Capítulo 160

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Esmeralda estaba profundamente dormida, pero su mente no encontraba paz. Desde las sombras de su subconsciente, emergieron los recuerdos de un tiempo que hubiera preferido olvidar. La pesadilla comenzó lentamente, como un eco lejano, pero pronto la envolvió por completo, atrapándola en una espiral de dolor y desesperación.

Primero, fue la imagen de Steven, su protector, su amigo. Lo vio caer frente a ella, su luz apagándose en un instante. El grito que se ahogó en su garganta volvió a resonar en sus pensamientos. La impotencia, el terror, la culpa. Todos esos sentimientos que había reprimido durante tanto tiempo explotaron en su interior. La muerte de Steven había sido el punto de quiebre, el inicio de su declive. Sus poderes, que antes fluían con gracia y precisión, se desvanecieron en el caos de la batalla de Beach City. Intentaba proteger a todos, pero se vio superada, consumida por la inmensidad de la guerra y la pérdida. Sintió la oscuridad abrazarla, una oscuridad de la que nunca pudo escapar del todo.

La pesadilla cambió bruscamente, llevándola a otro recuerdo, uno mucho más doloroso, mucho más íntimo. Estaba de pie frente a Lapis, la gema a la que había amado más que a nadie. Podía sentir el calor de sus lágrimas cayendo por su rostro, mientras las palabras de Lapis cortaban su corazón como cuchillas afiladas.

"¡Eres una inútil!"

Esas palabras, pronunciadas por su gran amor, resonaban en su mente una y otra vez. Cada vez que Lapis las decía, el dolor se hacía más profundo, más insoportable. No era solo una discusión; era la ruptura definitiva, el fin de todo lo que había significado algo para ella. Recordaba los gritos, los reproches, la frustración. Pero, sobre todo, recordaba el momento en que se dio cuenta de que lo había perdido todo. En ese instante, todo cambió. Lapis se fue, y con ella, la esperanza de Esmeralda de volver a ser feliz.

Las imágenes en su mente se sucedían rápidamente, como si alguien estuviera forzándola a revivir esos momentos. Los veinte años de separación, la soledad, la incapacidad de recuperarse emocionalmente. Había vivido esos años con una herida abierta en su corazón, un vacío que ninguna batalla, ningún logro, había podido llenar.

En la realidad, Esmeralda no podía contener el dolor que sentía. Lágrimas rodaban por sus mejillas, su cuerpo temblaba mientras se revolvía en el sueño. Sus puños se cerraban con fuerza, sus quejas y sollozos resonaban en el ambiente, aunque no salían palabras de su boca. Estaba atrapada en su propio infierno, uno del que no sabía cómo escapar.

Nagisa, que estaba cerca, se despertó de inmediato al escuchar el gemido sofocado de Esmeralda. Al principio, pensó que tal vez solo estaba teniendo un mal sueño pasajero, pero al ver las lágrimas de la gema y cómo su cuerpo se sacudía involuntariamente, supo que era mucho más que eso.

Esmeralda estaba sufriendo, y Nagisa no podía quedarse de brazos cruzados.

Se acercó rápidamente, agachándose junto a ella, y sin dudarlo, la rodeó con sus brazos. Aunque al principio, Esmeralda seguía atrapada en la pesadilla, agitándose, Nagisa no dejó de abrazarla. Su abrazo fue firme pero suave, transmitiendo calidez, seguridad, y sobre todo, consuelo.

—Estoy aquí, no estás sola —murmuraba Nagisa suavemente, aunque sabía que Esmeralda no podía escucharla en ese estado—. Estás a salvo.

La piel fría de Esmeralda temblaba bajo el tacto de Nagisa, y sus lágrimas empapaban el hombro de la joven. Nagisa comenzó a acariciar su espalda, intentando calmarla, esperando que su presencia fuera suficiente para sacarla de esa pesadilla.

A medida que pasaban los minutos, el cuerpo de Esmeralda comenzó a relajarse, aunque de manera lenta y gradual. Sus lágrimas seguían fluyendo, pero su respiración se hacía más tranquila. Poco a poco, los espasmos cesaron, y Esmeralda se hundió más profundamente en el abrazo de Nagisa.

Nagisa la sostuvo con más fuerza, sintiendo una extraña conexión crecer en su interior. Algo en la vulnerabilidad de Esmeralda la conmovía profundamente. Recordó cómo Esmeralda había sido su salvadora cuando fue prisionera de la Esmeralda Madre, cómo la había protegido cuando todo parecía perdido. En ese momento, había sido una figura de fuerza y coraje, alguien en quien Nagisa podía confiar.

Pero ahora, viendo a Esmeralda rota por dentro, Nagisa se dio cuenta de algo que no había percibido antes: Esmeralda también necesitaba ser protegida. Tal vez no de enemigos externos, sino de sus propios demonios internos, de los fantasmas que la perseguían.

La conexión que Nagisa sentía con Esmeralda creció en esos minutos de silencio compartido. De alguna manera, la veía no solo como una compañera de batalla, sino como una figura materna, una presencia protectora que, a pesar de todo su poder, también tenía sus propias debilidades y heridas.

Nagisa cerró los ojos, dejando que ese sentimiento la envolviera. Su corazón latía con fuerza, y las imágenes de su propia infancia vinieron a su mente. Recordó a sus padres, pero sobre todo recordó la pérdida. Desde que ellos murieron, había estado a cargo de sus hermanas, siempre intentando ser fuerte por ellas. Pero ahora, en este momento, sintió que Esmeralda era la figura que nunca tuvo, alguien que había estado ahí para ella cuando más lo necesitaba.

—No estás sola, Esmeralda —susurró, casi como una promesa, aunque sabía que no podía escucharla—. Yo estoy contigo, y no voy a dejar que nada te haga daño.

Nagisa continuó acurrucando a Esmeralda hasta que finalmente, los sollozos de la gema se calmaron por completo. El cuerpo de Esmeralda se relajó en sus brazos, y su respiración se volvió profunda y tranquila. Estaba nuevamente en paz, aunque los rastros del dolor seguían presentes en su rostro.

Nagisa permaneció despierta por un largo rato, observando a Esmeralda. La luna brillaba en lo alto, iluminando la escena con una luz suave y reconfortante. A lo lejos, el susurro del viento entre los árboles parecía acompañar el ritmo tranquilo de la respiración de Esmeralda.

Finalmente, Nagisa apoyó su cabeza sobre el hombro de Esmeralda, permitiendo que el cansancio la alcanzara. Cerró los ojos, sintiendo esa conexión más fuerte que nunca. Aunque no compartían lazos de sangre, sentía que Esmeralda era, en cierto modo, una madre para ella, una figura que nunca había tenido, pero que ahora se había convertido en alguien importante.

El sueño la fue envolviendo lentamente, pero antes de sucumbir por completo, una última promesa cruzó su mente: Nunca dejaré que vuelvas a sufrir sola.

**Continuará...**

Guerra de Cristal - Steven Universe AU Volúmen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora