Traición (I)

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–¿Ésta sangre puedo beberla?– la miró incrédula y algo reluctante, mientras su asistente guardaba en el inventario el espeso líquido de color verdoso.

Había obtenido también anestesiante batracio, carne de sapo y lengua de sapo, que se suponía que era una exquisitez, aunque ella no estaba muy convencida.

Se había quitado y puesto la armadura para librarse de la desagradable sustancia, y estaba descansando, atenta a sus alrededores. Pero también a la información de sus exploradores. Y, uno en concreto le había llamado la atención.

Unos diez lagartos humanoides estaban atacando el interior de una cueva. En ella, podía verse la presencia de un enorme escudo, sujetado por la misma aventurera que había visto el día anterior. Una de quienes le habían robado su jabalí.

Detrás de ella, había otros dos figuras que intentaban contratacar, pero era evidente que estaban en clara desventaja numérica.

–No sé qué pasa, pero no es asunto mío. Lo mejor es que no me acerque a esa zona– valoró la vampiresa.



–¿Cómo está mi hermano?– preguntó la guerrera reptiliana.

Medía metro noventa y sus poderosos músculos eran invisibles debajo de su armadura. Pero podía entreverse su piel rojiza y la preocupación en sus ojos.

– Inconsciente. ¡Mierda! No puede beber la poción así– maldijo Krongo.

Quien hablaba era un guerrero ofensivo reptiliano. De poco más de metro setenta y piel verde oscura, estaba especializado en ataques cuerpo a cuerpo, así que poco podía hacer en aquella situación más que atender a Kroco.

Por desgracia, habían sido emboscados, y Kroco, su sanador, había sido el objetivo prioritario. No había muerto, pero estaba gravemente herido, y todos sabían que era muy difícil que saliera de ésta. Si la situación fuera normal, quizás podría aguantar el tiempo suficiente para que lo llevaran a otro sanador. En la actual, ni siquiera ellos tenían esperanzas de salir vivos.

Mientras Kroquia los protegía, los otros dos miembros del grupo intentaban contratacar. Habían logrado herir a un par de ellos, pero no de gravedad, y sus enemigos sí tenían sanador.

Krinia, la maga, de piel azul clara, se sentía impotente. No tenía pelo, pero varias líneas con bordes aserrados adornaban su cabeza, que parecía una extraña mezcla de humano y cocodrilo. De hecho, sus ojos verdosos eran reptilianos, como la cola que se arrastraba a su espalda.

Tampoco Kruloz, el arquero, veía solución a sus problemas. Más bien, creía que su final estaba cerca. Sus ojos amarillos buscaban en la noche una oportunidad, pero allí solo había enemigos.



–Ja, ja, ya son nuestros– se congratuló uno de los reptiles humanoides que rodeaba la cueva.

–No os distraigáis. Estad atentos a cualquier bicho que pueda aparecer– insistió el que estaba al mando, un reptiliano llamado Krijo.

–¿Nos podemos divertir con ellos?– sugirió un tercero.

–Tenemos tiempo, así que no veo el problema. Si sobreviven, claro. Sólo necesito que mueran– volvió a responder el líder.

–Je, je, que estúpidos son nuestros primos. ¿De verdad creían que podían heredar el condado sin más?– se burló una reptiliana llamada Kraga.

–Jua, jua. Nunca lo sospecharon– rio también el líder.

–¿Krijo? ¿Kraga? ¿Sois vosotros? ¿Por qué...?– de repente se oyó una voz que provenía de la cueva, llamándolos.

–¡Hola, Kroquia! ¡Me alegro de verte! Realmente eres estúpida. ¿Aún preguntas el porqué?– se burló Kraga.

–¿Cómo puedes hacernos esto? ¡Siempre hemos sido como hermanos!– insistió Kroquia, incrédula.

–¡Qué estúpida! ¿Acaso crees que me gustaba hacerme la amiga de una idiota como tú? ¿Otra que, como tus padres, es amiga de los vasallos? ¡Estar con ellos era repugnante! ¡Así que sois inferiores como ellos! ¡No tenéis derecho a gobernar! No os preocupéis, cuando vengan a buscaros, vuestros padres también caerán– se siguió mofando la reptiliana.

–¡Traidora! ¡Maldita sucia lagartija!

–Procura no morir. Estoy deseando ver ese rostro orgulloso humillado y pidiendo clemencia. Lástima que tu hermanito se podrá librar– la siguió provocando.

Kroquia apretó los dientes. Estaba furiosa y aún no podía creerse la traición. Quería a sus primos como hermanos, nunca podía haberse imaginado que quisieran matarlos. Siempre se habían llevado bien con ellos y sus tíos, o eso creía. Al parecer, habían estado conspirando en secreto, los habían tenido engañados.

Lo peor era que no sabía qué hacer. Se sentía impotente. Y, lo que era peor, los usarían para tender una trampa a sus padres. Quizás podrían resistir horas, o días, pero acabarían cayendo. Y nadie vendría a rescatarlos, no tan pronto. Las fuerzas que debían protegerlos en caso de problemas eran precisamente las que los estaban atacando.

Y, por si no fuera poco, su hermano estaba agonizando. Aunque quizás era mejor morir que ser atrapado por ellos.



No todos estaban atacando la cueva. Cuatro de ellos estaban vigilando que nada los sorprendiera por detrás. Incluso ellos no habían podido traer fuerzas de nivel mayor a 35, pues esas eran las normas de aquel lugar. De hacerlo, se activaría la alarma erigida por los condes algunas generaciones atrás, lo que llamaría una atención que no deseaban.

Por ello, los ataques de bestias de hasta nivel 35 eran posibles. También podía haber bestias visitantes de otras zonas de mayor nivel, pero era difícil. La misma barrera avisaría si ello sucediera, provocando que las fuerzas del condado entraran en acción. Aquel era un lugar de caza y entrenamiento para muchos aventureros, y se debían evitar riesgos innecesarios si quería mantenerse así.

Era una gran fuente de ingresos atraer aventureros a aquel lugar. Además, había en el condado una mazmorra cuyo nivel inicial era justo el más alto de la sabana, haciendo así al condado aún más atractivo. La combinación sin duda había ayudado a aquellas tierras a prosperar, atrayendo a aventureros durante muchos niveles de su entrenamiento.

Era cierto que un grupo tan numeroso como el suyo poco tenía que temer a los ataques de los habitantes de la sabana. Pero, si eran descuidados, podían estropear sus planes. Sin embargo, incluso siendo precavidos, algo los sorprendió.

–¡Ayuda! ¡Aaaaaargh!– se oyó de repente una voz en apuros.

–¡Hay cinco bestias atacando a Crofia! ¡Vamos!– anunció uno de esos cuatro vigilantes.

El que había dado la alarma y otros dos fueron corriendo a apoyar a la cuarta. La encontraron en el suelo, malherida, luchando desesperadamente contra unos enormes simios de piel rojiza.

–¿Gorilas carmesí? ¿Por qué nos atacan?– se preguntó uno de ellos.

Aquellas bestias no eran depredadoras, aunque sí muy agresivas si eran provocadas. Los aventureros rara vez intentaban cazarlas, pues corrían el peligro que toda la manada fuera tras ellos.

Por suerte, sólo había cinco, y el nivel de aquellas bestias no era muy alto, tan sólo entre 29 y 32. Sin embargo, cinco a la vez eran demasiados para su compañera. Así que, tras la sorpresa inicial, avanzaron para rescatarla.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora