Capítulo 8

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El impacto con el suelo fue brutal. Perla sintió cómo sus huesos crujían al chocar contra el asfalto, y su cuerpo entero ardía de dolor. Intentó moverse, pero cada intento le arrancaba un gemido mudo de sus labios. El sonido de los soldados acercándose se hacía cada vez más fuerte. La multitud que la había rodeado momentos antes ahora gritaba de emoción, aplaudiendo y vitoreando mientras los soldados se aproximaban para capturarla.

Desesperada, Perla hizo un último esfuerzo por levantarse. Con sus fuerzas al límite, rodó hacia un costado, arrastrándose como pudo hacia un estrecho callejón. Cada movimiento era una tortura, pero la determinación de no ser capturada la empujaba a seguir adelante. Sabía que si caía en manos de Maximiliano y su ejército, su destino sería aún más cruel que la muerte.

La multitud se concentró en el lugar donde había caído Perla, creyendo que la encontrarían allí. Sin embargo, en el caos, los soldados perdieron de vista su posición exacta. Aprovechando la confusión, Perla se arrastró hasta una tapa de alcantarilla. Con un último esfuerzo desesperado, utilizó lo que quedaba de su lanza rota para levantar la pesada cubierta y se deslizó al interior, cayendo en las profundidades del sistema de alcantarillado de Concordia.

El ambiente cambió drásticamente al entrar en los túneles oscuros y húmedos. La pestilencia era insoportable, pero para Perla, el dolor en su cuerpo superaba cualquier malestar que pudiera sentir por el olor. Tropezó y cayó al suelo fangoso, jadeando en silencio mientras se esforzaba por mantenerse consciente. Las sombras en el túnel eran densas, envolviéndola en un manto de oscuridad que solo hacía más agudos sus sentidos.

Se arrastró hasta un rincón apartado, lejos de cualquier luz que pudiera traicionarla. Allí, finalmente, se permitió ceder al dolor. Se recostó contra una pared de piedra, su cuerpo temblando violentamente mientras el ácido que había invadido sus venas seguía debilitándola. La desesperación la embargó, su incapacidad de hablar solo aumentaba su sensación de impotencia. Las palabras se atoraban en su garganta, queriendo salir, pero sabiendo que nunca lo harían.

Maldijo en silencio su propia debilidad. Perla, la que una vez fue tan fuerte, la que había luchado junto a las Gemas de Cristal en incontables batallas, ahora se encontraba reducida a una sombra de lo que era, incapaz de emitir un solo sonido. No podía ni siquiera desahogar su furia, su tristeza, su dolor. Todo estaba atrapado dentro de ella, como un torrente de emociones contenidas que amenazaba con destrozarla desde adentro.

En la oscuridad, los recuerdos comenzaron a asaltarla, como si fueran fantasmas que vinieran a atormentarla en su momento más vulnerable. Las imágenes de sus amigas, de las victorias y derrotas que habían compartido, desfilaban ante sus ojos cerrados. Recordó a Garnet, con su inquebrantable serenidad y fuerza; a Amatista, con su espíritu indomable y su risa contagiosa; a Bismuto, la leal y poderosa constructora que había estado dispuesta a dar su vida por su familia.

Pero sobre todo, recordó a Steven. El niño que había traído luz y esperanza a sus vidas, el que había sido la reencarnación de Diamante Rosa, pero que para ellas, para Perla, siempre había sido simplemente Steven. Steven, que con su corazón puro y su bondad infinita, había creído en ellas cuando nadie más lo hacía. Steven, que había sido su consuelo en los días oscuros, su guía cuando se sentían perdidas. Él siempre había estado para ella, y ella para él.

Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Perla, deslizándose por sus mejillas sucias y magulladas. Recordó los momentos en que Steven la había consolado, cuando había entendido su dolor, sus dudas, su amor no correspondido por Diamante Rosa. Él siempre había estado ahí para escucharla, para abrazarla cuando las cosas se ponían difíciles.

El recuerdo más doloroso de todos era aquel en el que Steven había partido, cuando lo había perdido para siempre. No pudo protegerlo, no pudo salvarlo. Y ahora, ¿qué quedaba de ella? Una sombra, un espectro arrastrándose por las alcantarillas, huyendo de un enemigo al que había jurado destruir.

Perla enterró su rostro entre sus manos, sollozando en silencio. Quería acabar con todo, con el dolor, con la culpa, con el sufrimiento interminable que la consumía desde dentro. Sin pensarlo dos veces, llevó una mano temblorosa hacia su gema, la que adornaba su frente, la fuente de su ser. Con cada momento que pasaba, su desesperación crecía, y la idea de quebrarla para poner fin a su miseria se volvía más tentadora.

Pero en el último instante, justo cuando sus dedos rozaban la superficie fría de su gema, se detuvo. Un pensamiento se abrió paso en medio de su angustia, una voz que no había escuchado en años. Era la voz de Steven, suave y reconfortante, recordándole que siempre había una razón para luchar, incluso en los momentos más oscuros. Él nunca se habría rendido. Él habría encontrado la manera de seguir adelante, de hacer el bien, incluso cuando todo parecía perdido.

Perla retiró la mano de su gema, su respiración temblorosa mientras las lágrimas continuaban cayendo. No podía rendirse. No todavía. No mientras existiera la posibilidad de que algo bueno pudiera salir de su sufrimiento, de que su venganza pudiera traer justicia para Steven y para todas las gemas caídas.

El dolor seguía allí, agudo y constante, pero Perla lo dejó a un lado. Lentamente, se levantó del suelo, apoyándose contra la pared para estabilizarse. Sabía que su camino estaba lejos de terminar, que aún tenía un largo trecho por recorrer antes de poder enfrentarse de nuevo a Maximiliano. Pero ahora, en la oscuridad del alcantarillado, decidió que no permitiría que el dolor la consumiera. No importaba cuán rota estuviera, seguiría luchando. Por Steven, por sus amigas, y por ella misma.

Mientras se adentraba más en los túneles, su mente seguía aferrada a esos recuerdos felices. Sabía que no podía regresar a esos días, pero la memoria de aquellos tiempos le daba la fuerza para continuar, un rayo de esperanza en medio de la oscuridad.

El eco de sus pasos resonaba en los túneles vacíos mientras avanzaba, y aunque no podía hablar, en su mente, una promesa se repetía una y otra vez: "No me rendiré. No hasta que él pague por lo que ha hecho."

Y así, con determinación renovada y el corazón cargado de emociones, Perla siguió adelante, perdiéndose en la oscuridad del laberinto subterráneo, mientras el mundo arriba continuaba sin saber que su furia silenciosa aún ardía.

**Continuará...**

Guerra de Cristal - Steven Universe AU Volúmen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora