Cautiva (III)

203 48 0
                                    

Kerthlon confesó todo lo que tuviera que ser confesado. Tenía los ojos vendados y le dolía todo el cuerpo, en especial la flecha clavada y la patada en la entrepierna.

–Han acabado atacando a mi Clon y han descubierto que les hemos engañado. No tardarán en llegar, es hora de irse– informó la vampiresa de pelo plateado, que ya no llevaba el disfraz.

Kilthana la seguía mirando asombrada, pero era Jiknha la que estaba totalmente anonadada. El poder y el aura que emanaba su salvadora eran extraordinarios, además de que las habilidades de las que había sido testigo hasta entonces eran increíbles. Su carta de presentación, el poseer brevemente el cuerpo de la sirvienta, nunca la olvidaría. A pesar de ello, estaba preocupada.

–¿Cómo vamos a salir?– preguntó.

De hecho, estaban atrapadas en aquella habitación. La única salida era la puerta, y pronto llegarían sus enemigos.

–No te preocupes, ahora pondrá un portal– informó la condesa.

–¿Un... portal?– quiso asegurarse, sin acabar de creérselo.

–Sí, un momento. Tú, traga esto– le hizo ingerir al prisionero una pastilla.

–Cof, cof. ¿Qué me has dado?– preguntó asustado.

–Nada importante. Sólo un poco de veneno. Dile a tu papaíto que, si quiere el antídoto, que venga en unos días para hablar de las condiciones. O eso, o te deja morir. ¿Kilthana?

En realidad, no era un veneno mortal. Sólo le haría sentirse mal unos días, pero eso él no lo sabía.

–¿En diez días en el paso del Puente Platino?– sugirió ella.

–Ya lo has oído. Más te vale recordarlo, o planear tu funeral. Vámonos.

Inmediatamente, invocó el Portal, al que fue empujada Jiknha, sin darle tiempo a quejarse. Tras ella, pasó la condesa, pero no la propia Gjaki. Le había dicho al oído a ésta que iría un poco después, pero Kerthlon tenía que creer que también se había ido.

Salió de la habitación con Oscuridad. Poco después llegarían los soldados para liberar al cautivo, y no tardaría en aparecer el propio conde.

Ella cruzó los pasillos en silencio, pero sin contratiempos. Nadie la estaba buscando, así que difícilmente podrían fijarse en aquella sombra.

Llegó finalmente a su destino, una habitación apartada y con la puerta medio rota. Gracias a ello, uno de sus exploradores había logrado pasar anteriormente.

Era una especie de almacén abandonado, en el que se acumulaban objetos inservibles que no se habían decidido a tirar. Puede que incluso se hubieran olvidado de ellos.

Los movió un poco, agrandando un hueco, y luego ocultándolo entre escombros. Allí colocó un Portal de Salida para poder volver si era necesario, y añadió las respectivas Autodestrucciones. Inmediatamente, invocó un Portal y se marchó de allí



–¿Dónde estamos?– preguntó la liberada, pues se encontraba en una habitación no muy grande, cerrada por dentro.

–En la mansión del Solodkro, mi...– respondió la condesa, sin acabar la frase.

–¿Novio? ¿Habéis hecho la paces?– preguntó Jiknha, intrigada y curiosa.

–Bueno, sí, algo así...– se avergonzó ella.

–¿No me digas...? Ja, ja. ¿Os habéis acostado? ¡Ya era hora! ¡Felicidades! Me alegro por ti– felicitó a su avergonzada amiga

–Ya... Ya hablaremos de eso. Tenemos muchas cosas de qué hablar– quiso cambiar de tema Kilthana.

Quizás, en otras circunstancias le hubiera costado más, pero en aquel momento su amiga estaba cansada y desorientada. Ya tendría tiempo de preguntar cada detalle.

–¿Cómo sabíais que estaba allí?– preguntó.

–Por casualidad. Necesitábamos a una condesa, y pensé que eras una buena candidata. Así que fuimos a verte, pero nos dijo que te habían llevado al castillo. Me preocupé mucho, y fuimos a salvarte– resumió Kilthana.

Su amiga la miró desconcertada. Apenas entendía la mitad.

–¿Qué es eso de una condesa? Yo no soy condesa– replicó.

–¡Oh! ¡Cierto! Gjaki mató a Pokmu. Él empezó. Y ahora queremos tomar el condado, pero necesitamos a alguien para gobernarlo. Y pensamos en ti– siguió explicando atropelladamente.

–¿Pokmu está muerto?– preguntó Jiknha, incrédula.

–Eh, sí, es lo que he dicho...

–Ja, ja. ¡Por fin! ¡Ese malnacido está muerto! Mamá, papá, os han vengado...– rio en un primer instante, pero luego rompió a llorar.

A su amiga le costó un rato consolarla. Había muchas emociones contenidas, incluidas su reciente cautiverio. Apenas se estaba recuperando cuando un Portal volvió a activarse, y apareció Gjaki.

Jiknha se volvió hacia su salvadora y le hizo una profunda reverencia.

–Una vez más, gracias por salvarme la vida, por librarme de esos bastardos, y por dejarme desahogarme con él. Y gracias por matar a ese otro bastardo de Pokmu, por vengar a mis padres. Si hay algo que pueda hacer por ti, sólo tienes que decírmelo– se ofreció.

–Bueno, tengo un puesto libre de condesa, si te interesa– respondió Gjaki.

–¿Condesa?– preguntó ella –Sí, algo ha dicho Kilthana. ¿De qué va eso?

–Hablémoslo tranquilamente, con algo de comer. Vamos, Solod debe de estar preocupado– sugirió Kilthana.

–Está deseando tirarse en sus brazos– susurró Gjaki a Jiknha, aunque lo suficientemente alto para que la condesa la oyera y volviera a sonrojarse.

Jiknha no pudo sino reír a carcajadas, mientras su amiga se alejaba aparentemente airada. Era la primera vez que reía en mucho tiempo.



–Qué acaramelados... Yo también quiero uno– se quejó Jiknha ante la actitud de ambos condes.

Ellos se sonrojaron, e incluso se separaron un poco por unos instantes. Los tres habían sido buenos amigos en el pasado, de niños y adolescentes, así que le resultaba natural molestarlos un poco.

–¿Cómo lo quieres?– preguntó Gjaki, casi sin pensar

–A ver... Cariñoso, guapo, no demasiado inteligente ni ambicioso, obediente, leal, atento...– empezó a enumerar la quizás futura condesa.

Se detuvo de pronto, mirando muy fijamente a la vampiresa de pelo plateada, que también se había sonrojado. Abrió mucho la boca y la señaló con incredulidad, casi temblando.

–¿¡Tú también tienes uno!? ¿¡Y cómo me gustan!? ¡No es justo! ¿No tendrá un hermano?

Gjaki se puso aún más roja. No podía negar que había pensado en Chornakish. Desde su punto de vista, cumplía muchos de aquellos adjetivos.

–Dejemos de hablar de tonterías. Hay trabajo que hacer. ¿Cómo proponéis tomar el condado?– intentó cambiar de tema.

Jiknha sonrió traviesa. Su aguerrida y poderosa salvadora resultaba ser tímida en cuanto al corazón. Sin duda, podría usarlo en el futuro para molestarla, para tomarle un poco el pelo. De hecho, lo de que quería a alguien lo había dicho en broma. Quizás, medio en broma medio en serio.

Lo cierto es que, hasta entonces, sus relaciones habían acabado bastante mal, por unas razones u otras. Por culpa de su tío, incluso en tragedia, pues había provocado la muerte de uno de sus novios. Si bien no podía decirse que estuviera perdidamente enamorada de él, sí que la había afectado profundamente.

Como fuera, ahora lo importante era recuperar las tierras de las que su tío se había adueñado, atentando incluso contra los padres de ella. Sentía que se lo debía a ellos.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora