Reconquista (IV)

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–¿Y bien? ¿Vais a huir? ¿Vais a atacar? ¿U os vais a quedar mirando?– los provocó Gjaki, mientras caminaba despacio, rodeándolos.

Llegó hasta una antorcha y, colocando los dedos en ella, la apagó, como jugando, como si no tuviera importancia. Parecía magia, aunque en realidad sacaba agua del inventario sin que se notara demasiado.

Así, poco a poco, apagó casi todas las antorchas, lo cual daba al lugar un aire más tétrico, aunque no parecía cambiar mucho. Tanto ella como los góblins podían ver en la oscuridad. Lo que estos no sabían era que, sin la luz de las antorchas, Oscuridad y Tentáculos eran más efectivos. Claro que ni siquiera conocían la existencia de dichos hechizos.

Y eso era precisamente lo que la vampiresa quería lograr, además de la oportunidad de provocar a alguno de ellos y que se separaran. Pero estaban demasiado asustados como para hacerlo.

A lo lejos, cuatro góblins esperaban la oportunidad para ayudar a la vampiresa, y varias decenas esperaban en la entrada de la cueva. Sin embargo, no podían acercarse sin arriesgarse a que tomaran rehenes.

Ella siguió caminando en círculos, rodeándolos, acercándose cada vez más, aparentando estar más segura de sí misma de lo que realmente estaba. Se sentía nerviosa, pero también excitada. De hecho, estaba tentada de saltar entre los tres, pero sabía que era excesivo.

Los góblins daban pasos atrás, evitando que se acercara más, sin decidirse ni a atacar ni a huir. Fue entonces cuando el Murciélago cayó sobre ellos. Perdieron un instante de vista a su enemiga, pero eso fue suficiente.

–¿Dónde está?– exclamó el jefe.

Gjaki se estaba moviendo despacio, protegida por Oscuridad. Lo había mandado atacar cuando había llegado a un punto ciego a la luz de las antorchas que quedaban, un lugar donde su sombra casi no podía distinguirse. Además, había invocado dos Murciélagos más para distraerlos.

Los que se escondían a lo lejos, se quedaron boquiabiertos. Desde la distancia, eran incapaces de apreciar aquella sombra que se movía.

–¿Se ha convertido en uno de estos?– se preguntó el segundo al mando, señalando a los oscuros seres voladores.

–¡Matadlos! ¡No dejéis que se acerquen!– exclamó el jefe.

Y eso intentaron, pero Gjaki los controlaba para que los sobrevolaran, para que se acercaran, pero no demasiado. Excepto uno, que fue atravesado por una lanza, prácticamente desapareciendo.

Antes de que pudieran preguntarse qué estaba pasando, el más débil de ellos, de nivel 14, fue asesinado en apenas unos instantes. Absortos por los Murciélagos, no habían prestado atención a la sombra que se había acercado, y demasiado tarde habían descubierto la figura de la vampiresa.

–Y decían que no sirven en combate– alabó ésta a los Murciélagos.

Aunque le repugnaba morder un cuello tan sucio, sabía que la imagen de ella succionándole la sangre era impactante. Tanto que, en lugar de atacarla, dieron un par de pasos atrás.

Ella le tiró el cuerpo al jefe, quien, casi entrando en pánico, lo ensartó con la lanza, mientras Gjaki usaba el látigo para Agarrar la maza del segundo al mando y estirar con fuerza, pillándolo por sorpresa y desarmándolo.

Inmediatamente, y mientras el jefe intentaba liberar su lanza, atacó al recién desarmado. Éste saco un cuchillo para intentar defenderse, que fue esquivado mediante Daga Resbaladiza, acercándose a él al mismo tiempo.

Había guardado el látigo, recuperado la segunda daga y desinvocado uno de los Murciélagos que quedaban. Dicha segunda daga apareció en su pierna mediante Daga Sorpresa, hiriéndolo en el tobillo, y provocando que se distrajera lo suficiente para, mediante Arañar, clavarle también las uñas.

El goblin dio dos pasos atrás. Herido en el hombro y la pierna, había quedado maltrecho y con su movilidad reducida. Pero la vampiresa no pudo rematarlo, pues una lanza amenazaba con clavársele.

Como si tuviera ojos en la espalda, esquivó el ataque saltando a un lado, giró sobre sí misma en el suelo, y se lanzó hacia delante, paralela a la lanza que ahora lo tenía difícil para llegar hasta ella. Como mucho, podría golpearla de lado, algo que podía molestarla pero apenas dañarla.

Sin embargo, al jefe de los invasores no se le ocurrió esa posibilidad. Estaba acostumbrado a invadir aldeas, en las que combatían contra unos pocos defensores a los que superaban en número. Sólo ocasionalmente luchaba en un uno contra uno, contra quien le disputara el mando, o cuando él mismo lo había disputado. Pero ninguno de aquellos adversarios luchaba como la vampiresa, ni le infundían tanto temor.

Además, en realidad ella tenía ojos en la espalda, colgados en el techo, bocabajo. Requería concentración, pero el Murciélago era muy útil, y se sorprendía de lo fácil que le resultaba, ya que en el juego no funcionaba exactamente así. En la pantalla del ordenador, no necesitaba que le vigilaran la espalda.

El jefe goblin soltó la lanza para sacar una espada algo oxidada del cinto, pero la pierna de Gjaki llegó antes. Esta vez, había cambiado de estrategia, Endureciendo el pie y golpeando contra el de su enemigo, que cayó abruptamente hacia delante.

Ella rodó hacia el lado, evitando que le cayera encima, puso las manos y los pies sobre el suelo, dobló las rodillas y se impulsó con ellas hacia delante, mientras el jefe goblin aún intentaba entender qué había pasado, y apenas había llegado al suelo.

Soltó las dagas y usó las dos manos para empuñar el martillo nivel 10. Quizás el arma era de demasiado bajo nivel, y su enemigo tenía protección, pero el golpe en la espalda fue suficiente para frustrar el primer intento de levantarse de su enemigo, y no fue poco doloroso.

Dejó el martillo sobre su enemigo, usando el impulso del golpe para llegar hasta su cuello, alargar sus uñas con Arañar y atravesarlo. Éste intentó revolverse, pero no le quedaban fuerzas para evitar su muerte.

Gjaki miró entonces más allá, donde el último de los invasores era golpeado y atravesado por cuatro góblins. Sus niveles eran menores, pero su oponente estaba herido. Apenas podía moverse o usar su brazo dominante, además de que ellos eran cuatro. Acabaron con él sin necesitar la ayuda de la vampiresa, que simplemente se quedó descansando, dejando el rescate de los góblins a los suyos.

Los prisioneros la estaban mirando sin saber si sentirse aterrados o agradecidos. Habían escuchado sus palabras, que ellos eran comida, pero no parecía tener intención de ir a por ellos, y cuatro de los suyos estaban luchando a su lado. No sabían qué pensar.

Gjaki, que no tenía mucha confianza en sus dotes para las relaciones sociales, prefirió dejarles las explicaciones a los otros góblins.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora