Día 15: Adicción

320 40 12
                                    


Nunca pensé que le extrañaría tanto, y es que antes parecía tan irrelevante en mi vida, solo que ahora me he dado cuenta que no puedo vivir sin él. Es como una adicción, el no verle todo este tiempo me está dañando, a tal punto que le he buscado desesperadamente por toda la ciudad, por toda la enorme capital. Pues sí, soy adicto al sexo y extraño en demasía el miembro poco desarrollado de Marcos, no al hombre, sino a ese que le hace varón. ¡Oh por Bush! Necesito tenerle entre mis manos, en mi boca, dentro de mí, en la oreja, en la nariz, en la axila, en la rodilla y en cualquier otra parte donde se pueda apretar.

¿Dónde mierda se ha ido? ¿Quién se cree? Se supone que contaría el secreto de su hermana si no accedía a intimar conmigo, solo que fue la misma Roxana quien me encaró. -¿Cómo pudiste destruirle la vida a Marcos?... Tenía que haber intuido que nada bueno podría salir de ti, si estás desquiciado. Quiero que sepas que ya le he contado a mi ex marido que su hija menor no es de él, espero que eso no me afecte en los tribunales de familia... pero no podía permitir que siguieras dañando a quien tanto amo....- Fue el sermón que la tetona me recitó, como si quisiera escuchar su voz chillona. ¿De qué le sirve? Si el sujeto ya se fue y ahora no puedo extorsionarlo, se ha ido toda la diversión de saber un secreto.

El pelo se me ha puesto seco, la piel amarillenta y mis ojos ya no tienen brillo. ¡Necesitaba de sexo! ¡Y rápido! Desesperado acudí a una aberración de la naturaleza, a una acción que me hiso rebajar en la cadena de valor: Ernesto. -¿Ahora me hablas? ¿Luego de todo lo que me has hecho?... ¿Sabías que he tenido que arrendar un cuarto en una casa que se cae a pedazos? Me echaron de la casa donde trabaja mi madre y a ella por poco la despiden... Y todo por tu culpa...- Fue el reproche que recibí del feo, aunque no le tomé atención porque me dediqué a contar cada una de sus espinillas. Una vez me dijeron que quienes más se masturbaban, tenían más acné. Si fuera por eso, significaría que este pobre engendro se autocomplace bastante seguido. ¿Lo hará en el trabajo también?

-¿Crees que me importa?... Ahora bájate los pantalones y erecta tu pene...- Le dije mientras forcejeaba con él para que me diera lo que quería, y es que si pasaba otro día sin intimar, creía que moriría. ¿Pueden creer que se negaba? Esa cosa horrenda debería dar gracias a su suerte por hacer que le haya elegido, por tener la oportunidad de penetrar mi delicioso y suculento cuerpo. Como no iba a salir del baño del trabajo sin haber sudado lo suficiente, empujé al gordo al retrete para dejarle sentado. Una vez así, le arranqué de cuajo los pantalones y la ropa interior. Ahí me encontré con su miembro flácido, incluso temeroso ante mi mirada. Ok, será feo Ernesto, pero es bastante más dotado que Marcos, y por mucho. Llevé mis manos a su carne y la masajeé con la única intención de excitarle, de abrir el camino al sexo.

Quince minutos, eso me demoré en lograr mi cometido y es que el muy imbécil se negaba, finalmente me saqué el cinturón y comencé a darle latigazos. ¿Pueden creerle que la agresión física le excita? Y es que yo le golpeaba de rabia, en ningún momento pensé que sería adepto de aquel fetiche. –Abre las piernas y ponlo en punta... Prepárate, que saltaré como coneja monja...- Le dije antes de posicionarme sobre él, quien a esas alturas ya se había entregado a su destino, a ser utilizado como un objeto sexual. Y es que debería comprender que lo único bueno que ha hecho en su vida es haber nacido con una verga promedio.

En medio del acto mismo, comencé a preguntarme la razón por la cual me gustan los falos de gran tamaño. ¿Será cultural? ¿Inherente al ser humano? Creo que fue el sexo más intelectual que he tenido y es que me pregunté un sinfín de opciones, hasta que llegué a una conclusión: los ahorros que tengo para irme de vacaciones al caribe, los gastaré para contratar a un gigoló moreno, de esos con el rabo gigante. ¡Oh God! Eso es lo que quiero. ¿Por qué conformarme con leche si puedo lamer chocolate? Claro que sí. ¿Y Ernesto? Pues en algún momento se me acabará el dinero y tendré que optar por lo más barato: aprovecharme del feo.

0


Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora