Día 92: Suegrita

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¿Quién separó a Ernesto de su mamá? Pues sí, fui yo y por eso quería remediar mi error.

Fui hasta la mansión donde trabaja la anciana. La última vez que había estado allí hice un escándalo, por lo que esperaba que nadie se acordara.

-Buenos días señora... Yo... Yo...  Vengo a traerle la buena nueva del señor... -  entré en pánico y no supe qué más decir.

Para mi suerte andaba hasta decente, nada de ropa ajustada o colores claros, un típico Gay religioso escondido en lo más profundo del armario, casi llegando a Narnia.

La mamá de mi amado me aceptó e ingresé a esa enorme casona. Me llevó hasta la cocina, donde me sirvió un poco de té y mientras lo tomaba, me miraba expectante.

-¿Qué  quiere? - le pregunté un poco intimidado por sus grandes ojos.

-Comience a hablarme de Dios, ¿no vino a eso?- ay verdad, tenía que evangelizar.

¿Qué  se supone que dicen los religiosos?  Cada vez que iban a mi casa, yo los espantaba. Una vez incluso les ofrecí que tuvieran sexo conmigo primero, y que después les dejaría hablarme de su señor. Nunca había visto a un par de hombres corriendo tan rápido.

-Sí, bueno...  Según el apóstol Califeo, en el versículo ochorrocientos... Las madres son... Ángeles de Dios que vienen a cuidar a sus fieles... Oh mamita, pobre de ti que dejes botado a tu hijo, especialmente si está enfermo... Como por ejemplo, que tenga cáncer terminal... - traté de improvisar, pero lo único que logré fue asustar a la pobre vieja.

-¿Está seguro que dice eso?  Parece muy puntual... Además, ¿de qué me sirve? Yo ni tengo hijos... - respondió la muy descarada.

En ese momento me dieron ganas de estrangular a la mentirosa. ¿Cómo que no tiene hijos?  ¿Y Ernesto qué? Ah no, no iba a dejar que se hiciera la loca.

-¿Está segura? Porque acaba de bajar un ángel a decirme que si tiene un hijo... ¿Cómo se llama angelito? ¿Enrique?... Ah no, ¿Ernesto? Sí, se llama Ernesto... - y ahora hablo con bebés rubios en pañales. Ay no, ese parece que es Cupido ¿no? En fin, hice el ridículo,  de nuevo, delante de esa vieja.

La mamá de mi amado quedó helada, no sabía si creerme o no. Por suerte, parecía, llegó el dueño de casa a la cocina.

-¿María?  ¿Quién es éste? - preguntó el señor elegante, de esos que creen ser mejor por tener dinero.

Cuando le vi caminar de una forma rara y hablar agudo, tuve que prever que eso no terminaría bien.

Yo te conozco!  ¡Tú  eres el puto que me arrancó lo huevos con los dientes! - Santa Cachucha, justo tenía que ser el chiclán.

Cuando trabajaba en el antro de doña Berna, junto con Cata, un estúpido me confundió con una de la putas y para defenderme, hice lo que cualquiera hubiera pensado en mi lugar: le arranqué los testículos con mi bella boca.

-No hermano mío, se equivoca... Yo no soy el hombre que encontró en los baños y quiso violar... - está bien, me delaté y es que estaba muy nervioso.

-Mejor aquí corrió, que aquí murió... - me tomé el té, y salí corriendo como amante cuando llega el esposo.

Ahora si que arruiné todo, la mamá de Ernesto no querrá verlo nunca más. ¿Por qué tengo tanta mala suerte?

Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora