Dejaste escapar una lagrima para secarla rápido.

Dejaste el pequeño cuadro con detalles de oro y diamantes en su lugar, para tomar tu bolso e ir al juzgado, donde te estaba esperando tu abogada.

—Lo lamento, Leila —te abrazo.

—Gracias, Susan.

—Entremos.

—Buenos días, señoritas. Tomen asiento, por favor —le hicieron caso al juez—. Dentro de poco daremos comienzo.

Mientras tanto Rafael y Tatiana, iban camino al encuentro con el juez para reclamar lo que supuestamente <<Les correspondía>>.

—Tatiana, ¿Estas segura de esto?

—Que sí. A ti te corresponde.

—Mi padre dijo...

—¿Tú te crees que es capaz de quitarte lo que es tuyo? —río irónica—. Ay, por favor.

—Tatiana, yo que tú no me confiaría tanto.

—Eres un pesimista. Va a salir todo bien. Tranquilo —beso sus labios para ambos entrar al juzgado.

—Buenos días, ¿Qué necesitan? —pregunto la secretaria con una sonrisa falsa.

—Buscamos al juez Casares.

—Buenos días —Rafael miro a su novia reprobatoriamente por su falta de educación.

—Está ocupado ahora —respondió tajante.

—Necesito hablar algo con él. ¿Dónde se encuentra?

<< ¿Vino sola o qué? >>

El hombre se dio cuenta de algo: quería su dinero.

Lo estaba utilizando para obtener dinero que no era de ella. Esa siempre fue la intención.

—Hija de puta —no pudo evitar susurrar ininteligiblemente.

—Vamos, amor. ¿Qué haces ahí?

—Ya voy.

Ambos entraron donde estaba el juez, tú y tu abogada.

—Señorita, estoy ocupado.

—El es hijo del difunto de Fonollosa —lo ignoro. Causando el enfado del susodicho.

—Señorita De Fonollosa ¿Este muchacho es su hijo? —señalo al rizado.

—No. Pero es hijo de mi marido —aclaras, viéndolo.

—Pase —ambos entraron —. Solo el heredero —la freno.

—Pero yo soy su pareja —objeto.

—Entre. Hágame el favor —el doctor se estaba cansando.

—Gracias.

—Aquí esta la ultima voluntad del señor De Fonollosa —les da las carpetas —Como se puede ver, además de los testamentos, hay cartas tanto para la esposa como para el heredero.

La tuya decía así:

Al amor de mi vida:

Se que has de estar devastada, pero, te pido que no lo estes. Todos los momentos que vivimos no fueron en vano. Por eso, te quiero dar todo lo que tengo.

Me entregue en cuerpo y alma a ti, pero eso no significa que lo nuestro haya terminado, al contrario, es un comienzo nuevo; porque voy a seguir con mi propósito:

Cuidarte y amarte.

Ese fue uno de mis motivos para continuar.

El segundo fueron Sergio y tú.

Ustedes me cuidaron y nunca me dejaron solo. Ahora es mi turno de devolverles ese afecto.

Te amo, Mon Amour.

No pudiste evitar ocultar tu sollozo.

Era siempre un romántico sin cura contigo, y viceversa.

Miraste la cara de los que estaban a tu lado, estos estaban sorprendidos y desconcertados.

—¡Esto es injusto! —grito la pelirroja indignada.

—Tatiana..., por favor, cálmate —hablo entre dientes su pareja.

—Que calmarme ni nada. Eso te corresponde.

—¿A mi o a ti? —se rio ironicamente y se levanto —Mi padre tenia razon sobre ti. Vámonos —uno se fue enojado y otro discutiendo con el juez.

—Como lo lamento, señoritas.

—No se preocupe, señor Casares. Hay de todo en este tipo de trabajos —hablo tu abogada.

—Susan tiene razón. Quédese tranquilo —sonreíste.

—Firme estos papeles, por favor —cumpliste su pedido—. Pueden irse.

—Que escandalo formaron esos dos —opino Susan cuando estuvieron fuera del juzgado.

—Ay, Susan. Muy bien que te encanto observar ese escandalo —reíste.

Volviste a casa y pusiste la carta al lado de su foto.

—Yo también te amo —dijiste sonriendo.

Y, como si te hubiera oído, el viento acaricio tu cabello y las estrellas iluminaron tus ojos. Cerraste los ojos, disfrutando la sensación.

Estaba ahí, podías sentirlo.

Siempre estaría ahí. 

La Casa De Papel / One shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora