Invasión (II)

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Los mercenarios avanzaron con cuidado, nerviosos. Se hubieran sentido más tranquilos si sus enemigos estuvieran presentándoles batalla, pero ninguno había aparecido. Tan sólo algún rostro en las ventanas, a lo lejos, observándolos.

Se temían una trampa, por lo que iban despacio, desactivando una a una las defensas. Las trampas, o quizás habría que llamarlas minas mágicas, simplemente eran activadas por los mastines. Los cañones de largo alcance habían dejado de ser efectivos una vez dentro, así que se había traído la Marabunta al interior.

Los cañones de corto alcance eran menos potentes, por lo que la defensa conjunta de los mercenarios podía bloquearlos con solvencia, aunque no eternamente. Por suerte, la llegada de los pequeños seres mágicos distrajo parte del fuego.

Resultaba sorprendente que pudieran avanzar sin oposición, aparte de las defensas automáticas. No tardaron en llegar a la puerta principal, destrozar los guardianes y atacar el escudo interior.

Gjaki se limitaba a mirar, controlar la Marabunta, los Murciélagos, y algún mastín si era necesario. El resto del trabajo lo hacían los mercenarios, al fin y al cabo, para algo les pagaba. Además, ellos eran los más interesados en hacerse con la mansión.

Lulorha iba al frente. Primero se cebó a hachazos con el escudo de maná, y poco después con la puerta que había estado protegida por éste. Unos pocos la apoyaban, mientras que el resto guardaba el perímetro.

Shabeladag y los suyos ayudaban a atacar el escudo, pero tampoco era su batalla, así que no asumían riesgos innecesarios.

Fue cuando atravesaron la puerta que se encontraron con una escena que no esperaban. Unas tres decenas de vampiros menores estaban allí, de pie, esperándolos. No iban armados, ni parecía que fueran a oponer resistencia. A un lado, se encontraban los cadáveres de una docena de ellos. Al otro lado, sirvientes, y prisioneros que habían sido liberados.

Uno de ellos se adelantó.

–El conde ha huido y ha destruido el portal, nos ha abandonado a nuestra suerte. Aunque estamos ligados a su vínculo, no vamos a defender la mansión. Podéis matarnos, pero al menos ellos son inocentes– anunció, señalando a los sirvientes, a los que se veía bastante asustados.

Eran de diferentes razas, aunque la mayoría similares a Brurol, con su característica piel azul. Miraban a los recién llegados con esperanza y miedo. No era difícil esperar una vida mejor, pero sabían que también podían matarlos.

La mercenaria miró a la vampiresa, indecisa. Estaba habituada a tratar con refugiados, pero no a tomar ese tipo de decisiones. Además, los vampiros eran sirvientes de sus enemigos, y podían ser forzados a actuar.

–¿Qué quieres hacer con ellos?– preguntó.

–Déjame hablar con ellos. ¿Les ofrecerías un puesto si fueran leales?– preguntó la vampiresa.

–Los vampiros no pueden evitar ser fieles al antiguo conde, aunque quieran. El resto me irían bien. Los míos saben pelear, pero no llevar una mansión, y menos un condado– reconoció Lulorha.

–¿Y si fueran fieles a mí?– preguntó Gjaki.

–¿¡Puedes hacer eso!?

–Si ellos quieren, creo que sí.

–Me está bien. Confío en ti– aseguró.

La honestidad de la mercenaria fue inesperada para la vampiresa. Se la quedó mirando unos segundos, mientras ésta se iba hacia los sirvientes que no habían sido convertidos. Podían irse si querían, o quedarse a trabajar allí.

Una sonrisa apareció en su rostro sin pretenderlo. Aquella declaración de lealtad la había cogido por sorpresa, pero también le había resultado reconfortante. Luego, se dirigió hacia los vampiros.

Con los de Cluasde, no había sido necesario, ya que habían perdido a su madre. No era el caso aquí.

Cuando la vieron acercarse, sintieron curiosidad, ansiedad y miedo. Sin embargo, cuando percibieron su aura, algunos incluso se arrodillaron. Se sentían tan abrumados, que incluso la idea de huir desapareció de sus mentes.

–Si queréis, puedo cambiar el vínculo de Fangorm por el mío. Os podéis quedar aquí al servicio de los nuevos dueños, no os tratarán mal, aunque no perdonaré a los que hayan sido crueles– les ofreció ella.

Se miraron. Había alivio en sus ojos, incluso esperanza. Fue el mismo que les había hablado al entrar el que ejerció de portavoz.

–Cualquier cosa será mejor que servir a Fangorm. No te conocemos, pero sin duda eres mejor que él. Dinos que hemos de hacer. No somos santos, pero tampoco monstruos. Esos están allí– aseguró, señalando los cadáveres.

Eran vampiros porque no habían tenido otra opción, pero no lo habían deseado. Odiaban realizar los actos a los que el vínculo los obligaba, y que los fallecidos realizaban con deleite.

Dichos fallecidos eran además déspotas hacia ellos, pero habían tenido la protección del conde. Éste los había convertido en sus superiores, provocando que los abusos verbales y físicos fueran habituales. Por ello, cuando habían tenido la oportunidad, se habían deshecho de ellos, daba igual cuáles fueran las consecuencias.

–Entonces acercaros, uno a uno. Lo haremos en tandas de tres, cada media hora o veinte minutos. Tú primero– les indicó ella.

Podía ir un poco más rápido, pero prefería no consumir todo su maná. Con su reserva completa, podía convertir a seis, así que con tres se quedaba en la mitad. No obstante, sólo era un poco más lento inicialmente. Después, dependía de la regeneración de maná, que no se regeneraba más rápido por gastar más.

El portavoz no supo describir la sensación. Era como perder una parte de sí mismo que era intangible, y luego recuperarla más fuerte, más brillante, mucho más cálida. Se arrodilló ante ella, con lágrimas en los ojos.

–Mi señora. Este humilde vampiro llamado Vorklfdo está a su servicio– declaró.

Sintió entonces unas fuertes pero no muy grandes manos que le agarraban de los brazos, sin apretar demasiado, urgiéndole a levantarse. Miró al frente y se encontró con unos profundos ojos rojos.

Había mucho más poder allí que en los de su anterior padre, pero no sintió que debiera temerlos. No había hostilidad o desdén, más bien empatía. Podía sentir que su nueva madre merecía toda su lealtad.

–No hace falta que os arrodilléis– les dijo ella.

Sin embargo, ninguno le hizo caso. Tras la Adopción, todos y cada unos de ellos se arrodilló, con lágrimas en los ojos.

Había alivio por librarse de su antiguo padre, y por escapar de la muerte. En cualquier momento, él podría haberlos matado a través del vínculo. No obstante, éste creía que estaban muriendo en combate, no librándose de él. Aunque la pérdida de sus vínculos resultaba ligeramente peculiar, ni se podía imaginar lo que estaba sucediendo en realidad. Quizás, nunca lo sabría.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora