Capítulo Treinta y tres. Vámonos.

122 6 2
                                    

La busqué con la mirada, hasta que la encontré sentada y recargada en un árbol, abrazaba sus rodillas y tenía su cabeza entre las mismas, me acerqué lentamente y escuché unos leves sollozos, me apoyé en el tronco y puse una mano en su hombro.

Dio un salto y me miró alarmada -Lo siento- dijo después de unos segundos -No debí reaccionar así- hizo una pausa -Solo que, por primera vez en mi vida sentí celos, estaba completamente celosa -me miró unos segundos
-Cada vez que adoptaban a alguien, pensaba en las consecuencias negativas de tener una familia, hoy al verlas con sus familias lo hice, pensé en lo malo de tener familia y funcionó, hasta que comenzaron nuevamente con el tema de preguntar por mi familia, no lo soporté más y explote-

-Mariel, yo creo que...-

Interrumpió -Espera, aún no termino. Jamás me había dado tristeza o vergüenza decir que era adoptada, pero hoy, hoy me sentí completamente avergonzada y después tenía ganas de llorar- pasó una mano por su cabello -No lo sé, siento que me quité un peso de encima- sonrió débilmente -Pero ahora tendré la presencia de otro tipo de discriminación-

-No hay porque sentir la presencia de la discriminación- me senté a su lado -Nadie tiene derecho a hacerte menos por no tener familia-

-La sociedad es una mierda- soltó después de unos segundos -Por todo juzgan, lo mejor es dejar que hablen y hacer lo que creas mejor para ti-

-Eso es bueno, deberías comenzar a hacerlo-

-Lo he hecho- sonrió débilmente
-Solo que ahora pensé nuevamente en todo-

-Ya no pienses en eso, Mariel, deja de atormentarte-

-Gracias- giró su cabeza para verme -Por estar aquí-

-No agradezcas- me acerqué más y la envolví en un abrazo.

Mariel pasó sus manos por detrás de mi cintura y apretó el abrazo -Quiero largarme de aquí- susurró en mi oído.

-Vámonos- corté el abrazo y me levanté -¿Vienes?-

-¿A dónde iremos?- preguntó mientras se ponía de pie.

-A cualquier lugar lejos de aquí-

Sacudió el polvo de sus pantalones -¿Qué hay de tus padres?-

-Ellos entenderán- sonreí
-¿Vienes o me voy?-

-Vámonos- sonrió ampliamente.

Llegamos a un parque infantil, había algunos niños corriendo y unos pocos en los juegos, caminamos a los columpios y nos sentamos, Mariel comenzó a mecerse lentamente y hacer figuras en la tierra con su pie, hacía una figura o letra y después la borraba con su otro pie, sus manos sujetaban con fuerza la cadena y podía notar las venas saltadas por la presión que hacía.

-Mariel- toqué su pierna -Mariel- dije un poco más alto.

-¿Si?- giró levemente su cabeza para verme.

-¿Quieres un helado?- señalé con la cabeza el cochesito de helados que estaba a unos metros de nosotras -Yo invito- agregué.

-Vale, vamos- sonrió débilmente y comenzamos a caminar.

Me acerqué a ella y la cogí de la mano, ella rápidamente miró nuestras manos juntas y esbozó una enorme sonrisa, para luego mirar hacia delante sin quitar la sonrisa de su rostro. Yo estaba nerviosa, al tocar su mano una corriente eléctrica atravesó mi cuerpo por completo, mi pulso se aceleró y mi respiración se hizo entre cortada, después de minutos, noté lo inimaginable, me sudaban las manos.

Quité la mano rápidamente y me sequé en mi vestido -¿De qué sabor?- pregunté una vez que llegamos.

Mariel me miró con cara rara unos segundos -Chocolate, por favor-

-Uno de chocolate y otro de fresa- saqué la cartera de mi bolso
-Aquí tiene- pagué después de que nos entregaran los helados.

-Gracias- Mariel susurró después de unos segundos.

-No hay de que- caminamos hacia los columpios y nos dimos cuenta que estaban ocupados -¿Ahora qué?-

-Hay un subebaja por allá- señaló a lo lejos.

-Vale, vamos- Caminamos hasta llegar al subebaja y Mariel bajó el asiento para que me sentará primero;fue hacia el otro y subió de un salto -Tú arriba-

-¿Qué?- abrió los ojos como platos -No sabía que te gustaba estar abajo- comenzó a reír a carcajadas.

Después de segundos entendí de que hablaba -No puede ser, Mariel, eres una pervertida- traté de sonar ofendida.

-¿Yo?- se señaló -Tú pides estar debajo-

-Debajo del juego, no debajo de ti- bajé el tono de mi voz -Aunque lo segundo tampoco me molestaría- pasé la lengua por el helado.

Se quedó boquiabierta y apretó su cono de helado -Joder- susurró y se aferró más al juego.

-¿Estás bien?- traté de hacerme la desentendida.

Espabiló un par de veces -Lo estoy- miró su mano -Mi helado sufrió un machacamiento- sonrió de medio lado.

-¿Quieres del mío?-

-Gracias, pero casi no me gusta el de fresas y crema- levantó los hombros.

-Lástima, bien, vámonos-

-¿Qué?- preguntó. Me levanté del juego y Mariel cayó enseguida
-¡Mierda!- se quejó.

-¡Oh, rayos! - corrí hacia ella
-¿Estás bien?-

-Sí, solo fue un buen golpe- se levantó lentamente -Deberías avisar antes de hacerlo- dijo mientras se sacudía los pantalones.

-Lo siento- me disculpé
-Vámonos, comienza a oscurecer-

-Vale, vamos- comenzamos a caminar.

Llegamos al apartamento después de caminar varios minutos en silencio, Mariel solo caminaba y miraba sus pies y yo, yo no sabía cómo iniciar una conversación. Nos metimos a la habitación de Mariel y comenzamos a ver una película, cuando terminó apagó su computadora y fue a su librero, cogió un libro maltratado y llegó a la cama.

-¿Mariel?- pregunté después de unos minutos de verla inmóvil viendo el libro.

-Esto es lo único que me ha acompañado desde que nací- se sentó en el borde de la cama.

-¿Qué es?- me acerqué a ella y me senté a su lado.

-Mira- me entregó el libro.

Lo cogí y noté que era un diccionario viejo de pasta verde oscuro, maltratada por los años y el fuego, lo abrí en la primera hoja y había un trozo de tela color rosa, igual quemada de los bordes. Miré a Mariel y veía hacia la nada -¿Puedo saber su historia?- toqué levemente su pierna.

Se quedó en silencio varios minutos, respiró profundo y dijo -Me dejaron en una caja de cartón fuera de la puerta del orfanato, con ese diccionario bajo mi cabeza y cubierta con esa manta- hizo una pausa -Estaba tan llena de rencor que decidí quemarlos y me arrepentí, pero ya era tarde, el diccionario se había maltratado y la mayor parte de la manta se hizo cenizas-
-Lo lamento- apoyé mi cabeza en su hombro.

-Por eso no uso rosa, lo relacionó con el abandono- susurró.

Quité la cabeza -Yo no te abandonaría, aunque te vistas toda de rosa- intenté bromear.

-¿Estás segura de lo que dices?- me miró fijamente.

-Yo... no, no lo sé- bajé la mirada.

Rápidamente cogió mi barbilla y levantó mi cara para que la viera -Déjame ayudar a decidir- susurró cerca de mis labios.

Solo pude asentir antes de cortar la poca distancia y besarla delicadamente.

Entre mis letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora