Día 113: Mi vocación

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Y para la calle de nuevo, me volvieron a despedir. Si sabía que andar de mamador iba a traerme consecuencias.

Estaba muy bien, conociendo las pollas de esos feos telefonistas, cuando de pronto apareció un nuevo sujeto.

-Ven, no seas tímido... - le dije al hombre

Era un cincuentón entrado en canas y carne, vestido muy formal. Me observó pasmado, como si nunca nadie le hubiera propuesto un oral. Si fui muy estúpido, al ver su corbata fina y sus zapatos relucientes tuve que prever de quién se trataba.

Dejé los penes que tenía en mi boca y me acerqué al gordito.

-No seas tímido... - insistí arrastrándome por el suelo para alcanzarle.

-Vine porque la productiva se redujo un montón estas últimas semanas... Y miren con lo que me encuentro... Si era por esto que mis trabajadores no hacen su labor... - gritó asustado quien luego me enteré era el dueño de la empresa.

Santa Cachucha, la había cagado bien cagado. En tres tiempos estaba en la calle, sacado a la fuerza de las oficinas sucias como si fuera una perra.

-¡Claro, me echa porque no se le para! Por eso me rechazó... - grité afuera del edificio. No me iba a quedar callado.

Así es como volví a estar cesante. Estúpida mi boca, que no sirve para hablar, pero vaya que sí sirve para chuparla.

-Eso es lo que no entiendo... Has tenido sexo con medio mundo, y se supone que amabas a Ernesto... ¿O no? - me preguntó Laura cuando le conté.

Ya, está bien, les parecerá extraño que nos llevemos tan bien, pero al final me di cuenta que tampoco es tan maraca la pobre. Como es la única que no me tiene mala en la casa, he tenido que hablar solo con ella estos días de cesantía.

-Claro que a él lo amo, nunca he amado a nadie como a Ernesto... Pero yo amo con el corazón, no con el culto... Son cosas muy distintas... - respondí sabiamente.

La maraca se quedó callada y seguimos pensando en una manera de cómo sobrevivir, porque mis padres no me iban a mantener de nuevo.

Después de días pensando con mi nueva amiga, llegamos a una conclusión: se nos cayó el trasero a ambos por tanto usarlo. Pues no, no se nos ocurrió ninguna solución.

-Estamos fritos, vamos a tener que volver a la calle... Y yo que ya había olvidado como prostituirme... - se quejó Laura.

Con esa sola frase logré llegar a la mejor solución a mis problemas.

Ustedes saben que me gusta la pinga, ¿verdad? Entonces, ¿por qué complacer a los hombres gratis? Y así decidí en hacerme puto a mis cuarenta años.

¿Qué? Si sabían perfecto que un día terminaría en esto, no se hagan los tontos.

Hace tres noches he comenzado a salir a la calle, con unos pantalones de licra rosados, tacones rojos de quince centímetros y una polera blanca con un pene kawaii estampado.

La primera noche me paré cerca de la autopista. Mala idea, tuve que correr por tres kilómetros porque las travestis de ahí querían lincharme, les había quitado el lugar.

-Ven para acá maraca culiá... Te voy a meter los tacos por la raja... - me gritaban las mujeres con sus voces graves.

Ay niños, que no saben como terminé con mis pies después de correr con tacones.

La segunda noche preferí ir al centro. Otra mala idea, porque ahí estaba la mafia de un chino cochino que por poco me convierte en carne mongoliana.

Y anoche, anoche fue mi noche. Pude encontrar el lugar perfecto donde trabajar... Afuera del Call Center donde trabajaba antes, porque mis compañeros quedaron tan cachondos sin mí, que ahora prefieren salir un ratito al callejón de al lado y ahí les atiendo.

Si tengo tan mala suerte, de todas las pollas que hay en esta puta ciudad, tuve que probar las mismas de siempre... Lo bueno es que ahora por lo menos me pagan. Ay mami, que por fin encontré mi profesión, ordeñador de hombres.

Diario de un Soltero GAYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora