Capítulo 126

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El aire denso y opresivo del bosque en ruinas envolvía a Nagisa mientras lentamente recuperaba la consciencia. Sentía el suelo frío y duro bajo ella, y sus pulmones ardían al inhalar el humo que aún persistía en el ambiente. Tosió con fuerza, sus manos temblorosas apoyándose en el suelo mientras intentaba levantarse. Su mente todavía estaba desorientada por la explosión, pero entonces, un pensamiento agudo y devastador atravesó su confusión.

Sus hermanas.

El pánico golpeó su pecho con la fuerza de una tormenta. Sus ojos, aunque medio cerrados por el dolor y la confusión, buscaron desesperadamente entre los escombros y los árboles quemados. Karla, Mary, Sarah... ¿dónde estaban? La angustia en su pecho crecía rápidamente, acelerando su respiración.

—No... no, no, no... —murmuró Nagisa en voz baja, sus palabras apenas audibles mientras el miedo se apoderaba de ella.

A su lado, Esmeralda y Lapis también yacían en el suelo, empezando a moverse lentamente. Esmeralda estaba en peor estado, con su cuerpo visiblemente dañado, cubierto de grietas que cruzaban su piel como cicatrices brillantes. Había sido ella quien, sin dudarlo, había usado su propio cuerpo para proteger a Nagisa y al resto del grupo de la explosión. Lapis fue la primera en darse cuenta de la gravedad de la situación.

Con un jadeo de horror, Lapis se lanzó hacia Esmeralda, sus ojos llenos de preocupación. Aunque no podía hablar, su expresión lo decía todo. Su amor por Esmeralda se reflejaba en cada uno de sus gestos, en la forma en que tocaba su brazo con delicadeza, como si temiera que un solo movimiento más pudiera romperla por completo. Las grietas en el cuerpo de Esmeralda emitían una leve luz verde, un recordatorio doloroso de lo que había hecho para protegerlas.

Nagisa apenas notaba lo que sucedía a su alrededor. Su mente estaba nublada por el terror de no saber dónde estaban sus hermanas. Karla, Mary... pero sobre todo, Sarah. Sarah solo tenía 4 años, tan pequeña, tan vulnerable. La idea de que pudiera estar sola en algún lugar del bosque destruido, herida o peor, hacía que su corazón latiera con tal intensidad que sentía que podría estallar.

—¡Sarah! —gritó Nagisa, su voz llena de desesperación, mientras se ponía de pie de forma tambaleante.

Su respiración se volvió errática, y las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos. Todo su cuerpo temblaba, incapaz de contener el miedo abrumador que la invadía. El mundo a su alrededor se desmoronaba. Estaba allí, en medio de un bosque destruido, y no podía proteger a las personas que más amaba en el mundo.

Aria, la pequeña cachorra, se movía con más energía. Aunque también había sufrido por la explosión, su instinto natural la llevó a olfatear el aire en busca de alguna pista. Empezó a dar vueltas alrededor de Nagisa, soltando pequeños gemidos de preocupación al ver a su dueña en ese estado. Finalmente, se lanzó hacia un punto del bosque y comenzó a olfatear intensamente, como si hubiera captado algún rastro.

—Aria... por favor, por favor, encuéntralas... —susurró Nagisa, sus palabras casi inaudibles mientras luchaba por mantener la calma. Sabía que si se dejaba llevar por el pánico, no podría hacer nada por salvar a sus hermanas.

Esmeralda, aunque gravemente herida, se acercó a Nagisa con pasos lentos y vacilantes, su expresión llena de dolor. No podía hablar, pero su mirada lo decía todo. Sabía cuánto significaban las hermanas de Nagisa para ella, y haría todo lo posible por ayudar, a pesar de su propio estado. Lapis, con una expresión de angustia por el dolor de su amada, también se levantó, decidida a acompañarlas.

La desesperación de Nagisa se mezclaba con la creciente determinación. Sabía que no podía detenerse, no podía dejarse vencer por el miedo. Sarah, Karla, Mary... todas ellas la necesitaban ahora más que nunca. Cerró los ojos por un momento, tratando de calmar su respiración acelerada, intentando suprimir las imágenes horribles que aparecían en su mente.

Pero el miedo seguía allí, punzante y constante, recordándole que cada segundo que pasaba sin encontrar a sus hermanas era un segundo en el que algo terrible podría estarles sucediendo. Intentó inhalar profundamente, pero el aire denso y lleno de humo hacía que cada respiración fuera un desafío.

—¡Karla! ¡Mary! ¡Sarah! —gritó una vez más, con la voz rota por la ansiedad.

Lapis puso una mano en el hombro de Nagisa, su mirada firme y llena de preocupación. Aunque no podía hablar, quería hacerle saber que estaban juntas en esto, que no la dejaría sola en su búsqueda.

Nagisa miró a Esmeralda y Lapis, sintiendo una pequeña chispa de esperanza al darse cuenta de que no estaba completamente sola. Pero aun así, el peso de la responsabilidad la aplastaba. Las gemas eran fuertes, mucho más fuertes de lo que ella podía ser, pero Sarah... era solo una niña.

—No puedo perderlas... —dijo en voz baja, su garganta apretada por las lágrimas que luchaba por contener. Esmeralda apretó su mano suavemente en respuesta.

Aria, entretanto, seguía olfateando el suelo, avanzando lentamente por el bosque como si intentara encontrar un rastro. La pequeña cachorra comenzó a ladrar, su cola moviéndose con mayor rapidez mientras avanzaba. Había encontrado algo.

—¡Aria ha encontrado algo! —exclamó Nagisa, su corazón latiendo con renovada esperanza. Tal vez Karla, Mary o Sarah estaban cerca. Tal vez aún había tiempo.

Las tres, con Aria a la cabeza, comenzaron a moverse a través del bosque en dirección al lugar donde la cachorra había detectado el rastro. Nagisa no sabía cuánto tiempo había pasado desde la explosión, pero su corazón rogaba que no fuera demasiado tarde. Cada paso que daba, sentía el dolor en sus músculos, pero lo ignoraba. No había tiempo para preocuparse por sus propias heridas.

Finalmente, llegaron a un claro donde el bosque parecía haberse calmado un poco. El humo seguía flotando en el aire, pero no había fuego en esa área. Aria seguía olfateando el suelo, aunque parecía haber perdido la pista. Nagisa se detuvo, sus piernas temblorosas apenas sosteniéndola en pie.

—No están aquí... —murmuró, el terror amenazando con apoderarse de ella de nuevo.

Lapis se movió a su lado, su mirada llena de comprensión. Esmeralda también se acercó, aunque su dolor era evidente en cada paso que daba. No podían hablar, pero Nagisa podía sentir su apoyo silencioso.

—Debemos seguir buscando... no nos rendiremos. —dijo, más para sí misma que para las gemas. No podía permitirse caer en la desesperación. Sus hermanas la necesitaban. Todas ellas.

Aria comenzó a olfatear de nuevo, su pequeña cola moviéndose con determinación. Las cuatro figuras siguieron su rastro en el denso bosque, con la esperanza de encontrar a sus seres queridos antes de que fuera demasiado tarde.

**Continuará...**

Guerra de Cristal - Steven Universe AU Volúmen 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora