Aracne soltera busca... (I)

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Quilxia era la más joven del grupo. De hecho, apenas había llegado a la cincuentena, por lo que era bastante inexperta. Si no, igual hubiera sido más desconfiada. O quizás no, ya que de por sí era una persona bastante sociable.

Mientras el resto de elfos seguían escondidos, o se mostraban a medias, reacios, ella estuvo un rato hablando con aquella Goldki, cada vez más confiadamente. Los restos de los trolls acabaron despejando las dudas, así como la admiración que sentía hacia esa elfa de cabello dorado. La habilidad con la que estaban separadas las partes útiles era sin duda excepcional.

No dudó en indicarle lo que sabía sobre una cueva de la que a veces salían arañas. Aunque tampoco era ningún secreto. Incluso sus compañeros acabaron saludando, aún reacios y desconfiados. Y algunos también un tanto hechizados, tan atraídos por la supuesta hermosa y hábil elfa como temerosos.

Goldki no tardó en despedirse, a pesar de que Quilxia la había invitado para que viajara con ellos. Sin embargo, si lo hacía, no podría volver a la mansión y descansar en una mullida cama, abrazada a un no menos mullido demihumano gatuno.



No tuvo muchos más problemas el resto del viaje. Exhibía un aura ligeramente superior a la de la zona que cruzaba en cada momento, consiguiendo así que sus habitantes la dejaran en paz. Los pocos que no lo hacían acababan descuartizados.

Lo más complicado era encontrar la cueva. No salía en su mapa virtual, así que acabó invocando media docena de Murciélagos, pues no estaba segura a qué altura de la montaña se encontraba. De hecho, encontró cerca de medio centenar de cuevas, la mayoría de ellas de apenas unos metros de profundidad.

Once de ellas tenían una extensión considerable, e incluso los túneles se ramificaban, por lo que a los exploradores les costó algo de tiempo recorrerlas. En dos de ellas, no sobrevivieron a la exploración, atrapados en telas de arañas.

La vampiresa se acercó a la más cercana, y empezó a recorrerla precedida de un Mastín de Sangre. Era el encargado de engancharse en las telarañas y caer en emboscadas. Las arañas en sí mismas no salían de su escondite, debido al nivel del propio mastín o de la vampiresa.

–No se parece a mis recuerdos del juego, pero no estoy segura– se dijo al cabo de un rato.

En aquel entonces, en la cueva que buscaba, había un paso más o menos principal. No siempre era evidente a primera vista, pero existía. En aquella cueva, los túneles giraban a uno y otro lado, sin seguir un camino predefinido.

Sin embargo, siguió recorriéndolos. Había algo extraño, aunque no sabía bien bien qué era. Algunas paredes parecían excavadas, como si hubieran extraído algo, y quizás era reciente.

Fue cuando se encontró con una enorme y gruesa telaraña que tapaba uno de los túneles que frunció el ceño. Aquello no era normal, así que decidió investigarlo, aunque su primer intento no fue muy productivo. El mastín quedó completamente atrapado.

Decidió abrirse camino a base de varias Explosiones de Oscuridad, pues usar un Pilar le pareció exagerado. En cuando llegó al otro lado, se encontró con ocho ojos que la miraban fijamente.

–Oh, eres una mujer... Espera... ¿¡Has visto lo que has hecho!? ¡Me has destrozado la puerta! ¿¡Sabes lo que cuesta hacerla!? ¿¡No podías haber llamado!?– se enojó la aracne.

Gjaki parpadeó varias veces, totalmente desconcertada. En el juego, las aracnes eran seres malvados y terribles si los encontrabas en cuevas. Otras veces, ciudadanos normales. Era una de las extrañas contradicciones del juego, y aquella aracne no parecía pertenecer a ninguno de los grupos.

–¿Eso era una puerta?– preguntó, confusa.

–¡Pues claro! ¿¡Qué va a ser si no!? ¿¡Una mesa!?– ironizó, aún enfadada.

–Vale, vale, lo siento. Siento haber molestado. Será mejor que me vaya– se dio Gjaki media vuelta.

–¡Espera! Lo... Lo siento... Me costó mucho hacer una puerta así de elegante y me he dejado llevar. No te vayas, por favor. Quédate a tomar algo. Casi no vienen visitas. ¡Tengo té! ¡Y vino!– le suplicó la aracne, cambiando totalmente de actitud.

La vampiresa dudó por un momento, temiendo que pudiera ser una trampa. Aunque pronto se lo pensó mejor. Si lo era, su poder era tremendamente superior al de la aracne. Se dio media vuelta y se acercó, aunque mirándola con suspicacia.

–¿Por qué estás aquí? ¿Cómo te llamas? Yo soy Gjaki.

–¡Soy Espid! ¡Estoy esperando a mi futuro marido!– respondió ella con entusiasmo.

–¿Tu prometido?– preguntó Gjaki, un tanto desconcertada.

–No, no. Ya sabes, como en las historias. Un héroe atraviesa las telarañas y se enamora de la aracne.

–¿Qué clase de historias son esas?– se preguntó la vampiresa, pero no lo dijo en voz alta.

Se quedó mirando a Spid, sin saber muy bien qué pensar de ella. Mientras, ésta preparaba un té, que resultó ser mucho mejor de lo que cabía esperar en una cueva perdida en la montaña.

–Sabes, las otras me decían que era una tontería. Que lo que debería hacer es tomar forma humana y seducir a alguien guapo y fuerte para tener sus hijos. Pero yo no quiero eso, criarlos yo sola. Sabes, descubriría la verdad cuando nacieran con ocho piernas. Se daría cuenta de qué soy en realidad. Así que quiero a alguien que me acepte como aracne de entrada. Que se quede conmigo. Que sea mi marido. Que llegue hasta mí y se enamore– aseguró ésta.

Gjaki se la quedó mirando anonadada. Sin duda, aquella aracne era ilusa e inocente. En cierta forma, adorable.

–Espero que tengas suerte– le deseó de corazón, aunque dudaba de que fuera así.

–¡Gracias!– exclamó ella, mientras tejía con su propia tela. Aunque no por ello dejando de hablar.

–¿Qué haces?

–Quiero hacerme ropa bonita para cuando venga. Aunque no se me da muy bien– se lamentó.

–¿Y no puedes comprarla?– se extrañó la vampiresa.

El té era de buena calidad, y no era lo único. No parecía que tuviera problemas económicos.

–Es difícil. Para recibir a mi amado, tiene que ser con ropa de mi seda. Pero, ¿cómo encuentras a alguien dispuesto a hacerla?– respondió con tristeza.

Gjaki la miró, sin saber si era una tradición, o simplemente sacado de sus historias. Sin embargo, tampoco importaba mucho. Sonrió.

–Quizás pueda ayudarte– aseguró, sacando su plataforma de sastrería portátil.

Espid abrió muchos los ojos. Luego estuvo unos quince minutos agradeciéndole, llorando, y generando tela de araña.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora