Capítulo 5

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En la penumbra de la noche, una figura esbelta y solitaria se movía con sigilo a través de las sombras que bordeaban la ciudad de Concordia. La silueta, apenas discernible en la oscuridad, se deslizaba con una gracia innata que contrastaba con la profunda tristeza que la envolvía. Era Perla, la misma Perla que había sido parte de las legendarias Gemas de Cristal, pero ya no quedaba rastro de la luz que una vez había iluminado sus ojos.

Su rostro, antes altivo y seguro, estaba ahora marcado por una expresión de dolor constante, como si el peso de los últimos veinte años hubiera dejado una cicatriz imborrable en su ser. No podía hablar, no desde el ataque que había destruido todo lo que amaba. Sus cuerdas vocales, al igual que sus poderes, habían sido silenciadas por el ácido que todavía corría como un veneno por su cuerpo.

 Sus cuerdas vocales, al igual que sus poderes, habían sido silenciadas por el ácido que todavía corría como un veneno por su cuerpo

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Sin embargo, Perla había logrado mantener su lanza, un vestigio de su antiguo yo. La empuñaba con firmeza, aunque ya no brillaba con la misma intensidad. Su poder se había debilitado, pero no su voluntad. Había un propósito que la mantenía en pie, un odio ardiente que la empujaba a seguir adelante: la venganza por la muerte de Steven.

Su Steven. Aquel que había dado su vida por todos ellos, por ella. El dolor de su pérdida la quemaba desde adentro, alimentando una furia que solo encontraba alivio en la idea de destruir al hombre que lo había arrebatado todo: Maximiliano.

La ciudad de Concordia, con sus muros altos y vigilancia implacable, era un lugar peligroso para cualquier gema, pero Perla no tenía nada que perder. Se escabulló por una de las entradas laterales, su figura apenas visible entre las sombras. A pesar de la vigilancia de los Topacios, que patrullaban incansablemente, Perla se movía con la destreza de alguien que había pasado años perfeccionando el arte del sigilo.

Su corazón latía con fuerza, pero su rostro permanecía impasible, su mirada fija en su objetivo. Sabía que no podía permitirse un solo error. Las Topacios eran implacables, y las armas de ácido que portaban eran más letales de lo que Perla podía soportar en su estado actual. Pero estaba preparada. No era la primera vez que se enfrentaba a enemigos superiores, y no sería la última.

Entró en la ciudad sin activar las alarmas, sin que las Topacios vigilantes notaran su presencia. Una vez dentro, se dirigió hacia el corazón de Concordia, donde se encontraba el palacio presidencial, la fortaleza de su enemigo. Pero antes de llegar, necesitaba esconderse, necesitaba observar. Sabía que atacar de frente sería un suicidio, especialmente en su estado debilitado.

Encontró refugio en un estrecho callejón, donde las sombras la envolvían por completo. Desde allí, podía observar sin ser vista, podía planear su próximo movimiento. Cada paso que daba la acercaba más a su venganza, y cada segundo que pasaba, su odio por Maximiliano crecía, alimentado por los recuerdos de lo que había perdido.

Mientras Perla permanecía en su escondite, un sonido perturbó la quietud de la noche. A lo lejos, se escuchaban gritos y el ruido de botas golpeando el suelo de piedra. Soldados. Sus músculos se tensaron y se preparó para cualquier eventualidad. Desde la oscuridad, pudo ver cómo un grupo de soldados corría por la calle principal, persiguiendo a alguien.

El destello azul de una gema capturó su atención, y en ese momento, Perla sintió que su corazón se detenía por un instante. Aquamarina. Una vieja enemiga de las Gemas de Cristal, una que había causado tanto dolor y sufrimiento. Pero ahora, en lugar de ser la poderosa y arrogante figura que una vez fue, Aquamarina estaba huyendo, desesperada, intentando escapar de sus perseguidores.

Perla observó con atención. Aquamarina, al verse acorralada, intentó defenderse. Levantó sus manos con un gesto desesperado, intentando convocar su poder. Pero no salió nada. El ácido en su cuerpo había debilitado sus habilidades, al igual que lo había hecho con todas las gemas.

—¡No!—gritó Aquamarina, una súplica desesperada, pero los soldados no mostraron piedad. Un chorro de ácido impactó contra su pequeño cuerpo, y Aquamarina cayó al suelo, gritando de dolor. Su brillo se desvaneció, sus fuerzas la abandonaron, y en ese momento, Perla sintió una mezcla de emociones que la abrumó: desprecio por su enemiga, pero también una profunda tristeza por lo que todas las gemas habían sido reducidas.

Los soldados no tardaron en atarla con cadenas, enredando el frío metal alrededor de su frágil cuerpo. Aquamarina apenas podía luchar. Se retorcía en el suelo, tratando de liberarse, pero el ácido había hecho su trabajo. Estaba débil, casi sin vida.

Perla mantuvo su expresión seria, fría, mientras observaba la escena desde su escondite. No había compasión en su mirada, solo una aceptación de la cruel realidad en la que todas las gemas estaban atrapadas. Sabía que Aquamarina no habría mostrado misericordia si las circunstancias fueran diferentes, pero eso no hacía la escena menos desgarradora.

Los soldados arrastraron el cuerpo inerte de Aquamarina por la calle, como si no fuera más que un trofeo de caza. Perla pudo escuchar el sonido de las cadenas arrastrándose por el suelo, un sonido que hacía eco en su mente, recordándole la prisión en la que todas las gemas vivían ahora.

Mientras se alejaban, Perla se mantuvo inmóvil, sus ojos fijos en la escena que se desarrollaba ante ella. Desde la distancia, el murmullo de una multitud comenzó a crecer, y luego estalló en aplausos y vítores. La gente de Concordia celebraba la captura de Aquamarina, celebraba la derrota de una gema más.

Perla sintió que una nueva ola de odio se encendía en su interior, pero sabía que debía controlarse. No podía arriesgarse a ser descubierta, no todavía. Maximiliano pagaría por lo que había hecho, pero primero debía esperar el momento adecuado, el momento en que pudiera golpear con toda la fuerza que le quedaba.

Oculta en las sombras, Perla dejó que la oscuridad la envolviera mientras observaba cómo se llevaban a Aquamarina. Sus pensamientos se volvieron hacia Steven, hacia la promesa que se había hecho a sí misma de vengarlo, de destruir a aquel que había arrebatado todo lo que era valioso en su vida.

Y así, mientras los aplausos de la multitud resonaban en la distancia, Perla se preparaba para el siguiente paso en su plan, sabiendo que la batalla aún no había terminado, y que la venganza estaba más cerca que nunca.

**Continuará...**

Guerra de Cristal - Steven Universe AU Volúmen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora