Día 85: Adiós

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He ido muchas veces al departamento de Cata, solo que no tengo el valor para ingresar. ¿Qué le voy a decir? ¿Le tendré que pedir disculpas? No, lo que he hecho es abominable y no merezco su perdón. Tal vez no maté a Patricio, pero el hecho de haber caído en la trampa de La Papucha, me hace sentir ruin. 

Con doña Gracia nos fuimos a vivir a una pequeña pieza al otro lado de la ciudad, en un barrio tranquilo, poco conocido, casi rural. La anciana tenía una amiga de años, que no dudó en alojarnos. Me presentó como el más querido de sus sobrinos.

Al principio me costó acostumbrarme al olor a humedad, trapos viejos, naftalina y lana. Por Dios que teje esa señora, en un solo día la vi crear un gorro, unos guantes, un mantelito para la mesa y una bufanda para su perro. Me da la impresión que es adicta a la lana, como yo al sexo.

-Ya estás bien viejo, debes tener esposa e hijos supongo...- me dijo un día mientras almorzábamos.

Me quedé pasmado, hace mucho no escuchaba una pregunta así, ya daba por sentado que se me notaba tanto la homosexualidad, que era como tener un cartel en la frente con la frase en rojo "Soy Gay".

-No, mis gustos son diferentes... A ver, cómo se lo puedo decírselo..-trataba de encontrar la forma correcta para explicarle a una anciana.

-Le gusta el pico.- terminó mi frase doña Gracia.

La muy ni se inmutó y me delató con descaro. Su amiga, que se llama Berenice, no pudo seguir comiendo, y es que la idea de convivir con un maricón le causaba cierto rechazo. Al final no ha sido tan rara nuestra relación, tan solo ha rezado setenta rosarios por la redención de mi alma, y ha llevado tres veces a un sacerdote para que me exorcise. No le he tomado atención, he tenido toda mis energías puestas en mi amiga Catalina. 

Una de las tantas veces en que traté de hablarle y me quedé afuera de su casa, me encontré con un niño que subía las escaleras muy triste. Me sorprendió, ya que llevaba un semblante pésimo, para ser tan joven. Al otro día fue lo mismo y tal como yo estaba parado frente a la puerta de aquel departamento, se volvió rutina verle subir a su casa sumamente triste. 

No le di mucha importancia a aquel chiquillo, hasta que al ir ingresando al edificio, le vi parado en último piso de la construcción, a un paso del abismo. El pequeño quería suicidarse. Un dolor enorme acongojó mi corazón y es que los recuerdos de mi fatal infancia llegaron de pronto a mi cabeza. Aquella sensación de estar solo, de querer gritar, pero apagar el llanto al saber que nadie iría en tu ayuda, porque simplemente no le interesas a ningún ser. Mis miedos y recuerdos tristes estaban reflejados en aquel pobre que buscaba terminar con su agonía. 

De inmediato comencé a subir las escaleras desesperado, no tenía tiempo, podía lanzarse en cualquier instante. Agotado llegué a azotea, para encontrarme con un poema. 

Piececitos de niño,
azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,
Dios mío!

¡Piececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!

El hombre ciego ignora
que por donde pasáis,
una flor de luz viva
dejáis;

que allí donde ponéis
la plantita sangrante,
el nardo nace más
fragante.

Sed, puesto que marcháis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.

Piececitos de niño,
dos joyitas sufrientes,
¡cómo pasan sin veros
las gentes!

Gabriela Mistral hablaba a través de una mujer pelirroja. Ahí estaba Cata, consolando al pequeño, diciéndole con aquellos versos que su vida vale más que mil golpes. Por fin veía a mi amiga, y aun cuando sé que no se percató de mi presencia, me reconfortó verla salvándole la existencia a aquel menor. Es extraño de explicar, solo lo sentí, percibí que algo más grande que su gesto había nacido y que sea lo que sea, haría resurgir a Cata.

Me alejé sin hacer ruido, satisfecho por mi amiga, sabiendo que estaría bien y que se recuperaría, más que mal, es una verdadera guerrera. 

Adiós mi amiga, siempre te recordaré... Mi culpa no me dejará hablarte nunca más. Y prefiero irme de tu vida, para que puedas olvidar para siempre lo que aquel detestable hombre te ha hecho... 

Adiós.


Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora