Día 3: ¡¿Por qué a mí?!

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¡Quiero morir! Lo que me sucedió hoy fue lejos lo más horrible que le puede pasar a alguien. Siempre pensé que todo sería una estupidez, algo sin sentido que luego podría recalcar en el rostro arrugado de mi psicólogo, pero no, porque a mí nunca me pueden salir bien los planes. ¡Quiero morir! Nunca me ha interesado lo que el resto de mis compañeros de trabajo piensen sobre mí, solo que ahora he quedado más abajo que Roxana. Esto ha sido horripilante.

Como había tenido un sueño extraño en la noche, pensé todo el camino a la oficina, que debía hacer caso a las recomendaciones de mi terapeuta. Sí, había decidido que tenía que intimar con un hombre, con la única intención de demostrarle a todo el mundo que no soy homosexual. La decisión estaba tomada, ahora venía lo más complicado: ¿cómo le propondría sexo a Marcos?

Llegué a mi cubículo y encontré al larguirucho sentado allí, muy bien instalado y es que debo adiestrarlo toda esta semana. Le saludé cordialmente, cosa que no suelo hacer ni siquiera con mi madre. Comencé a ver algunas facturas, mientras el hombre hacía lo suyo con el reglamento interno. -¿Sabes cuál es la mejor forma de ascender en esta empresa?- Pregunté de pronto, como si fuese un tema de lo más normal. –Debes acostarte con tu jefe... mira a Roxana, de ser una simple secretaria, ahora es la jefa del departamento de relaciones públicas...- Dije mencionando nuevamente las dotes de coneja reproductora que tiene la tetona. ¡Es que la odio!

En fin, vi al de cabellera crespa mirándome perplejo, como si no supiera que los adultos hacen ese tipo de acciones para conseguir beneficios. –Lástima... mi jefe eres tú y nosotros nunca podremos tener sexo...- Respondió un tanto relajado, casi riendo al crear en su memoria quizás qué pasaje extraño. –En realidad te dije todo eso para que me la metas en el armario de las fotocopias...- Le dije sutilmente, de una forma educada y sin parecer desesperado. ¡Qué mierda! Debía saber inmediatamente que soy heterosexual, que el tener en mi interior a otro hombre no me atrae nada. Porque esa zona se hizo como vía de salida señores, no de entrada.

Los ojos del crespo se abrieron como los de mi padre cuando supo que le choqué el auto nuevo. De pronto se mira su entrepierna y luego la mía, como si tratara de unir las piezas de un rompecabezas. –Está bien... entonces lo haré... Después del almuerzo, espérame en aquel armario...- Respondió decidido, antes de marcharme de mi cubículo e irse a leer el reglamento en un sofá cerca de la ventana. ¡Oh por Blanca Nieves! ¿Tan fácil es tener relaciones íntimas? Pensé que Marcos me diría que no. Seguí con mis tareas, deseando un tanto nervioso que llegara la hora de asegurar mi heterosexualidad.

No pude comer nada, el estómago lo tenía contraído debido a lo que pronto sucedería. Abandoné el casino para irme directamente al lugar de las fotocopias. Sabía por experiencia propia, que allí ya nadie va, todos prefieren enviar documentos electrónicos o escanearlos. De hecho, como siempre está desocupado, es el lugar indicado para tomar mi siesta, esa que termina a las cuatro de la tarde, cuando mi jefe grita por todo el piso buscándome. ¿Qué quieren? Debo dormir mis doce horas diarias, de lo contrario andaría todo el día con malhumor.

Abrí la puerta y me invadió la más completa de las oscuridades. Me asusté en un principio, solo que al rato unas manos cubrieron mis ojos y un chirrido de su boca, me indicaron que debía callar. Así me dejé desvestir en aquella penumbra, dejando que el crespo hiciera su trabajo, me diera razones para ascenderlo recién en su segundo día de trabajo. ¡Madre mía! No sabía que una lengua se podía utilizar para ese tipo de propósitos, ni mucho menos que se sintiera tan... placenteramente. Eso no significaba nada, una mujer también podría lamerme aquella zona ¿no?

Luego vino un momento de incomodidad, cuando los dedos comenzaron a introducirse en mi cuerpo. Primero uno, luego se dio paso a dos y por último, tres fueron los que conocieron la candidez de mis entrañas. Finalmente, parece que estaba completamente dilatado y es que Marcos se levantó. Solo sentí el sonido metálico de su cinturón, luego de ello su falo erecto abrió paso entre mis carnes, sin compasión y logrando que mordiera mi puño con tal de no gritar del dolor. Se supone que estaba preparado, ¿por qué mierda me dolió tanto?

Lo del movimiento de perrito que comió algo descompuesto, lo sabía, era obvio. Solo que la sensación que produjo en mí, tras cada embestida, fue lo que me sorprendió. Jamás imaginé que pudiera experimentar algo como ello, y es que no quería que se detuviera.

Todo iba de mil maravillas, hasta que la puerta se abrió de pronto, causando que la luz ingresara violentamente al armario. Todos, prometo que cada uno de mis compañeros estaba allí afuera, contemplando boquiabiertos cómo era follado. –Yo sabía que era marica... Desde lejos se le notaba que se le quemaba el arroz... A ese siempre se le quedó una patita atrás...- Entre tantas otras frases, tuve que escuchar de quienes no podían dejar de contemplar tan íntima ocasión. Mi acompañante estaba dentro de mí aún, solo que no podía moverse y yo menos. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido y nos quedamos congelados. ¿Saben lo que más me llamó la atención? Fue la risa burlesca de Marcos, quien me veía desde afuera.

Sí, el muy perro hijo de la zorra prostituta de su pécora madre, no era el mismo que me estaba follando. ¡Ese pene no era el suyo! Asustado volteé para comprender mejor la situación y allí todo empeoró. Quien me había colocado en cuatro patas era alguien muy diferente, con panza peluda, anteojos gruesos, granos en la cara y frenillos para arreglar aquellos dientes horrendos. Con quien estaba intimando resultó ser ni más ni menos, que el ñoño de Ernesto, ese que colecciona figuritas de acción, el que con suerte había besado a su madre. ¿Así es que no te pudiste encontrar a nadie peor Marcos?

Tuve que vestirme y salir corriendo de allí, no iba a dejar que se siguieran burlando de mí. Me escondí en las escaleras de evacuación. Traté de sentarme en las escalas, solo que el trasero me dolía tanto que no podía. ¡Esta humillación me la pagará ese infeliz! Lo prometo, porque nadie se burla así de mí. Todos ahora me verán como un desquiciado sexual, antes solo era un loco normal, de esos que golpean las mesas y le dan espasmos esporádicos. Aunque ¿saben lo peor de todo? Es que me quedó gustando ser un gay pasivo... ¡Por la mierda! ¡Soy un puto marica!

Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora