Rivales en la mazmorra (I)

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Les sorprendió lo rápido que se cambió de ropa. Apenas había subido a su cuarto en la posada cuando volvió a bajar. Poco podían saber que podía cambiarse por el inventario. Y que no necesitaba hacer equipaje. Llevaba las mismas ropas con las que los había acompañado días atrás, las de su identidad de caminante nocturna.

No tuvieron ningún problema en entrar los seis a la mazmorra. Quizás el nivel de Gjaki era un poco bajo, pero todos habían comprobado de qué era capaz. Incluso sospechaban que estaba ocultando su verdadero nivel.

–¿Podemos encontrarnos otros aventureros?– preguntó la vampiresa.

–No sería raro. Aunque normalmente no se acercarán. En los pisos de abajo hay menos– explicó Krinia.

–Es un incordio luchar así. Mmm. Supongo que puedo tener vigilada la zona.

Durante el viaje, ya la habían visto invocar a los Murciélagos en secreto. Por ello, cuando los vieron aparecer, fue sólo Kroco el que se los quedó mirando, asombrado.

–¿También puedes crear estos?– preguntó éste, a quien sólo le habían hablado de los mastines.

–Son muy útiles para explorar. ¿Busco enemigos o los evitamos?

–¿Puedes buscar que estén solos o en grupo de dos?

–Claro.

Había invocado a cuatro, dos para vigilar y otros dos para explorar. No le preocupaba gastar un poco de sangre pues, después de la experiencia en la otra mazmorra, estaba más que preparada.

Su primera idea había sido comprar animales enteros de diferentes niveles que hubieran sido cazados, y así poder extraerles la sangre. El problema residía en que tenía que hacer ver que tenía algún tipo de mochila en las que meterlos, de grandes dimensiones, y eso podría haber llamado demasiado la atención. Quizás incluso atraer a quienes quisieran hacerse con ella.

Por suerte, había descubierto un método más eficiente y barato. Muchas de las piezas que traían no estaban tratadas, así que eran desangradas primero, sangre que no se aprovechaba, lo cual sin duda era una lástima.

Se había colado donde los cadáveres estaban colgados, y su asistente se había encargado de recoger la sangre acumulada. Había ido cada día dos veces, mañana y tarde, por lo que había logrado obtener una gran cantidad de varios niveles. De 49 había sido el máximo, aunque bastante limitada. De 48 un poco más. Por debajo de 47, más que suficiente.

Es cierto que los encargados se habían extrañado un poco de que hubiera tan poco sangre que limpiar durante aquellos días. No obstante, habían estado más que felices de tener menos trabajo, y no le habían dado mayor importancia.

Así, ante la mirada asombrada de sus compañeros, Gjaki mostró por primera vez su verdadero rostro. Es cierto que a estos les resultaba ya de por sí exótico uno no reptiliano, pero no era ni mucho menos la primera vez que veían uno. Sin embargo, el pelo plateado y los ojos rojo sangre eran más que llamativos y excepcionales. Si su ideal de belleza hubiera sido más humano, la hubieran encontrado no sólo exótica, sino atractiva. Aunque, sin duda, lo que más les llamó la atención fueron sus colmillos.



Los enemigos de aquella mazmorra eran similares a insectos. En concreto, en aquella primera planta, eran una especie de cucarachas nivel 35, de metro y medio de largo. Su cuerpo era resistente, y era peligrosa su Embestida, además de poseer patas puntiagudas y letales mandíbulas.

Gjaki había bendecido las armas de Kroquia y Krongo con Toque tenebroso. No sólo las hacía más efectivas, sino que podía ganar experiencia sin mover un dedo.

No tenían grandes problemas al enfrentarse a enemigos sueltos o grupos poco numerosos, siendo tres el máximo contra los que, de momento, se habían atrevido. Mientras Kroquia pudiera bloquearlos, resultaba sencillo para el resto. Si no, si los guerreros no podían controlar a los que se escaparan, los magos podían tener problemas.

Gjaki estaba usando sobre todo el látigo, pues el daño aplastante era más eficiente. De lo que no se había dado cuenta era hasta que punto su versatilidad asombraba a sus compañeros, que en estos momentos estaban bastante relajados viendo a Krongo luchar.

Cuando se encontraban con sólo uno, lo usaban para practicar y probar habilidades o hechizos. Si bien era algo lento, Gjaki no estaba especialmente preocupada.

En estos momentos, el guerrero estaba usando un enorme garrote. No era su arma preferida, pero era eficiente contra aquellos enemigos. Y así podía ganar algo de pericia con ésta.

Krinia, que estaba hablando con Gjaki acerca de sus hechizos eléctricos, se sorprendió al ver que el cuerpo de ésta se cubría de repente. Era incapaz de entender cómo se había puesto el traje de caminante nocturna. Cuando se lo había quitado, había disimulado un poco más.

–Se acerca un grupo. Son siete. Llegarán en un par de minutos.

Krinia y Kruloz reaccionaron rápidamente, atacando desde la distancia a la cucaracha. No querían encontrarse luchando cuando el otro grupo llegara. Los encuentros en la mazmorra no solían ser hostiles, pero había excepciones.

–¡Eh! ¡Éste era mío!– se quejó Krongo cuando sus compañeros intervinieron, pero tuvo que conformarse cuando le explicaron la situación.

Todos se quedaron mirando hacia el lugar de donde debían venir, con las armas bajadas, aunque preparados para lo que pudiera suceder. Lo que la vampiresa les transmitía no les tranquilizó en absoluto.

–Llevan todos uniforme. Con un escudo que parece la cabeza de un dragón azul. La piel de cinco de ellos es también azul. La que va delante parece la jefa. Lleva armadura de cuero, dos mazas azul metálico, un collar también azulado con una cabeza de dragón...– iba explicando, mientras sus compañeros fruncían el ceño.

–Tiene que ser Drigca– supuso Kroco, con evidente disgusto en su voz.

–¿Y van con uniforme oficial? ¿Dónde se creen que están? ¡La norma es no llevar distintivos en la mazmorra! ¡Y menos los extranjeros!– gruñó Kroquia.

–¿Creéis que intentarán algo?– se preocupó Kruloz.

–No lo harán directamente. Tendrían que estar seguros de que nadie va a escapar. Pero podrían ponernos las cosas difíciles. No me extrañaría que intenten tendernos una emboscada– concluyó Krinia.

–Mierda. ¿Vamos a tener que marcharnos?– maldigo Krongo.

–Ya llegan– anunció Gjaki.

Todos se callaron, mirando con hostilidad al grupo que se acercaba. Aquel grupo eran uno más, y sus niveles ligeramente por encima, por lo que, en caso de una pelea, tenían las de perder.

No obstante, se habían detenido en un cruce, dejándoles el camino libre, y con una ruta de escape tras de sí.

Podrían haber tratado de esconderse, pero, por su actitud, los compañeros reptilianos de la vampiresa sospechaban que sabían que estaban allí, que los estaban buscando, seguramente para intimidarlos. Esconderse hubiera sido asumir que les tenían miedo.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora