Día 94: Somos como niños

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Hay pocas cosas más gratificantes que ver feliz a la persona que amas.  Eso me propuse el otro día, cuando supe que Ernesto nunca había ido a un parque de diversiones.

Pensé que nos podríamos subir a la montaña rusa o a entretenciones como esas, luego recordé el estado de él y me di cuenta que solo podríamos estar en el carrusel.

Te atropellaré!- gritó con todas sus fuerzas.

Al final terminamos en los autitos chocadores. "Se delicado, recuerda que está enfermo" me repetía en un principio, pero fue él quién terminó jugando como un niño, sin importarle si pudiera sufrir después.

Debo reconocer que soy competitivo, por lo que no me dejé vencer y comencé a chocarle con todas las fuerzas que esa pieza de metal tuviera.

De pronto, la estúpida máquina se detuvo. Justo la mía, de los casi veinte carros, solo el mío se averió. Y ahí me convertí en el blanco de todos los niños esos, que me humillaron en medio de la pista. Y Ernesto se les unió.

-¿Saben por qué sus papás duermen juntos?  Porque por las noches el pene de su papá se pone duro y se lo clava en la vagina a su mamá...  Ella sufre tanto, que jadea del dolor... - les dije tras terminar el juego.

No me iba a quedar callado, después de lo mal que me trataron. Muchos chicos quedaron helados, creo que en realidad los traumaticé.

-Mis papás no duermen juntos... Porque están separados y viven en casas diferentes... - apareció de pronto un pequeño sabelotodo, que quiso desmentir mis afirmaciones.

-Claro, se separaron por tu culpa... ¿Quién quiere tener un hijo tan pesado? - le respondí antes de irme triunfante. El pobre quedó llorando.

¿Qué? Si no soy yo, otro se lo iba a decir, tan solo me adelanté.

Salimos del galpón de los carritos, llevaba a Ernesto de la mano, ya que parecía que se había mareado. Iba a sentarlo en una banca, cuando apareció una anciana. Sin decir palabra alguna, abrazó a mi amado y entre mimos lo llevó hasta un asiento cercano.

Era María, su madre. Los vi desde lejos, observé cómo ella lo acariciaba con devoción, preocupada por su estado, como si fuera un niño pequeño.

Vi tanta ternura en los ojos de la anciana, que me costó no pensar en lo infeliz que fue mi infancia. Mis padres jamás me trataron de esa manera, mi mamá nunca me acarició con tanta ternura ni me cuidó  cuando más lo necesité.

Debo estar viejo, porque solo atiné  a llorar. No quería destruir la felicidad en los ojos de Ernesto, por lo que preferí irme a esconder al baño.

¿Por qué algunos tienen la suerte de contar con buenos padres y otros no?

Estaba muy triste en un cubículo, cuando escuché la voz de un niño en el espacio de al lado.

-¿Y tú por qué lloras? - dijo entre sollozos.

-Porque mis papis no me quieren... - le respondí con franqueza.

-Los míos tampoco, se separaron por mi culpa, porque soy un pésimo hijo... - A la mierda, era el pendejo de los autitos chocones.

Me entró un remordimiento enorme, había hecho sufrir a un pequeño inocente, a pensar de la misma manera que yo.

-Eso es mentira, no hay niño malo... Los adultos nos equivocamos mucho, pero nunca es culpa de un niño... ¿Qué  malo podría hacer alguien tan puro? Quizás es mejor que tus papis se hayan divorciado, es lo más sensato... Porque cuando uno no está feliz, se termina desquitando con el resto...  Creo que lo hicieron para que tú no sufrieras más, para que los vieras felices aunque no estuvieran juntos... - quise enmendar mi error y con ello, llegué a una conclusión que jamás había pensado. ¿Cómo  podían mis padres amarme si ellos ni siquiera se tenían afecto entre ellos?

El chico dejó llorar y con ello, preferí irme antes que supiera quién era yo.

Regresé donde Ernesto y lo encontré preocupado por mi desaparición. Me acerqué tímido, porque sabía que esa mujer no me quería. Tan solo que me llevé una sorpresa, porque tan solo al llegar a su lado, me abrazó con el cariño que nunca conocí de una madre.

-Gracias... - fue todo lo que me dijo.

Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora