Día 24: Es lo que hay

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Y cuando se hizo de noche, fui dichoso a la biblioteca. Había chantajeado a El Papucho y ahora podría liberar todo el deseo y candor que tenía en mis entrañas.

Eran las once de la noche y el muy desgraciado todavía no aparecía. ¿Quién se cree? ¿Cómo se le ocurre dejarme plantado? Ya estaba buscando la forma en que le contaría a todos la clase de marica que era, cuando escucho que la puerta de aquella habitación repleta de libros se abría lentamente. -Así que por fin te dignas a aparecer...- Pronuncié extasiado al imaginar lo que pronto sucedería.

Me asomé a la entrada y lo que vi, me dejó perplejo. No se trataba del delincuente líder de la cárcel, sino que de uno de sus secuaces. - Vengo a ponerte el rabo entre las piernas... ¿Querías verga?, pues aquí tienes una.- Sentenció el moreno de dos metros, cuyo cuerpo estaba decorado con variados tatuajes, cada uno más espeluznante que el anterior. ¿Qué significaba eso? ¿Se estaban burlando de mi?

El sujeto se bajó el pantalón y me mostró su erección completa. Me quedé mirándolo por unos segundos antes que sucediera lo inevitable.

Mis carcajadas resonaban por toda la biblioteca. ¿Cómo mierda puede tener un pene tan chico? Si es tan grandote y le mide como un dedo. Me burlé a más no poder de sus cosita enana, a lo que el respondió indignado. -No sabes el error que estás cometiendo...- Me amenazó de inmediato.

-No... Es tu jefe quien no sabe con quién se ha metido...- Después de aquel desaire estaba decidido a contarle a todo el mundo el secreto de El Papucho. Me dirigía a la salida para regresar a mi celda, cuando recordé lo mucho que deseaba tener sexo.

Mi madre siempre me dijo "a falta de pan, ricas son las tortas". Si ahora no tenía el pollón de aquel delincuente marica me tendría que conformar con el dedo de aquel sujeto tatuado.

Me di media vuelta, me arrodillé y metí aquella cosita en mi boca. Algo es algo y es que el calor de un hombre era todo lo que necesitaba.

A la hora de tenerlo dentro de mis entrañas, tuve que fingir que lo gozaba, no tan sólo por agradar al grandulón, sino que para imaginar que era el polvo de mi vida. ¡Necesitaba tanto eso!

En fin, me conformé con lo que tenía a mano. ¡Ah! Pero mañana le cuento a todos que El Papucho gusta de las pollas por atrás. Esta me las paga, ¡lo juro! No saben lo que es capaz un gay cuando le engañan con sexo.

Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora