Capítulo. Noventa y ocho. De vuelta a la normalidad.

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Tenía más de dos horas caminando en círculos por toda la habitación con la carta que me había dado Mariel en la mano, caminaba mientras repetía mentalmente las palabras exactas que quería decir, no debía faltar ninguna coma, ningún punto, o posiblemente cedería ante ella, y no, no podía ser siempre tan accesible con ella, tenía que demostrarle que era más fuerte.
Momentos después me encontraba llamándole al móvil, esperé varios minutos y cuando contestó, colgué rápidamente, dejé el móvil en la mesita cuadrada y me senté en el sofá.
Miré temerosa la pantalla hasta que se activó el bloqueo automático y automáticamente una sensación de paz me inundó. Estaba ocupada.
No pasaron ni dos segundos de relajación cuando el móvil comienza a sonar, brinqué del susto y miré la pantalla, era Mariel. Dejé perder la llamada y el móvil volvió a sonar, pero esta vez, por un mensaje de texto. Abrí el mensaje y lo leí.

Mar: "4:22". «¿Todo bien?».

Esperé varios seguidos en una respuesta coherente y respondí.

"4:38". «No».

Nuevamente el teléfono sonaba en señal de llamada entrante, me acerqué con cuidado a la mesita y contesté.

*M. ¿Todo bien?
J. No, nada está bien.
M. ¿Qué sucede?
J. Sucede, que se supone debía odiarte, tenía que dejarte y seguir mi vida sin ti, pero no puedo y no quiero.
M. Jennifer...
J. No, no hables (interrumpí), estoy molesta, Mariel, decepcionada y traicionada, me siento realmente fatal cada vez que recuerdo que intentaste engañarme, pero también sé que yo también me he equivocado demasiado y tú me has perdonado, sin rencores.
M. Jennifer, yo...
J. No interrumpas (repetí). Como decía, ambas nos hemos equivocado, es más, nuestra relación se basó en errores, de las dos, y todos y cada uno de ellos los hemos arreglado y superado juntas. Sé que tardé mucho en darme cuenta, pero, sabes que siempre me doy cuenta de las cosas tarde, (hice una pausa), ¿Ya es tarde?
M. No, jamás sería tarde para ti, te esperaría todo el tiempo necesario (hubo un leve silencio), te amo, Jennifer.
J. Boba (solté una leve risa). También te amo.
M. Echaba de menos oír tu voz.
J. Yo igual (pensé unos minutos). A veces te detesto.
M. ¿Por qué?
J. Se supone que debía demostrar que era fuerte, que no caía tan fácil ante ti.
M. Eres fuerte. Sigues conmigo, a pesar de cada golpe, y no caes, nadie cae, si una de las dos llega a caer, se derrumba todo.
J. Tú y tus palabras extrañas.
M. Las amas (comenzó a reír).
J. Amo todo lo que venga de ti.
M. Gracias.
J. ¿Por qué?
M. Por perdonarme, seguir conmigo como si no hubiera pasado nada, riendo, bromeando, gracias, por ser tú.
J. Eres odiosa (sentí como se formaba un nudo en mi garganta). Quiero que estés aquí, conmigo.
M. Yo también lo quiero. Si pudiera estaría ahorita mismo en un avión. ("Donde deberías estar es en la junta, vamos tarde", se escuchó una voz de fondo).
J. De regreso a la normalidad.
M. Esto no es lo normal. Lo normal es que estemos juntas, que te bese cada vez que tenga ganas, eso es lo normal.
J. No hablemos de eso, aún falta mucho para verte.
M. Comienzo a detestar todo esto. ("Mariel, date prisa", nuevamente la misma voz).
J. Debes irte.
M. No quiero dejarte.
J. No lo harás. Ve a la junta.
M. Vale. ¿Hablamos cuándo regrese?
J. Sí, ya vete, es tarde.
M. Vale, te amo.
J. Y yo a ti*

Se escuchó el sonido continuo de la línea, me senté en el sofá y miré hacia la pequeña ventana, iría bien un balcón.
Después de varios intentos fallidos de un boceto horrible, decidí ir a la habitación y continuar con la lectura del libro de pasta negra, según las hojas restantes, ya había leído más de medio libro, un libro lleno palabras tan confusas pero a la vez tan claras que no sabía si me sorprendían o me desubicaban.
Me tumbé en la cama con el libro en las manos, lo abrí en la página marcada y comencé a leer.

Entre mis letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora