Mansión enemiga (I)

200 44 0
                                    

La puerta se cerró tras ella. Avanzó hacia él, aparentemente reticente y temblando. Se paró justo delante, a apenas un metro, sin dejar de observar los alrededores.

No había guardias allí ni en la puerta. Por lo que parecía, se sentían seguros en la mansión, aunque no era de extrañar. Las mujeres apenas alcanzaban el nivel 20, mientras que los guardias eran probablemente vampiros menores que estaban atados por un contrato de sangre.

–No está mal. ¿Cómo te llamas?– preguntó él.

–Gold...mi– respondió ella, preguntándose si a su amiga le importaría que tomara prestado su nombre.

–Un nombre extraño. Quítate la ropa, quiero verte– ordenó.

Sin embargo, para su sorpresa, aquella inofensiva mujer se movió más rápido de lo que hubiera podido imaginar, a la vez que su verdadero nivel y aspecto era revelado.

Ya no necesitaba ocultarse y gastar maná, así que tan pronto como empezó a moverse desactivó los hechizos.

No lo mató. Necesitaba información, así que usó Pasos Rápidos y Cabezazo contra él. Sabía que, por mucha diferencia de nivel que hubiera, esa habilidad de lucha en tabernas nunca acabaría con su vida. No obstante, sí que le hizo perder el conocimiento.

Las mujeres la miraron entre esperanzadas y temerosas. No sabían si aquella recién llegada las salvaría, también las esclavizaría o las mataría.

–Necesito información. Desatadlas y traedme a las heridas.



Cuando las mordió, algunas se temieron lo peor. No obstante, cuando vieron que simplemente las heridas se curaban y no se transformaban en vampiresas, respiraron aliviadas.

Algunas llevaban un tiempo siendo torturadas, habiéndose resignado a su suerte, deseando incluso morir cuanto antes. No dudaron en explicarle todo lo que sabían.

Como había imaginado, aquel vampiro era el hijo real del conde. Compartía con su padre aficiones, y era consentido por él. Lo más importante era que no había nadie más poderoso que el conde en la mansión.

Su objetivo era un tanto paranoico, y sólo se fiaba de sus vampiros. Dado que estos no pueden crearse de nivel mayor a uno mismo, ese era el máximo que podía haber.

Sí que había mercenarios contratados de mayor nivel, pero nunca dentro, y sólo mientras duraba la guerra con los vecinos. Éstas se habían paralizado temporalmente, aunque ellas no sabían por qué. Lo que sí sabían era que algo había pasado y faltaban muchos vampiros, aunque desconocían la razón.

La realidad era que una tregua había sido forzada por alguien poderoso, por lo que los vecinos no se atacarían entre sí al menos por un año. Por ello, estaban esperando a después de la cosecha para traer vasallos y convertirlos, para así recuperar efectivos a costa de la población del condado.

Los actos del conde y sus subordinados enfurecieron aún más si cabe a la vampiresa, que no obstante no mató al hijo del conde. De hacerlo, sus subordinados lo notarían, y eso podría alertar al enemigo. Así que lo dejó inconsciente, atado y amordazado al cuidado de sus esclavas.

Éstas no dudarían en matarlo si era necesario, aunque perdieran después la vida. Ahora que podían dar rienda suelta a sus sentimientos, el odio producto del abuso y humillaciones había aflorado. Preferían morir antes que volver a aquel infierno.

Gjaki dejó un par de mastines para protegerlas, aunque ellas no creían que nadie entrara. Con la puerta cerrada, sólo su padre podía entrar sin permiso. Los demás no se atrevían.

Noqueó, ató y escondió a cuantos descubrió en su camino. De nivel mucho más bajo y creyéndose seguros, no tuvieron ni siquiera la posibilidad de resistirse. En otras circunstancias, los hubiera matado, pero no quería alertar a su enemigo. Ya habría tiempo para deshacerse de ellos.



–¡Maldita sea! ¿Qué pasa hoy? ¿¡Dónde está la comida que he mandado traer!? Hovfo, ves a ver que pasa– le ordenó el conde a su asistente.

–Sí, señor– respondió éste, saliendo de la habitación.

Al hacerlo, alguien se coló fundida en las sombras. Él se giró un momento, creyendo haber notado algo, pero no vio nada. Así que siguió su camino, temeroso de irritar a su señor. Poco después, sería emboscado por un Mastín de Sangre, que esta vez no dudaría en acabar con él.

Si bien los vampiros menores deben obedecer a su padre, eso no significa que pierdan su conciencia. Dado que tanto él como otros subordinados habían cometido actos atroces por voluntad propia, la vampiresa no mostraría piedad cuando ya no necesitara esconder sus muertes.

–Ese asalto ha sido un desastre. Teníamos que hacernos ricos y sólo hemos tenido pérdidas. Mierda. Tengo que reponerme en un año, o esos idiotas me atacarán– maldijo para sí el vampiro nivel 70.

Poco podía saber que no iba a necesitar preocuparse de ello. Ni siquiera notó que algo iba mal hasta que una daga le atravesó el corazón, otra la garganta, y dos colmillos mordían su cuello.

En su mansión, se sentía seguro, así que no necesitaba medidas defensivas. O eso creía. El ataque por sorpresa lo fulminó.

Si bien Gjaki hubiera querido interrogarlo, en el juego nunca había tenido mucho éxito con altos vampiros. Además, era peligroso dejarlo vivo, ya que, si controlaba la mansión como ella, podía usar algunas defensas incluso no estando en la sala de control.

–Krovledi lo habrá notado, pero no creo que venga en persona. Además, debería tardar días. Me he encargado de la sala de portales, no creo que haya otros– se dijo.

Crear portales no era algo fácil. Se necesitaban especialistas, tiempo y recursos. Hacían falta cientos de años para entrenar el hechizo que podía simplemente crearlos en cualquier sitio, algo solo al alcance de razas longevas, o de aquellos que lo desbloqueaban en nivel 100. De hecho, ya había creado muchos de esos portales. Simplemente, aún no podía utilizarlos.

La mayoría de los vampiros que quedaban entraron en pánico. Todos percibieron que su padre había muerto, aunque desconocían el cómo y quién había sido. Algunos incluso quisieron huir, pero sólo era posible por la puerta principal.

Gjaki había visto al entrar que había un pequeño aparato que desbloqueaba la barrera, así que había mandado a un mastín a destrozarlo. Ahora, era imposible atravesarlo sin destruirlo, o sin la intervención del conde. Ella confiaba en poder hacerse con el control. O, en el caso peor, destruiría el núcleo o la barrera cuando tuviera que salir.

Por ahora, tenía que hacer un poco de limpieza.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora