Reservas

206 45 3
                                    

No podía recargar el núcleo y apenas le quedaban reservas. Resultaba una situación que parecía imposible de revertir. Daba la sensación que era imposible salvar la mansión. Aunque ella ni mucho menos entró en pánico. Sólo se encogió de hombros.

–Supongo que tendré que cambiarla– se dijo.

Es cierto que había tardado meses en cargar una gema, pero había jugado al juego durante bastante más. Había tenido tiempo suficiente para cargar varias de ellas, y no eran muy caras cuando estaban vacías. En especial, si te esperabas a una oferta tres por dos para comprarlas.

Pulsó un enorme botón rojo. Sin duda, era un buen lugar para ponerlo, o al menos un lugar. En su día, había acabado comprando más de los que necesitaba, así que los había ido poniendo donde le parecía, incluido un váter. En su defensa, había que decir que había sido idea de Goldmi.

Las reservas restantes de la gema fluyeron por los conductos por los que circulaba el maná, aportando un extra especialmente bienvenido para el escudo. Tras ello, la gema se posó suavemente sobre la plataforma en la que se encontraba.

Gjaki la cogió y la guardó en el inventario. Inmediatamente, sacó otra, la puso en el mismo lugar y pulsó de nuevo el enorme botón rojo.

Al cabo de un par de segundos, la nueva gema estaba flotando como lo había estado la anterior. Pero mucho más brillante, llena de poder.

–¿Oh? ¿He ganado experiencia?– se dijo, sorprendida.

Gjaki volvió entonces a la sala de control, comprobando que todo estaba bien. Las reservas estaban al 100.5%, mientras que el escudo se encontraba a un 140%, aunque bajaba rápidamente. Hasta que llegara a menos del 100%, el sistema no volvería a suministrarle maná.

Aprovechando que había recuperado su capacidad operativa, decidió encender varios de los monitores. Con ellos, podía ver el exterior de la mansión, así como parte del interior.

Comprobó primero el perímetro, viendo que nada ni nadie había atravesado el escudo en aquel breve lapso. De hecho, parecían un tanto parados, confusos. Incluso había unos pocos cadáveres. Habían atacado el escudo con demasiado ímpetu, confiados en semanas de práctica. Por desgracia para algunos de ellos, lo habían hecho justo cuando había aumentado de poder, y la reacción del escudo había sido demasiado fuerte.

Fue cuando volvió la mirada al sistema de vigilancia interior que sus ojos se llenaron de lágrimas. Allí estaban todos y cada uno de los habitantes de la mansión. Parecían alterados y nerviosos, pero allí estaban. Eran reales. Se preguntó una vez más si la reconocerían.

Su mirada se fijó en dos de ellos. Uno era el único que no era un vampiro, además de alguna pareja de los habitantes originales. Lo había salvado en una misión única, y él había decidido servirla para pagar su deuda. Por propia voluntad, se había convertido en lo que llamaban esclavo de sangre, o vaca, aquellos que se dejan morder por los vampiros como alimento. Curiosamente, estaba orgulloso de ello, o así lo parecía en el juego.

–¿Será así o me odiará?– pensó.

La otra era Diknsa. De todos los que había salvado, se había convertido en la más cercana a ella. A pesar de ser un personaje de un juego, había sido una figura maternal.

–Mamá...– murmuró, como la había llamado alguna vez delante de la pantalla del ordenador.

Fue entonces cuando entró en pánico. Diknsa se dirigía corriendo hacia el subterráneo. Hacia donde estaba la gema. Muy cerca de donde ella estaba. Se quedó paralizada. No sabía qué hacer.



–Ja, ja, eres un miedica. Al golpear, sólo rebota un poco. No es suficiente para hacernos daño, dale con más fuerza. Mira, deja que te lo demuestre un experto– se burló un vampiro menor de otro.

Había sido un demihumano medio león, mientras que el otro tenía una apariencia reptiliana, con piel verde y escamas.

Miró a su compañero con cierta hostilidad. Le molestaba que fuera tan presuntuoso. Se decía a sí mismo que lo que le molestaba era que se burlara de todos. En realidad, tan sólo le molestaba que se burlara de él.

Por un instante, deseó que el escudo lo fulminara. Para su sorpresa, fue exactamente lo que sucedió. El ataque no sólo rebotó, sino que le fue añadido parte del extra de maná que había sido imbuido en los circuitos mágicos.

No fue un hecho aislado, sino que sucedió en todo el perímetro, aunque el resultado más habitual no fueron muertes. Sí que hubo, no obstante, muchos heridos.

Aquello provocó un gran caos. Todos dejaron de atacar, lo que obligó a los responsables del operativo a salir de sus tiendas.

Ya estaban ocupados con la reorganización y refuerzo de un sector en el que habían desaparecido varios de sus aliados. Lo más extraño era que no había ni rastro de ellos o sus cadáveres, como si los hubiera engullido la tierra. Por ello, se habían visto obligado a enviar efectivos de alto nivel, por si acaso.

Ahora, tuvieron que calmar a las fuerzas no vampíricas, pues los vampiros menores eran poco más que esclavos, por mucho que estos no siempre lo supieran. Aunque quisieran, no podían desafiar las órdenes de sus superiores.

–Tranquilos. Esto es signo de que el escudo está a punto de caer. Ha sido una última reacción. Ya le debe faltar poco– aseguró en voz alta una vampiresa élfica llamada Cluasde.

–¿Estás segura?– le susurró otro de los altos vampiros, un reptiliano llamado Fangorm.

–No, aunque podría ser. Lo importante es que se lo crean. Por ahora, que ataquen con más precaución, como al principio. Se habían confiado demasiado. Aunque tampoco yo esperaba esto– reconoció ella, también en voz baja.

Después de varias semanas de asedio, sin prácticamente ningún contratiempo, aquello les había venido por sorpresa. El hecho de que el segundo mayor incidente hubiera sido aquel mismo día, un incidente aún no resuelto, los había puesto de muy mal humor.

Claro que, ni por un momento, se les ocurrió relacionar el incidente ocurrido en el exterior con el sucedido contra las defensas de la mansión. Y, mucho menos, llegar siquiera a imaginar que la señora de la mansión había vuelto a sus dominios.

Por mucho que el nivel de ésta fuera insuficiente, de haber sabido que estaba allí, era más que probable que hubieran huido. La reputación de la dueña de la mansión era temible.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora