Caballero de sangre (I)

188 45 0
                                    

Era evidente que la situación no estaba en su favor. De quererlo, con Oscuridad y Escalar, aprovechando las sombras de aquel pequeño desfiladero, la vampiresa tenía grandes posibilidades de escapar con vida. De hecho, en una lucha intensa cuerpo a cuerpo, quizás sobrevivieran ella y los dos guerreros, pero era casi imposible para el resto.

Así que se decidió por la única opción que se le ocurrió. No estaba segura de si sería una buena idea, pero no tenía más.

–Krongo, tenemos que acabar con los que tenéis delante en cuanto tire la bomba de humo. Los demás esconderos con Kroco, después de eliminar a los que queden a la vista. Kroquia, tú también– ordenó de repente la vampiresa.

–¿Bomba de humo?– preguntó Krongo, extrañado.

La respuesta fueron dos esferas lanzadas a cada extremo. Al impactar, una negra humareda salió de ellas. Eran objetos del juego, que poca utilidad habían tenido en aquel entonces, y que sólo había comprado por curiosidad.

No sabían que estaba tramando su compañera, pero ahora tenían una confianza casi ciega en ella. La habían visto hacer demasiadas cosas extrañas como para no creer que tuviera otro as en la manga.

La guerrera acorazada retrocedió, mientras guerrero y vampiresa luchaban ferozmente contra los once que quedaban allí, siendo apoyados por el arquero. El resto de los saurios habían retrocedido, temiendo a ese humo desconocido.

Estos no tardaron en darse cuenta de que no era peligroso, de que sólo les nublaba la vista, además de que se iba disipando. Así que pronto empezaron a cruzarlo. Sin embargo, sus presas habían desaparecido.

Se acercaron para encontrarse con dos nuevas trampas con Tentáculos, de las que ya habían visto su efecto varias veces, así que se mantuvieron a distancia tras ser atrapados cinco de ellos entre los dos lados. Dos de ellos consiguieron retroceder sin apenas heridas, mientras que un tercero fue devorado por sus compañeros al salir.

Miraron a un lado y a otro, pero no encontraron más que algunas flechas, y huesos de los congéneres devorados por ellos mismos. Al final, decidieron retroceder y buscar por los alrededores infructuosamente. Hasta que el sol empezó a ocultarse y no tuvieron más remedio que volverse.



–Se han ido– anunció Gjaki, disipando la Protección de las Sombras en la que se habían escondido.

Sus heridas se habían curado y había reparado sus ropas. Por suerte, en la oscuridad del desfiladero el sol no le había apenas afectado.

El resto se levantaron inmediatamente. Ya le habían dado suficiente las gracias mientras estaban escondidos, y tenían prisa. Todos habían podido comprobar la precaria condición de su hermano y amigo. Además, habían podido descansar durante más de una hora, incluso dormitado, un lujo que no se habían podido permitir durante demasiadas horas.

Gjaki volvió a encabezar el grupo. No estaban lejos del límite, de la barrera que hacía de alarma. Allí, podrían encontrar las tropas que vigilaban el lugar, y, casi con toda seguridad, a un curandero.

Apenas tuvieron problemas. Los límites de la sabana eran la zona más transitada y, por tanto, la que menos peligros escondía. Sin embargo, poco después de atravesar un río, la vampiresa se paró en seco.

Sus Murciélagos no había descubierto nada, ni ella lo había visto. Sin embargo, sentía una presencia peligrosa. Desde que había llegado a aquel mundo, nunca se había sentido así. No entendía muy bien la sensación, sólo que algo los acechaba.

–No sé el qué, pero hay algo aquí– anunció al resto.

Todos miraron a un lado y a otro. No tenían la fuerte sensación de su compañera, pero sí sentían una extraña inquietud.

–Ja, ja, ja, muy perceptivos, pero ya es tarde– se oyó una voz masculina.

–Vaya, parece que han escapado de tus niños. Lástima que no podrán llegar más allá– sentenció una voz femenina.

Junto con las voces, una barrera se erigió, impidiéndoles escapar. Estaban atrapados, y dos figuras aparecieron ante ellos.

–¿Tío? ¿Qué significa esto?

–Sólo vuestra muerte. Es un incordio tenerme que encargar personalmente, pero también una bendición. Así serviréis de sacrificio y nos ahorraréis algo de trabajo.

Gjaki frunció el ceño. Aquel reptiliano era nivel 62. La mujer 74. No tenían nada que hacer contra ellos.

–¿Cómo puedes hacer esto? ¡Padre no os perdonará!– siguió Kroquia.

–Ja, ja. Vuestro padre vendrá a buscaros y caerá en la trampa. Tenéis que estar orgullosos, vuestro sacrificio nos ayudara a tenderla. Ja, ja– se burló su tío.

–Son vampiros– confirmó en un susurro la vampiresa.

Ahora entendía que era su presencia lo que había sentido. Lo que no sabía era cómo salir de esta situación.

–Cariño, ya es hora– dijo la mujer, también reptiliana, pero de rasgos más humanos.

–Cierto. ¡Que vuestra sangre sirva para revivir al caballero de sangre!– anunció.

Un altar apareció frente a los dos vampiros. Emanaba una aura de muerte, y sobre él había los huesos suficientes para formar un esqueleto completo. Una armadura y una gran espada yacían en el suelo.

Una tenebrosa aura se condensó sobre los huesos, ante la mirada aterrada de los ezihuq que estaban junto a la vampiresa, y que no tenían dónde escapar.

Poco a poco, los huesos se fueron ordenando, formando el esqueleto de una figura borrosa entre negro y rojo.

–Está incompleto– pensó Gjaki.

Los había visto en el juego. Podían alcanzar en nivel 90, para lo cual necesitaban la sangre de sacrificios de dicho nivel, o muchos más de niveles inferiores. Una vez invocados, aunque sólo estuvieran quietos, absorbían la sangre de todo ser que tuviera menos de la mitad de su nivel, a varios metros de distancia, a excepción de quienes eran capaces de dominar la sangre. Además, podían absorber la que tocaban directamente de niveles más altos.

Eran extremadamente feroces e inmunes al dolor, y sometidos a su señor. Cumplían cualquier orden sin rechistar, con absoluta obediencia.

Aquel, en concreto, estaba en nivel 77, pues no estaba todavía completo. Aun así, era más que suficiente para acabar con todos ellos. Sin embargo, la vampiresa sonrió.

–Si nos hubieran atacado directamente, no hubiéramos tenido opción, pero ahora...– se dijo.

Sus compañeros sentían su sangre hervir. No podían mantenerse en pie, pues un agudo dolor invadía cada partícula de su cuerpo. La sangre era llamada y empezaba a abandonarlos, traspasando poco a poco sus venas y a través de los poros de su piel.

Era un proceso sumamente inhumano, que les causaba un dolor insoportable. Apenas había empezado, y no podían sino gritar.

Sin embargo, por alguna razón, Gjaki no parecía estar afectada. Para sorpresa de sus enemigos, en lugar de retorcerse de dolor, avanzó hacia el altar.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora