Han pasado más de 20 años desde que Ciudad Playa fue atacada por las personas y gobiernos más letales del mundo. Nadie sabe que pasó con las gemas que habitaban allí. Jasmin es una niña que creció en un mundo completamente aterrorizado por las gemas...
La cueva, con sus sombras sinuosas y sus oscuros recovecos, estaba lejos de ser un simple accidente geológico. Cada paso que las chicas y las gemas daban dentro de ese lugar parecía adentrarlas más en un laberinto de pesadillas, uno donde los miedos más profundos cobraban vida. En un rincón alejado, escondida entre las sombras, Jaspe copia observaba, sus ojos brillando con una malévola satisfacción. Ella era la fuente de todo aquel terror, la artífice que mantenía a todos atrapados en un ciclo interminable de dolor y desesperación.
Y, sin embargo, no estaba sola en su empresa. Lapis, quien había sido obligada a doblegarse ante la voluntad de Jaspe copia, se encontraba detrás de todo esto. Aunque su corazón se rompía con cada acto, sabía que no tenía otra opción. Su silencio era su condena, su modo de proteger lo poco que le quedaba, incluso si eso significaba traicionar a aquellas que una vez consideró amigas. Los fragmentos de las diamantes, tan codiciados, estaban en sus manos, y Lapis sabía que cualquier intento de resistir o de advertir al grupo podría ser su final.
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Peridot, mientras tanto, se encontraba en medio de su propia pesadilla. La cueva la había atrapado en un ciclo interminable de terrores, sus miedos más oscuros proyectados ante ella con una intensidad que casi la destruía. Primero, vio al coronel, la figura imponente y cruel que había dejado una marca imborrable en la vida de Ashley. Su figura dominante y despiadada la hacía temblar, un recordatorio de lo que podría pasarle si no era lo suficientemente fuerte para proteger a la chica que amaba.
Luego, vio a Maximiliano, el presidente, el hombre cuyo poder y frialdad la llenaban de miedo. La responsabilidad que cargaba sobre sus hombros se hacía más pesada al verlo, sabiendo que él estaba en parte detrás de todo el sufrimiento que las gemas y las chicas enfrentaban. Pero más que todo, fue la visión de Steven, su líder caído, lo que la hizo tambalearse. Steven, su faro de esperanza y bondad, yacía inerte ante ella, su cuerpo roto y sin vida. La culpa y el dolor la consumían, haciéndola sentir como si no mereciera seguir existiendo en un mundo donde él ya no estaba.
Finalmente, las imágenes de sus amigas del Cuarteto de Crystal aparecieron ante ella. Lapis, Esmeralda, Bismuto. Los recuerdos de las risas compartidas, de las luchas que enfrentaron juntas, todo parecía volverse en su contra. Sus rostros, en lugar de brindarle consuelo, la llenaban de un dolor insoportable, un recordatorio constante de todo lo que había perdido, de todo lo que no pudo proteger.
La presión se volvía insoportable. Peridot se encontraba al borde de la desesperación, su mente inundada por el caos. Todo su ser gritaba por un escape, por cualquier forma de liberarse de aquel tormento. Fue entonces cuando, en medio de su agonía, levantó una mano temblorosa hacia su gema. La idea de acabar con su sufrimiento era tentadora, casi irresistible. Romper su gema sería un final rápido, una manera de escapar del dolor que la estaba destruyendo desde dentro.
Pero justo cuando estuvo a punto de hacerlo, algo la detuvo. Sintió un calor, una suavidad que contrastaba con la frialdad del miedo. Alguien la estaba abrazando, envolviéndola en una burbuja de calidez y seguridad. Peridot, confundida y temblorosa, abrió los ojos y vio a Ashley, su rostro bañado en lágrimas, pero lleno de una determinación feroz.
Ashley había sentido la desesperación de Peridot, su conexión con ella era tan profunda que no necesitaba palabras para saber lo que estaba pasando. Con todo el coraje que podía reunir, Ashley había corrido hacia Peridot y la había abrazado, sin importarle el peligro que eso pudiera traerle. La cueva seguía susurrando, las sombras seguían retorciéndose, pero en ese momento, nada de eso importaba.
Peridot, que había estado al borde del abismo, se dejó llevar por la calidez del abrazo de Ashley. Se acurrucó en sus brazos, como si buscara refugio en esa chica que, a pesar de todo el dolor y el miedo, había sido lo suficientemente valiente como para llegar hasta ella. Su cuerpo temblaba, y las lágrimas caían de sus ojos mientras Ashley acariciaba su cabello y la sostenía cerca.
-Estoy aquí,- susurró Ashley, su voz quebrada por la emoción. -Estoy aquí, Peridot. No estás sola, no lo estarás nunca.-
Peridot, incapaz de hablar, respondió con un simple gesto, aferrándose más fuerte a Ashley, buscando consuelo en la única persona que parecía comprender el peso que llevaba sobre sus hombros. Y entonces, en ese momento de vulnerabilidad, Ashley, sin pensarlo, sin medir las consecuencias, dejó escapar lo que había estado sintiendo todo ese tiempo.
-Te amo,- susurró, su voz apenas audible, pero cargada de una sinceridad que atravesaba la oscuridad de la cueva. -Te amo, Peridot.-
El tiempo pareció detenerse. Las sombras, los miedos, todo se desvaneció por un momento, dejando solo a las dos, perdidas en ese instante de pura conexión. Peridot, que había estado al borde de la desesperación, sintió que algo dentro de ella se rompía, pero esta vez, no era su gema, sino las barreras que había levantado para protegerse del dolor. El amor de Ashley, su valentía, su determinación, todo parecía envolverla en una luz que le daba fuerza para seguir adelante.
El silencio que siguió fue roto solo por el suave sonido de la respiración de ambas, sincronizadas, como si el universo mismo reconociera la importancia de ese momento. La cueva, por un instante, pareció ceder, dejando que las dos compartieran ese momento sin interferencias. Pero la paz no duraría para siempre.
El miedo y la oscuridad seguían acechando, y las pruebas que enfrentarían serían aún más difíciles. Sin embargo, en ese abrazo, en esas palabras, había una promesa, un compromiso de no rendirse, de luchar juntas sin importar cuán difícil se volviera el camino.