Día 9: ¡¡Soy Gay!!

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El día de hoy, desperté sabiendo lo importante que sería. Quien me humilló pagaría por su ofensa y además, tendría por fin entre mis carnes al hombre que tanto me gustaba. Y ya qué, si todos los sabían y gritaban por los pasillos, creo que no queda de otra que reconocer que soy homosexual. Sí señores, soy de esos que se le queda una patita atrás, los que hablan finamente, quienes ven a las mujeres... pero con asco. Esos senos, esas caderas. ¡Por Dios! Que desagradables son, sin ofender a quien sea de aquel género y lea este relato, pero es que, nada se compara con un buen trasero duro, una espalda amplia y esa voz gruesa que tanto me hace desfallecer.

Ahora que pienso, mi orientación sexual era bastante evidente. A los cuatro años pedí para mi cumpleaños un Ken, no por ser mi modelo a seguir, sino porque lo encontraba guapísimo. Solía encerrarme en el cuarto de mis padres para colocarme las prendas de mi mamá, y es que los tacones con minifalda me quedaban mucho mejor que a ella, su pierna gorda le impedía lucir glamorosa como yo. Ni hablar del maquillaje, siempre le sacada el lápiz labial de su bolso, hasta mi gato de infancia supo lo que era pintarse los labios. ¡Se veía tan sexy! Lástima que mi vecino lo atropelló.

En fin, supongo que no quieren saber sobre mi niñez, y es que lo que importa en este día es mi travesía con el sensual Marcos. Como habíamos quedado, nos juntaríamos en los baños del centro comercial cercano a la oficina, luego de la hora de trabajo. En la mañana me refregué en la ducha hasta en aquellos lugares que siempre olvido, como detrás de la oreja y entre los dedos de los pies. No podía quedar en vergüenza durante tan apasionante experiencia. También me dediqué más a la hora de escoger la ropa interior, no elegí ninguna que tuviera alguna rotura, lo que me dejó solo ante el bóxer de los domingos, ese que usaba para ir a misa con mis padres. ¿Qué estaba pensando? ¿Acaso imaginaba que algún sacerdote me desnudaría a la hora de la confesión? Aunque como van las cosas en la Iglesia, tampoco sería extraño.

Completamente pulcro, me fui a la oficina, deseando que llegara cuanto antes el momento de ir a aquel bendito shopping. Como ya se ha hecho costumbre, a mitad de la tarde llegó a mi escritorio el arrastrado de Ernesto, pidiéndome nuevamente una oportunidad amorosa. –Que eres feo, pobre y tarado... ¡Nunca me vas a gustar!- Le grité enfadado ante su insistencia. Ya no es normal que trate tan vehemente estar a mi lado, esto se le ha convertido en una obsesión. Aunque no le culpo, cualquiera queda embobado con mi cuerpo candente.

Finalmente, tras despachar todas las facturas que se pusieran en mi camino, salí del trabajo rumbo al lugar de mi glorificación, allí donde conocería el paraíso. Caminé hasta el baño más apartado, aquel en el piso sexto y esperé a mi amante, mirándome fijamente al espejo. Durante los quince minutos en los cuales estuve allí, nadie se atrevió a irrumpir, tal parece que era el lugar perfecto para intimar. –Aquí me tienes. Has ganado y puedes hacer conmigo lo que quieras...- Fue la forma que tuvo Marcos para anunciarse. El rostro de perdedor, agobiado ante el enemigo, fue el mejor de los estimulantes y es que me encendió como pasto seco.

Sin decir palabra alguna, le llevé agresivamente hasta uno de los cubículos y tras dejarnos ahí encerrados, le quité agresivamente la ropa. Primero fue su chaqueta, de la que debía deshacerme para lograr arrancarle la camisa, esa que me dejó entrever sus pezones. ¡Oh por la reina de Inglaterra! Los vi y sin siquiera reparar en miramientos, llevé el izquierdo a mi boca, con el cual jugueteé insaciablemente. Pude sentir claramente cómo cada parte del cuerpo del crespo se estremeció ante el poderío de mi lengua.

Tras dejarle húmedos sus pezones, me fui por el pantalón, el cual dejé redado en el suelo. Tan solo quedaba el calzoncillo, era el único que me impedía dar riendas sueltas a mis pasiones. Ahora que pienso, narrándolo de esta manera, parezco todo un pervertido sexual, un psicópata sin remedio... Solo que yendo cinco años seguidos al psicólogo, dos veces por día, no pueden creer que soy alguien normal. ¡A la mierda! Lo pasé bien y me da lo mismo lo que pienses de mí, así es que ya saben por dónde meterse sus quejas.

Para quienes quieren seguir escuchando lo que hice, pues resulta que me quedé mirando aquel bulto extranjero, estaba a un palmo de distancia y lo único que hice fue relamerme los labios, pronto todo eso sería mío. Como si fuese el papel de regalo más valioso, quité lentamente la prenda del cuerpo de Marcos, dejando libre poco a poco esa carne que tanto anhelaba en conocer. Debo reconocer que tras dejarle al descubierto, quedé un poco desilusionado, imaginaba que para la estatura del larguirucho, su pene sería más grande. Me tuve que conformar y haciendo uso de mis largos años de películas porno, llevé a mi boca aquel falo que lentamente se erigía. Recorrí desde la punta hasta su fin, toda aquella extensión de piel caliente conoció los favores de mi lengua, quien se hacía con su sabor como si fuese el más mágico de los platillos. A lo lejos me encontraba con los gemidos apagados del crespo, esos que morían por resonar en las paredes del baño, pero que su dueño buscaba esconder, quizás porque no me quería dar esa ventaja.

Cuando ya me había cansado de la felación me levanté y sin esperar su accionar, me quité rápidamente la ropa. Quedando completamente desnudo, volteé y le mostré mi trasero. No es la gran cosa, lo sé, pero eso era un chantaje y él debía penetrarme. Tal parece que ya había estado con hombres antes, porque comenzó a dilatar aquella zona, introduciendo sus dedos poco a poco, jugueteando con su saliva y entregándome un placer inconmensurable. Nunca antes había sentido tanta felicidad y es que no puedes comparar el sexo con alguien que realmente te gusta, a una burla con el feo del trabajo.

Las embestidas comenzaron a ser cada vez más rápidas, de la nada habíamos llegado al clímax y si mal no recuerdo, toda la penetración no duró más de dos minutos. ¡Sesenta segundos! Nada más que eso y sin pedir permiso, ni avisar, Marcos expulsó su esencia en mí. ¿Quién se cree? ¿Cómo se le ocurrió entregarme tan poco placer? – ¿Tienes eyaculación precoz?- Pregunté exaltado, no pudiendo creer que todo fue hermoso, hasta que me di cuenta de su problema. Un tanto ofuscado, el hermano de Roxana bufó, como si no le importara lo que acababa de preguntarle. –Pues tendrás que combatir con eso, porque para la otra ocasión quiero que lo hagas como se debe... y no acabar tan pronto.- Sentencié firmemente, ante la mirada atónita del crespo. Claro que repetiré, ¿acaso creyó que le chantajearía una sola vez? Pues qué imbécil es.

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Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora