Día 74: Duro con el palo

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Es raro venir a sentir esto a mi edad, sólo ahora me percaté que nunca había sentido lo que es ser cuidado por alguien. Desde aquel día en que doña Gracia me pidió que la quisiera, no nos hemos separado. Y sí, así se llama.

Hemos dormido juntos, ella me ha preparado el desayuno y yo la he llevado a comer afuera. Parece mi madre, o mi abuela, en realidad es bastante vieja.

-¿Cómo está el niño más bonito del mundo?- me dijo el otro día mientras despertaba. Me acarició el cabello y me sentí por un segundo como un perro, pero no uno callejero, sino que uno de raza que vive adentro de la casa.

A la anciana la he visto más activa, con más ánimos y ya no hace esas cosas tan raras. Y para ser sincero, yo también he estado más alegre. Se siente muy bien que alguien te quiera y se preocupe por ti.

Con doña Gracia ha ido todo bien, y con la Conchuda supongo que también, sólo que el otro día....

El sábado la invité a ella y al guapo de su hijo a almorzar. Mi nueva abuela preparó todo y le quedó exquisito. Yo me comporté como si estuviera cuerdo y hasta le hacía cumplidos a la vieja.

En un momento Pablo fue al baño y Gracia a la cocina. Me quedé sólo con la arrugada y ella aprovechó para hablarme sin caretas.

-¿Hasta cuándo vas a seguir fingiendo? Pedí que te investigaran y tengo pruebas que señalan que esos no son tus padres... Y que de hecho tu madre falsa ni siquiera es mujer... Eres pobre como una rata y si eso no fuera poco, estuviste en la cárcel y en el manicomio... Aunque te hagas pasar por el hijo de alguna reina, jamás dejaré que te quedes con mi hijo... ¿te queda claro?- la muy asquerosa se le ocurrió pagarle a un detective.

Doña Conchuda siguió comiendo su postre mientras yo había quedado deshecho. Aunque me esforcé mucho, no pude lograr lo que quería. Tenía que resignarme a perder a Pablo para siempre.

Le pedí permiso para levantarme de la mesa. Quería tomar un poco de aire, caminé hasta el ventanal que da a la terraza cuando me encontré con algo hermoso.

Delante de mi estaba un gran y grueso madero. Un palo de tomo y lomo que La Papucha tiene de adorno, recuerdo de su infancia en los potreros. Sus papás trabajaban en el hipódromo, por eso mi amiga salió yegua desde chica.

En fin, resulta que me llené de rabia contra esa desgraciada vieja y al ver ese madero, no me pude contener e hice lo que cualquiera en mi lugar hubiera hecho:

Le pegué a la vieja con el palo...

Al principio pensé que la había cagado, que todas mis posibilidades con Pablo se habían acabado, sólo que no me percaté que la vieja se estaba asfixiando con un pedazo de galleta.

¿Qué sucedió entonces? Aunque quise noquearla con el golpe, lo único que logré fue salvarle la vida.

-Si no hubiera sido por tu ayuda, ahora estaría muerta... Te debo la vida hijo mío, sólo ahora puedo ver lo hermoso que eres....- Doña Conchuda hasta me abrazó, porque todos creyeron que en realidad la quise salvar... Si supieran la verdad...

-Te agradezco lo que hiciste por mi madre... Supongo que no sabes la maniobra de Heimlich y por eso ocupaste el madero, ¿verdad?- me preguntó Pablo mientras se iba.

Obvio que señalé que sí, que todo fue con la intención de salvar a la uva pasa.

-Ahora lo único que quiero es que mi hijo se quede contigo... ¡Bésalo!- gritó la anciana desde el auto.

Como yo soy tan obediente, introduje mi lengua en la boca del pelirrojo hasta tocar sus amígdalas. ¡Lo logré! Por fin aquel machote será mío.

Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora