Desde el día en que lo acompañé al hospital, no me he separado de él.
Ernesto arrienda una pieza en una casa antigua, la que parece cada día más llena. Me he quedado ahí, los dos juntos, mientras le cuido y trato que se sienta lo más cómodo posible.
Aunque no lo crean, he comenzado a cocinar y también a limpiar, ahora parezco toda una dueña de casa. Para ser sinceros, no es mucho lo que debo hacer y es que mi amado no puede comer cualquier cosa, todo sin condimentos, bien cocido y nada que pueda provocarle acidez.
Nos divertimos viendo telenovelas, películas y saliendo de paseo a un parque que queda cerca de aquí. Parecemos una pareja de ancianos, aunque ambos no tenemos ni siquiera treinta y cinco años.
El otro día le ayudé a bañarse, no es simple y es que el baño de esa casona es horrendo, suele encontrarse sucio y el agua no se calienta lo suficiente. En fin, le lavaba el cabello cuando me percaté que mechones de cabello se quedaban enredados en mis dedos.
-Mi doctora dijo que me pasaría... se me va a caer el pelo y también las uñas...- mencionó acongojado.
-Tú sabes que me fascinan los pelados ¿verdad? Te verás más guapo aún...- le dije sonriendo, tratando de ayudarle a salir de aquella pesadilla.
-Qué extraño... es la primera vez que me dices que soy lindo... Antes me recalcabas que era horrendo...- fingiendo enfado me encara ante mis inusuales palabras.
-Tienes el rabo largo... Es lo único que determina la belleza de un hombre... ¿entendido? Siempre te he considerado guapo, por algo te usaba para tener sexo... ¿nunca pensaste en eso?- Pues sí señores, apuesto que ustedes tampoco se lo habían imaginado.
Está bien, era gordo, lleno de espinillas en el rostro, sumamente peludo y se notaba a leguas que su mamá le vestía. Quizás no era el varón más atractivo, pero algo me ha llamado siempre la atención de él. No sé que es, traté de negarlo muchas veces, solo que ya no puedo. Quizás es lo buen amante que es y es que nunca he disfrutado más de la intimidad, que aquella primera vez en el cuarto de fotocopias, cuando pensé que mi amado era en realidad Marcos, ¿se acuerdan de aquellos tiempos?
Y ahora que lo pienso bien, ni con Omar ni con Pablo he disfrutado tanto. Pueden tener buenos cuerpos y vergas de Santo Dios Nuestro, tan solo que no saben utilizarla y en eso, mi Ernesto gana por mucho. Si supieran como se menea ese condenao.
El hombre solo atinó a reírse, creo que le causa gracia que me guste tanto la polla.
Es tan hermoso cuando ríe, pareciera que logra reflejar con sus ojos el brillo del sol e ilumina toda la pieza con aquel destello. Me gusta el sonido de sus carcajadas, esas que terminan pareciéndose a un chancho. ¡Gangoso!
-Te amo...- escuché como si fuera un susurro al viento.
Ahí me encontraba frente a Ernesto, quien feliz como colegiala con sus dedos, me confesaba sus sentimientos, como si fuera lo más normal del mundo, como si le saliera natural. Puede que sea extraño para ustedes, pero... a mi nunca nadie me había dicho que me amaba. Incluso he intentado recordar alguna declaración de afecto de mis padres, y no he podido llegar a ningún indicio de ello.
Aunque hubiera podido, preferí no hablar, solo quise abrazarlo, impregnarme del poco calor que su cuerpo huesudo puede entregar y que aun así, está dispuesto a compartir conmigo. Como nos era costumbre, él inicia el coqueteo para que tengamos relaciones. Me besa el cuello y sus manos se agarran de mi culo.
Me senté en el suelo para quedar frente a su paquetón. Lo tomé entre mis manos e intenté excitarlo. Estuve unos buenos minutos en eso sin conseguir nada.
-Los siento... no puedo...-se disculpó Ernesto, al no poder controlar ya su cuerpo.
En otras ocasiones me hubiera enfadado, ¿cómo se le ocurre dejarme sin mi sagrada verga? Pero en ese momento no me importó, le subí los pantalones y lo recosté en la cama. Le abracé con fuerza y le besé la frente con ternura.
Y sí, esto es amor del verdadero, porque para que me hayan negado el sexo y no me haya convertido en una amazona, significa que es serio.
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Diario de un Soltero GAY
HumorMi psicólogo me recomendó que debía hablar sobre mis vivencias con alguien, y es que según él soy homosexual. ¡Pamplinas! No porque cuando pequeño jugaba con muñecas, ayudaba a mi madre a cocinar e inspeccionaba los cuerpos desnudos de mis amigos, s...