Sirviente de sangre

218 45 1
                                    

Gjaki había bajado los escudos y disparado todas las armas de largo alcance de la mansión. Como imaginaba, no había causado grave daño a sus enemigos más poderosos, pero sí a los demás.

–Una lástima– se dijo.

No les había quitado ojo, preparada para subir los escudos rápidamente. Sin embargo, estos parecían tener miedo a acercarse, a pesar de haberse podido defender del ataque con apenas heridas.

Lo cierto es que podían resistir una docena más de impactos de ese nivel, pero temían que el número de ataques aumentaran, o hubiera otros más poderosos esperando.

Lamentablemente, las armas defensivas estaban limitadas en el juego a nivel 80, destinadas a eliminar a las tropas, pero no a los generales. Claro que sólo era un borrador que nunca se llegó a llevar a cabo.

Poco después, no sólo Gjaki pudo ver como se retiraban, sino que pasó la imagen a una enorme pantalla en el salón principal, que poco se había usado hasta entonces. Sólo cuando la dueña de la mansión la había instalado y probado.

Todos estaban entusiasmados, y Gjaki volvió a recibir multitud de abrazos, felicitaciones y agradecimientos cuando salió de la sala de control. Al principio, no sabía muy bien qué hacer, pero no tardó en dejarse llevar y abrazarlos también.

De alguna forma, se sentía muy próxima a ellos. Los recuerdos eran a veces difusos y a veces claros, a veces del juego y a veces como sueños en los que estaba dentro.

Poco a poco, Diknsa consiguió que todos volvieran a sus tareas, incluso a algunas que habían abandonado ante la perspectiva de tenerse que marchar. Había muchas cosas que hacer, pero ni uno de ellos se mostró reacio. De hecho, era reconfortante volver a simplemente sacar las malas hierbas del huerto, o limpiar las grandes baños que llevaban semanas desactivados. No pocos estaban deseando volver a usarlos.

Al final, sólo quedaron Gjaki, la propia Diknsa y un nervioso Chornakish.

–Yo... Pensaba... No sé si querrías tomar un poco mi sangre– propuso éste.

Gjaki lo miró entre la sorpresa y la familiaridad. De algún modo, tenía la sensación de que el sabor era delicioso, por mucho que el nivel del demihumano apenas estuviera en 23.

Miró indecisa a Diknsa, y ésta asintió, con una sonrisa en la que la vampiresa de pelo plateado tenía la sensación que había algo más. Luego volvió a mirar al nervioso adolescente gatuno, al que encontraba tan adorable como atractivo. Se sentía entre nerviosa, avergonzada y ansiosa.

–¿Estás seguro de que no te hará daño? No sé muy bien cómo era antes. Lo que pasó me es algo confuso– reconoció ella.

–¡Claro! Confuso o no, me salvaste. Me ayudaste. Me trataste como... muy bien. Es un honor para mí. Si no quieres mi sangre yo... ¿Quizás no soy digno?– preguntó éste al final, preocupado.

Entre conmovida y alentada por sus instintos más primarios, la vampiresa se acercó a él, quien giró la cabeza, dejando al descubierto su cuello. En realidad, podía morderle en cualquier parte del cuerpo, pero, por alguna razón, su imagen difusa siempre lo había hecho así. Y a los dos les pareció natural.

Clavó con sumo cuidado los colmillos, temiendo hacerle daño, pero él no se quejó. De hecho, apenas fue un pinchazo, y tenía otros cosas de las que preocuparse.

En el pasado, ella lo había mordido, pero nunca la había sentido tan cerca, tan real. Su aroma le resultaba terriblemente embriagador, sin saber muy bien por qué.

Era terriblemente consciente del cuerpo de la vampiresa apoyado en él, de su calor, del roce de sus labios en su cuello. No entendía muy bien lo que sentía, la excitación por tenerla cerca. Incluso la mano sobre el hombro le resultaba extrañamente estimulante.

El cabello plateado que le rozaba al caer sobre su cuello y espalda no sólo le hacía cosquillas, sino que era incomprensiblemente provocador. Incluso su sangre siendo succionada era embriagador.

Por su parte, Gjaki también era consciente del cuerpo del demihumano, aunque había quizás más curiosidad. La suavidad de su piel le recordaba a la de un gato, y le resultaba adorable.

Sin embargo, succionar su sangre le estaba afectando de una forma extraña. Por una parte, le resultaba la sangre más deliciosa que había probado nunca, y no quería parar de tomarla. Por la otra, algo se trasmitía a través de ella.

Diknsa los observaba entre divertida y atenta. Algunos vampiros no podían controlarse la primera vez que tomaban sangre, así que estaba preparada para separarlos. Si bien no era la primera vez de Gjaki haciendo aquello, en cierta forma, sí lo era.

De repente, ella se separó. Había perdido por unos instantes el control de sí misma y se había asustado. Temía haber tomada demasiada.

–¿Estás bien? ¿No he tomado mucha?– dijo preocupada.

–No, no, estoy bien. Aún... puedes tomar más... si quieres– ofreció él, totalmente avergonzado, sin atreverse a mirarla a los ojos.

–Quizás en otro momento. Estaba deliciosa. Gracias– respondió ella, casi relamiéndose.

–Cómo... quieras... Yo... me voy ya... Tengo cosas que hacer– respondió éste, casi huyendo de allí.

Lo cierto es que la había mirado cuando ésta le había agradecido, encontrándose con una sonrisa que era más de lo que podía soportar. Se sintió abrumado por sus sentimientos y sus instintos. Era incapaz de seguir allí.

Gjaki se lo quedó mirando, mientras Diknsa trataba de no reír. Le parecían adorables los dos.

–¿Qué te parece? ¿No es mono?– provocó la diablesa de piel roja.

–La verdad es que sí. Y tiene buen cuerpo... ¿¡Qué me estás haciendo decir!?– se quejó de repente, sonrojándose.

– Ja, ja. No sabes cuánto te he echado de menos. Él también. Cada día se quedaba mirando la ventana. Me alegro de que hayas vuelto.

Las mejillas de Gjaki tomaron un color aún más rojo. Para una adolescente sin casi vida social como lo había sido ella, aquello le resultaba sumamente vergonzoso. Aunque también agradable, reconfortante y estimulante. No obstante, pronto su mirada se volvió más seria, incluso algo triste.

–No me puedo quedar mucho tiempo. Me tendré que ir pronto– dijo de pronto.

–¿Por qué? Esta es tu casa...– suplicó Diknsa, con pánico y desesperación en su voz. No quería volverla a perder.

–Por eso mismo. No soy lo suficiente fuerte aún. Tengo que recuperar mi poder para poder defender mi hogar, para que esto no vuelva a pasar.

Lo cierto es que había subido un gran número niveles, pero no era suficiente. Había enemigos que eran demasiado fuertes para ella. Necesitaba levear.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora