Día 89:Unos Meses

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Lo vi salir de su casa creyendo que ya no estaba esperándolo, que me había resignado. Decidí esconderme detrás de unos arbustos y esperar a que saliera.

Ernesto está cada vez más  delgado, de eso me di cuenta mientras lo seguía hasta el hospital. Iba solo, sin ningún  familiar y me fue imposible recordar que fui yo quien lo separó de su madre.

Entró al edificio blanco, aquel antiguo y de aspecto descuidado. Tan solo al ingresar escuchas el murmullo de los enfermos, la tos, las quejas, el llanto de los niños. Largas filas que se extienden solo para recibir como respuesta , muchas veces, un no.

Ahí encontré a mi amado, sacando un cuaderno de su mochila y armándose de valor para esperar en la larga fila de Oncología.

-Yo hago la fila, tú  siéntate por mientras... - le dije mientras intentaba sacarle el cuaderno.

El muy necio se resistió, por nada del mundo quería recibir mi ayuda, no deseaba ni siquiera mi presencia allí.

Toqué  su cuerpo en el forcejeo y me paralicé al percatarme lo delgado que está, solo es huesos y carne. Cada vez es más notoria una joroba, mientras su rostro se hunde en los recodos de su cráneo.

Entre la pelea, no me aguanté y lo abracé, mis brazos sostuvieron toda su debilidad, aquel cansancio fúnebre que le baña por completo.

-¿Por qué ahora?  ¿Tanta lástima te provoco?-escuché su voz en mi cuello.

Había señoras mayores viéndonos, niños enfermos, hombres rudos y ninguno de ellos me importaron, sólo éramos nosotros, juntos en aquella tristeza que se ha empecinado en rodearnos. En ese momento le besé, como lo hace un hombre a su amado, como cualquiera demuestra su amor.

Escuchamos rumores, cuchicheos reprobando nuestro acto, pero nada me importó, solo quería sentir sus labios tibios.

Ernesto se refugió en mi pecho, lloró como niño pequeño, escondiéndose de la realidad. Sus brazos frágiles me rodearon tiernamente.

-Perdóname por todo lo que te he hecho...  Sé que no merezco tu perdón, pero no me alejes en este momento...  No soporto tenerte lejos. Déjame cuidarte, por favor... - sentencié a la vez que tomaba en mis manos su rostro.

Nunca en mi vida había sentido algo parecido, nadie me había importado tanto y es que saber que está tan enfermo, que podría perderle, me destruye el alma por completo.

Nos quedamos en silencio lo que quedaba de mañana, fui su compañero en la sesión de quimioterapia. Vi cuando le inyectaron y pusieron aquella sonda. Las gotas del medicamento caían lentamente y puedo jurar que hasta las escuchaba.

No era necesario platicar, solo nos mirábamos con ternura. Al rato se quedó dormido. Supongo que aquella sustancia lo debilitada a tal punto, que no podía controlar el sueño.

Una doctora muy anciana me hizo señas desde la puerta de la habitación común.

-Me alegro mucho que por fin haya venido un familiar... ¿Qué parentesco tiene con el paciente? - preguntó aliviada al verme acompañando a Ernesto.

-Soy su esposa... Ya sé que soy muy peluda, pero es que tengo un desorden hormonal...  Dígame,  ¿en qué soy bueno? - respondí serio.

Sus ojos se abrieron por completo, como si por unos segundos me analizara, creyendo que en realidad soy una mujer muy velluda.

-En fin...  Peor es nada... - hizo una pausa para reponerse del mal momento.  - Mire, esto es muy complicado... Tiene que ser fuerte y estar a su lado siempre... Las sesiones que le estamos dosificando son solo paliativas, para que no sufra mucho... Pero la verdad es que le detectamos muy tarde el cáncer gástrico... Es cosa de meses para su deceso... - como buena doctora ni siquiera se inmutó con el diagnóstico.

Fuerte... Mis calzones.  Seré una roca. No le voy a dejar solo nunca más. Lo amaré como se merece, cómo él me ama.

Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora