William
William sabe una sola cosa y es qué odia las flores, de verdad no le gustan para nada y tiene dos claras razones para eso, la primera es que después de unos días tienen un olor a muerto, ese mismo olor que tenía él velorio de sus hijos y qué no puede olvidar porque es un amargo recuerdo, y la segunda razón es porqué London cree que los pétalos de rosa se comen cómo caramelos, pero al parecer tener a tres mujeres en casa es cómo luchar contra un gran ejército, es claro qué en su casa odia las flores y las cosas de colores rosados, pero sus tres mujeres adoran esas cosas y cuando ellas se disponen a llenar los lugares de flores nadie puede detenerlas.
— No cariño, los pétalos no se comen — Dijo en cuánto le tuvo que sacar un par de pétalos de la boca a su bebé, pero London aparte de morderlo, lo miró durante unos segundo hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas con un llanto desgarrador, pero esa bebé, se ve preciosa en su disfraz de conejito rosado, es tan pequeña que sus orejitas se mueven por el llanto — ¡London, cariño no llores! Te compraré una gran helado, pero sólo no llores —
London entendió al momento porqué dejó de llorar y mostró una pequeña sonrisa
— Papi — dijo con sus primeras palabras Es preciosa, cómo una pequeña versión de él en miniatura, muy consentida porqué es la más pequeña hasta que sus demás hermanos nazcan — Te amo —
¡Ah! Es su pequeña convenenciera, podrán hacerlo enojar y sufrir con tantas flores, pero al final siempre las consiente, aunque quizá ya es momento de tener a más niños en la casa, ya saben, porqué con las niñas juega a tazas de té y terminan maquillandolo, no puede negar que extraña tener un niño, hasta está emocionando por sus trillizos, antes de llegar a casa, siempre pasa por las tiendas de bebés para comprar miles de cosas para sus trillizos, está seguro que hasta las señoritas de la tienda creen que está loco.
William levantó su mirada y vio lo único que sobresale entre esas cortinas improvisadas de su casa en París que cubren el gran vestidor, sólo sobresale ese vientre que tiene a sus hijos. Florencia asomó su rostro entre las cortinas, parece desesperada.
— ¿Falta mucho para la fiesta? — le preguntó — ¡¿Llegaremos a tiempo?!—
William miró su reloj mientras lucha con su bebé para que está no se bajé al piso y ensucie el disfraz que Florencia tardo tanto en ponerle, vamos, que esa pelirroja hasta maquilló a London de conejo.
— Si llegaremos a tiempo, sólo si Paris ya se pone su disfraz — Florencia volvió a esconderse detrás de las cortinas y resoplo cansado, con tantas mujeres esto es algo a lo qué hay que acostumbrarse — Florencia, creó que ya se cómo quiero que se llamen los niños, que tal Jack, Harry y no se, uno de ellos podría llamarse Will —
— ¡¿Qué?! Will me gusta, pero los demás son nombres... algo feos — Florencia corrió hasta él con los pies descalzos, lleva toda la mañana con esa mirada de soñadora, luce completamente enamorada y fascinada de su nueva casa en París, pero esa traviesa tomó asiento en sus piernas dejando a London en medio de ellos — Pensé que seguiríamos usando mi tradición de los nombres —
William negó enérgicamente, el aire parisino qué entra por la ventana mueve el cabello rojo de Florencia
— No, a los niños yo les elijo el nombre, creó que no soy fan de los nombres de ciudades para mis hijos —
Florencia tomó en brazos a London y la refugió en su pecho para poder besarlo en la mejilla ¿Ya ven porqué dice que no se puede con tantas mujeres? Porqué todas lo convencen, sus hijas con sus adorables ojos llenos de lágrimas y Florencia con esa mirada de mamá soñadora, al final la tomó de la cintura y acarició sus rizos rojizos, le gustaría quedarse una noche a solas, pero llevan toda la semana preparado los disfraces de las niñas para el cumpleaños de los hijos de la reina.
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La Perfumista De París [Saga Las Perfumistas Parte 1]
RomanceFlorencia Bellerose sigue la tradición familiar con su tienda de perfumes en París. Le encanta su vida y tiene todo lo que necesita, su viejo ático, sus perfumes y una cena romántica junto a su novia mirando la Torre Eiffel, esa es su vida perfecta...