Capítulo. Noventa y siete. Non farmi aspettare.

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Habían pasado casi tres días que no sabía nada de Jennifer, y por más que quisiera, no podría llamarla, la conozco; si la abrumo ahora no la dejaré pensar con claridad y tal vez tome una decisión precipitada, debía dejar que esta vez, ella diera el primer paso.
Esa noche no podía dormir, estaba realmente agotada, pero por una extraña razón mi cuerpo se reusaba a descansar. Después de varias vueltas en la cama, me levanté de un salto y me senté en el borde de la misma, giré mi cabeza hacia atrás y vi a la chica que dormía al otro lado de la cama, negué lentamente con la cabeza y caminé fuera de la pieza, rumbo al balcón.
Me senté en la pequeña silla plegable y miré el cielo.

-Jennifer, te echo tanto de menos- susurré viendo la luna -Ojalá estés viendo la luna tú también- cerré mis ojos y sentí una leve brisa, sonreí ampliamente y vi el reloj de pared "4:38", dejé salir todo el aire de mis pulmones y me levanté de la silla, regresé a la habitación y busqué a oscuras el libro que estaba leyendo, al fallar en la operación, decidí dar un pequeño paseo por el hotel. En mi corto paseo (puesto que un guarda me mandó nuevamente a mi habitación), recordé todos los errores que ambas hemos cometido a lo largo de nuestra relación, y a decir verdad, Jennifer iba ganando y con ventaja, pensé en reprocharle eso cuando hablara con ella, pero también pensé en las terribles consecuencias que podrían suceder, regresé nuevamente al balcón y me quedé echa piedra viendo a lo lejos el amanecer, los colores amarillo, naranja, rojizo y un leve morado, cubriendo lentamente el lienzo oscuro que había en el cielo, un hermoso amanecer, sonreí ampliamente y caminé a la cama, con la esperanza de poder dormir un poco.
Tres horas después me encontraba llena de papeles, la mayoría sobre compradores y unos pocos de las lecciones, había un diccionario debajo de algunos dossieres y mi portátil encima de varios cuadernos. Según Jackson distraerme era lo mejor en estos momentos, tanto pensar en lo mismo podría quemarme los sesos y eso sería una putada, así que, que mejor manera de distraerse que con trabajo, o eso decía él.
Por mi parte, mi mente no dejaba de pensar en ella, en mí, en nosotras, cada vez que estábamos bien, alguna de las dos la cagaba, era jodidamente frustrante, por cada mes de una hermosa convivencia, venía una semana entera de discusiones, ya sea por falta de comunicación o simplemente problemas típicos de una relación, pero al fin de cuentas, los problemas eran remplazados con soluciones y las discusiones evolucionaban a conversaciones tranquilas, algo así como un equilibrio emocional, estallabamos cuando era necesario descargar, pero nos volvíamos a reconstruir, solo que más fuertes.

Una vez terminé de hacer los trámites, salí de la habitación del hotel y decidí dar un pequeño paseo por la ciudad, era un día un tanto nublado, así que posiblemente llovería en algunas horas, un clima perfecto para mí.
Caminé hasta que llegué a una pequeño plaza, me senté en una banca y miré el cielo, grisáceo, frío, profundo, en tonalidades opacas y uno que otro rayo de luz abriéndose paso en alguna pequeña rendija de entre las nubes, fui nuevamente rumbo al hotel y llegué a la habitación de Lirian, golpeé la puerta y esperé.

-¿Qué necesitas?-

-El coche-

-¿Sabes manejar?-

-Un poco...-

-No- interrumpió -Es un coche rentado, el seguro no lo cubre si no tienes permiso-

-Vale- giré sobre mis talones y comencé a caminar.

-Espera- escuché unos pasos atrás de mí.

-¿A dónde vas?-

Giré para verla -Solo quería moverme un poco- levanté los hombros.

-Te llevo- sonrió -También quiero moverme-

-Pues, vamos- sonreí ampliamente.

Estando en el coche, Lirian comenzó a conducir y me miró
-¿Un lugar en especial?-

Entre mis letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora