Día 64: Como Rambo

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Les prometo que nunca más pensaré que las películas son sólo fantasía, porque es verdad que la realidad supera la ficción y por mucho.

Estaba tranquilo en mi habitación, tocando mi entrepierna, cuando escucho un estruendo. Un poco asustado salí al patio para ver de qué se trataba.

En ese momento me encontré con doctores y enfermeras corriendo desesperados, como si hubiera un ataque zombie. Hacia la entrada del manicomio vi un poco de polvo.

-Nos están asaltando, a nosotros... Si no tenemos nada de valor, ni siquiera nuestros pacientes sirven de algo...- dijo una de las mujeres de blanco.

¿Un asalto? De inmediato vino a mi cabeza La Papucha, ¿será ella? Caminé al epicentro del ataque, tenía que comprobar la situación y si no era mi amigo, por lo menos esperaba que los ladrones me violaran un poco.

Dicho y hecho. En medio del polvo y de los hombres con tatuajes, me encontré con mi marica favorita. Cata no cuenta, tiene tetas.

-Recibí tu llamado de ayuda, vine a rescatarte...- dijo sonriente La Papucha, abriendo los brazos y mostrando su cooperación.

-Lo único que quería es que me ayudaras a comprobar la identidad de un hombre... No que vinieras con un camión y derrumbaras la mitad del manicomio- le respondí con pesar.

Su cara demostraba desilusión, casi como si lo hubiera tratado de tonto.

-Pues lo hecho, hecho está... Ahora tú decides si te escapas o no, ¿o te gustó que te metieran electricidad por el culo?- respondió un poco ofuscado.

Si la oportunidad viene a ti, mejor tómala. Supongo que desde afuera sería más fácil realizar mis planes. Me iba feliz con mi marica, cuando recordé que dejaba algo.

Corrí por los pasillos hasta llegar a su habitación.

-Pablo, vente... Nos vamos- le dije al pelirrojo, quien no entendía nada de lo que sucedía.

-Afuera podrás demostrar quién eres.... Es lo que deseas, tu vida de regreso, ¿o no?- traté de apurarlo.

No teníamos mucho tiempo antes que llegara la policía con sus trajes de combate, sus macanas, y esos traseros gorditos que se mueven con ricura. Tampoco es tan mala idea que me apresen, podría agarrar alguna presa en el forcejeo.

Todo iba bien, hasta que en el patio nos encontramos con la vieja de siempre, ahora con un palo con clavos, casi como una anciana de la milicia.

-O me sacan de este chiquero o les saco los ojos con el palo...- nos dijo la arrugada.

Siempre tiene que incomodar la muy aburrida. En un solo movimiento le quité el madero y la dejé atrás, no me llevaría a la mujer más loca que he conocido, después de mi madre.

-Sé donde está Ernesto, ¿no te interesa?- gritó mientras la dejábamos atrás.

Di media vuelta, me acerqué a ella, me agaché, tomé sus piernas huesudas y me la eché en hombros. Claro que quería saber dónde está el feo, y si era necesario, me llevaría a la uva pasa ésa.

Así es como ahora estoy en libertad, en una enorme casa propiedad de mi amiga maricona. ¡Prepárate mundo, este es sólo el comienzo!

Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora