Marabunta (I)

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La cuarta planta era un tanto peculiar. Los enemigos, a pesar de ser nivel 38, eran menos peligrosos que los de la planta anterior. Eran hormigas de apenas veinte centímetros de altura, cuyo mayor peligro estaba en sus mandíbulas. Sin embargo, eso no significaba que fuera fácil. El problema estaba en su número.

–Esto es un infierno– protestó Kruloz.

–Pues yo lo encuentro divertido– lo contradijo Krongo.

–Ja, ja, Tú eres un bruto– rio la maga, mientras el guerrero se rascaba la cabeza, sonriendo incómodamente.

–Son un poco molestas, pero no hay para tanto– intervino Kroquia.

–Claro, a ti no te hacen nada con tu armadura– protestó su hermano.

Todos intentaban usar las habilidades y hechizos en área a su disposición. Kruloz, por ejemplo, con una flecha de maná que explotaba, y que era la primera vez que empleaba en combate. Su afinidad era baja por el momento, y su uso limitado al maná disponible. A pesar de ello, era una buena ocasión para practicar.

Krongo parecía disfrutar con Hachas Giratorias, que consistía en girar sobre sí mismo con las dos hachas y hacer una escabechina de las hormigas que se acercaban. El único problema era que consumía mucha energía, así que sólo podía usar la habilidad ocasionalmente.

Krinia tenía un par de hechizo en área, con los que estaba más o menos familiarizada, como Tormenta Eléctrica. No obstante, su afinidad con ellos era mejorable, pues no a menudo tenía la oportunidad de invocarlos.

Kroco, por su parte, se concentraba a curar a sus aliados, y a dar un Golpe de Bastón de vez en cuando. La mayor parte del tiempo estaba protegido por su hermana, quien avanzaba Arrastrando su escudo y a los enemigos que bloqueaba. Una vez apiladas unas sobre otras, las hormigas eran presa fácil.

Por su parte, Gjaki alternaba entre eliminar hormigas individualmente, ya sea con sus dagas, látigo o artes marciales, o hacerlo en grupo. Usaba preferentemente las diferentes artes marciales si no había peligro inminente, sobre todo para entrenarlas.

Muro Tenebroso era útil para defender el perímetro. Si Kroquia se colocaba justo enfrente, bloqueando las hormigas en el Muro, el daño que iba haciendo a éstas era más que considerable.

Pilar de Oscuridad era útil ocasionalmente, cuando la guerrera conseguía reunir suficientes hormigas. Su maná era limitado, así que tenía que aprovecharlo al máximo.

Lo único que lamentaba era que aquellas hormigas daban menos experiencia que un ser normal de dicho nivel. Necesitaba al menos cien para obtener lo mismo que debería haber obtenido con una. No obstante, no era difícil matar a cientos de ellas. El mayor peligro era ser abrumado por aquella marabunta.



Les costó casi una hora, y mucha energía y maná, llegar desde la entrada a dicha planta hasta la del área de descanso. Por suerte, la entrada estaba despejada, pues otro grupo había salido poco antes.

Entraron todos menos Gjaki, quien invoco tres Mastines de Sangre y los mandó a deshacerse de cuantas hormigas pudieran. Sólo cuando se le acabó el maná y estos desaparecieron, entró en la sala.

–Es una buena ocasión para practicar los ataques en área, o cualquier otro, hay muchos blancos disponibles. Me puedo asegurar de que siempre podamos retirarnos con seguridad– propuso ella.

Nadie se opuso. De hecho, habían estado discutiendo algo similar. Con la ayuda de los exploradores de la vampiresa, el peligro era bajo y podían practicar cuanto quisieran.

De repente, un grupo entró en la misma área de descanso, obligando a Gjaki a cubrirse. Su nivel era similar al suyo, aunque su número algo mayor. En total, eran nueve.

–Oh, un grupo de novatos. Perfecto. Os enseñaremos. Os encargaréis de los bichos que os digamos– anunció el que debía de ser el jefe.

Gjaki miró de reojo a su grupo, que parecían a punto de estallar. Evidentemente, no les gustaba que les ordenaran qué hacer, que los tomaran como subordinados. De hecho, si los recién llegados supieran que eran los hijos de los condes y sus amigos, no se hubieran atrevido a hablar así.

–No nos interesa, iremos por nuestra cuenta– se negó la vampiresa, antes de que pudieran hacerlo los otros.

Le habían caído mal nada más abrir la boca, así que estaba más que dispuesta a ser quien se opusiera abiertamente a ellos. A ella no le podían ocasionar ningún problema en el futuro.

–¿No has oído lo que ha dicho el jefe? ¿¡Quién te crees que eres!? ¡Deberías estar agradecida que os dejemos trabajar para nosotros!– gritó un guerrero musculoso, armado con un enorme martillo.

Medía más de dos metros de alto, y era evidente que su fuerza física era imponente. Sin duda, estaba acostumbrado a intimidar a sus oponentes debido a ello.

–¿Eres estúpido o estás sordo? ¿Qué parte de "no nos interesa" no has entendido?– respondió Gjaki, tras mirarlo de arriba abajo y apartar la mirada con desdén.

–¿¡A quién llamas estúpido!?– exclamó éste, enojado tanto por las palabras como por la actitud.

–Al estúpido grandullón que tiene que preguntar lo obvio. Dedicaros a vuestros asuntos y dejadnos en paz– lo desdeñó ella, con claro menosprecio en su voz, e indicándole que se fuera con la mano.

Cabe decir que la vampiresa los estaba provocando a sabiendas. No les tenía miedo, y menos allí. Mientras, el resto de su grupo la miraban con más bien curiosidad, pues nunca habían visto esa parte de ella. No la censuraban, pues todos ellos compartían el malestar por la actitud de aquellos que los querían usar como sus peones. De hecho, incluso la animaban por dentro.

–Tú... ¡Más te vale ponerte de rodillas y pedir perdón, o sufrirás las consecuencias!– le exigió el aventurero, fuera de sí.

Los compañeros del aventurero, la mayoría reptilianos como él, miraban con hostilidad a la vampiresa. Aunque intentaban calmar a su compañero, pues cualquier tipo de agresión allí estaba estrictamente prohibida. Sin embargo, difícilmente sus esfuerzos podían dar fruto si Gjaki seguía provocándolo.

–¿De verdad? ¡Qué miedo! ¿No ves como tiemblo? Mira grandullón, vete con tus amiguitos antes de que te hagas daño– se burló.

–Maldita salamandra...– masculló.

Inmediatamente, se abalanzó hacia ella, con un puño apretado que debía impactar en el rostro de la osada vampiresa.

–¡Espera! ¡No...!– intentaron detenerlo sus compañeros.

Los de Gjaki, en cambio, miraban la escena con estupefacción y menosprecio. No todo el mundo conocía el porqué de la prohibición, como era evidente en ese grupo de aventureros, que más bien parecían matones. Pero ellos sí, al igual que Gjaki.

De repente, el ímpetu del agresor pareció volverse contra él. Cayó hacia atrás, y su nariz sangraba, como si hubiera recibido un golpe directo en el rostro.

–Uy, ¡eso debe de doler!– exclamó Gjaki, llevándose la mano a la boca con muy poca naturalidad.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora