Día 60: Tan tan tarán

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El patio estaba repleto de todos los locos del manicomio, habían flores silvestres colocadas en vasos de plástico. Todos estaban con sus mejores prendas, vale decir, las camisas de fuerza.

Frente a todos, estaba la anciana más vieja del lugar, esa entrometida que siempre me persigue. Detrás de una mesa, iba a hacer de sacerdote. Porque claro, lo que les describo es ni más ni menos que mi boda.

Como somos dos hombres, no nos podemos casar de verdad y al verdadero Pablo no le quedó de otra que hacer una ceremonia simbólica delante de todos los dementes estos. Algo es algo, por lo menos desde hoy seré la señora del Río, o señor, como prefieran.

Estaba en mi habitación cuando llegó Cata a visitarme.

-¿Entonces tengo que llevarte al altar?- es lo que divertida me preguntó la pelirroja.

Como es mi mejor amiga y ni me importa mi familia, espero que ahora estén bien con sus perros, decidí que fuera ella quien me llevaría hasta el altar. Además le pedí un favor.

Me miré al espejo y estaba radiante, con los labios bien rojos, los párpados delineados y mi impecable vestido blanco, tan ancho y grande que llegaba hasta el suelo. Ese mismo que me trajo mi amiga. Ahí estaba yo, la maricona vestida de novia. ¡Pero qué sensual me veía!

Salí de mi habitación y me dirigí hasta  el patio, donde todos comenzaron a golpear sus zapatos con el piso, tratando de entonar la marcha nupcial.

En el altar improvisado se encontraba el pelirrojo, quien obligado tenía que hacer esta locura. Uy papi, y eso que no sabes qué tengo preparado para la luna de miel, ahí si que quedarás negra, pero bien negra.

-Estamos aquí reunidos para celebrar la unión de este guapetón, de gran polla que suelo ver en los baños cuando lo espío...con la maricona aquí vestida que jura verse bien, cuando en realidad parece payaso borracho. Aunque se supone que esta mierda es entre hombre y mujer, hoy lo hacemos entre dos varones, porque uno quiere tener el pito del otro en su culo...- son las palabras delicadas que mencionó la anciana entrometida.

Dijo un par de estupideces más, antes de preguntarle a Pablo si quería ser mi esposo. A lo que respondió afirmativamente, aunque a regañadientes. Luego colocó en mi dedo anular una argolla de cerveza, lo único parecido a un anillo que encontramos.

Cuando me preguntaron a mí, respondí gritando que sí, saqué la argolla de lata y se la coloqué en el dedo respectivo. Si por mi fuera, le hubiera puesto un condón en el pene, pero teníamos que guardar compostura. No podía quedar mal delante de mi esposo de manjar.

-¿Hay algún loco que quiera oponerse a esta aberración? Que hable ahora o que calle para siempre.- sentenció finalmente la vieja fea esa.

-¡Yo!- escuchamos a nuestras espaldas.

No podía ser Ernesto, porque le di ochenta gotas de laxante para caballos, lo último que supe de él es que estuvo toda la mañana en el baño.

Me di vuelta para ver al responsable y así me encontré con la maraca de Laurita. Uy, si no me puede caer peor. De seguro ahora se prendó de mi manjarcito y se lo quiere quedar para ella, la muy putona.

-Ah no su maraca, no me vas a arruinar mi boda. Ya verás...- grité antes de salir corriendo para golpear a la pelada.

-No puedes ser feliz, yo debo tener a todos los hombres de aquí... No tú...- decía mientras corría tratando de huir de mis garras.

Si no fuera porque los locos nos separaron, la hubiera matado. Al final le di un beso bien dado al verdadero Pablo y terminamos el matrimonio. Me llevé al pelirrojo a mi cuarto para darle la mejor noche de su vida. ¡Ya verán como se enamora de mi culete y su movimiento!

Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora