Día 100: Y el padre es...

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El otro día Joaquín me preguntó por su mamá. No es la primera vez que lo hace, es obvio que al ver a sus compañeros de colegio, se cuestionará por qué él no tiene a una mujer a quien llamar madre. 

Me es difícil explicarle la situación, porque... Es muy pequeño para comprender algunas cosas. ¿Cómo le digo que es hijo de la zorra de Laurita, que la muy suelta saltaba de rabo en rabo y que su padre no solo podría ser yo, sino que cualquiera que tenga pene en esta ciudad? Claro que no, todo a su debido tiempo, ahora me limito a mentir un poco.

-Bueno.. ya te había dicho antes. Ella... bueno.... no me quería, así es que se marchó cuando eras muy pequeño...- Nuevamente esa mentira. Si sólo por casualidad tuve relaciones UNA vez con una mujer, y fue porque la confundí con un hombre.

-¿Estás seguro? Es que... todos mis compañeros me dicen que tú eres muy maricón...- fue la primera vez que me dijo algo así.

Yo quedé anonadado, como travesti en ginecólogo. ¿Cómo que maricón? ¿Tanto se me nota ahora? Si hasta unos pendejos se dan cuenta que me gusta la verga. ¡Ay por Dios! Se me ha salido toda la pluma desde que soy madre-padre. Supongo que no tuve que ir a buscarlo a la escuela con mis pantalones rosados fosforescentes, o no andar con mi cartera de cuero, o dejar de depilarme las cejas, o dejar de colocarme base para tapar las arrugas, o no echarme rubor en las mejillas, o no pintarme las uñas rojas, o simplemente dejar de coquetearle al profesor de educación física.... y al portero... y al que atiende el kiosco... y al director... y al inspector... Mierda, si que soy bien puta.

-Vale, me pillaste... soy marica... pero eso no me impide quererte... ¿o tu te avergonzarás de mí?- pregunté temiendo lo peor.

El pequeño me miró detenidamente por un par de segundos.

-Claro que no.... si también soy marica... Ahora somos papá e hijo maricones...-me abrazó fuertemente luego de su confesión.

Ay ya, para qué seguir haciéndonos los locos, si todo el mundo sabía que no somos los típicos hombres.... Bueno, en el caso de Joaquín, creo que ni siquiera quiere serlo. Hace rato que estoy ahorrando el dinero que el sinbolas me paga por hacer el aseo y ayudar a doña María, todo con la idea de pagarle la operación de reasignación de sexo a mi hijo.

Ay sí maricas, debo reconocerlo, ahora soy toda una sirvienta, si me vieran a veces en cuatro patas limpiando el piso. Había estado en cuatro muchas veces, pero con un buen rabo por el culo y no con un pañito fregando el piso.

Estuve cinco años con la duda, ¿quién sería el padre de Joaquín? Siempre anhelé que fuera de Ernesto, porque eso significaría que dejó algo en este mundo, que una parte de él sigue a mi lado. Solo no quise hacer las pruebas de paternidad antes por el miedo que me causaba romper mis ilusiones y quizás enterarme que el hijo no era de él, que tal vez era mío o de Omar.

Luego de la conversación con mi cachorro me di cuenta que debía saber quién era en realidad su padre, en algún momento él me lo preguntaría y yo debía tenerle una respuesta. 

Antes de la muerte de Ernesto, me quedé con un mechón de pelo, como recuerdo de mi amado. Ahora utilizaría uno de esos cabellos para hacer los exámenes genéticos. También lo haría con mi propia muestra, así, si ninguno de los dos daba positivo, significaba que el progenitor sería Omar, o cualquier otro loco del manicomio.

Tuve que esperar un mes entero para recibir los resultados. Me pareció una eternidad, cada día pensaba en cómo reaccionaría ante cualquier resultado:

Si yo era el padre, saltaría de la alegría, tendría un pequeño retoño con mi sangre. Aunque también estaría triste al saber que no tengo nada de Ernesto.

Si mi amado era el padre, saltaría de la alegría y me sentiría una pitonisa al intuir desde mucho antes que aquel bebé se trataba del hijo de mi fallecida pareja.

Si ninguno de los dos era el progenitor, buscaría a la maraca de Laurita hasta en el burdel más deplorable del mundo, para volver a dejarla calva y castigarla por lo puta que fue.

Pasaron los treinta días y fui a buscar los papeles. Me fui hasta un parque alejado de las grandes avenidas de la ciudad. Me senté bajo un frondoso árbol y leí detenidamente lo que decían aquellos párrafos.

Lo primero que pensé fue que estaba en otro idioma, y es que todo estaba muy enredado. Lo único que entendí es que tenía que decir que había un 99,9% de probabilidades que el Sujeto A fuera pariente del Sujeto B. El primero se trataba de mi Joaquín, mientras que el segundo tanto Ernesto como yo.

Primero leí mi prueba...

0% de semejanza entre mi material genético y el de mi cachorro.

Yo no soy el padre.

Luego el de Ernesto...











99,9% de semejanza. Y me desmayé justo después de leerlo.


Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora