Estrecha relación

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Gjaki respiró hondo. Había perdido el control y había actuado impulsivamente, encerrando a los que se suponía que eran sus aliados. Debía asegurarse de no volver a hacerlo, así que intentó controlar su respiración para evitar que volviera a pasar. Era algo que había leído en el pasado en una web, aunque no tenía la seguridad de que funcionara, de que realmente pudiera controlar sus emociones.

Abrió la puerta, esperando que las cosas no hubieran ido a peor y se hubieran peleado. O incluso herido. No quería ni pensar que alguno hubiera muerto. Sin embargo, lo que se encontró no era ni mucho menos lo que se imaginaba.

Conde y condesa estaban sobre la cama, desnudos, abrazándose, besándose. Al oír la puerta, se giraron, encontrándose con la vampiresa. Por unos instantes, se quedaron los tres mirándose, sin reaccionar.

–¡Tenéis una hora más!– exclamó Gjaki, cerrando la puerta de golpe.

Podía notar como el calor subía a sus mejillas. Si bien podía haber visto fotos o vídeos por internet, nada de eso la había preparado para esa situación. Además, su experiencia personal era prácticamente inexistente.

Los dos vampiros se quedaron un momento mirando la puerta, y luego se miraron. Ligeramente ruborizados, no pudieron aguantar la risa acerca de aquella absurda situación.

En el pasado, habían estado prometidos, profundamente enamorados. Pero los acontecimientos habían jugado en su contra, y los malentendidos se había ido acumulando. No había ayudado que la madre de ella y el hermano de él hubieran conspirado en su contra.

Durante la primera media hora, se habían estado gritando, acusándose, echándose en cara lo que se suponía que habían hecho, y lo que no. Después, se habían tranquilizado un poco y había empezado a hablar más civilizadamente. Habían empezado a descubrir que muchas de las acusaciones eran falsas o manipuladas.

No sabían muy bien como había sucedido, pero en cierto momento, se habían quedado mirando, se habían acercado y se habían besado. No mucho después, sus ropas habían empezado a caer.

–Tenemos una hora– dijo ella, seductora.

–Habrá que aprovecharla– se acercó él.

Sus labios volvieron a solaparse, sus manos a encontrar la piel desnuda del otro, sus corazones ansiosos por recuperar el tiempo perdido.



Gjaki había estado entreteniéndose con la plataforma de sastrería, haciendo y modificando algunos de los trajes prometidos a Coinín. Cuando llegó a un camisón transparente, no puedo sino ruborizarse de nuevo, incapaz por completo de olvidar la escena previa.

La idea de espiarlos a escondidas había pasado por su mente, pero la había logrado desechar con algo de esfuerzo. Sin embargo, no podía volver el tiempo atrás, olvidar lo que había visto, o dejar de imaginarse qué estaban haciendo ahora.

Su mente pasó de imaginarlos a ellos a ser ella la protagonista. A estar junto a un demihumano gatuno de pelaje negro.

–¡Deja de pensar estupideces!– se regañó, intentando calmarse, y dejando para otro día los modelos más atrevidos.

Finalmente, consiguió olvidarse un poco de ello cuando empezó a revisar algunos mapas. Gracias a ellos, podía despejar ciertas zonas de su mapa virtual, o añadirlas, y planear qué hacer con los sus siguientes objetivos.

Sabía que hasta entonces había tenido suerte, y que no lo tendría tan fácil a partir de ahora. Seguramente, estarían sobre aviso, y quizás la propia Krovledi hiciera su aparición. Con su poder actual, no podía enfrentarse a ella. Así que su objetivo principal era hacerse más fuerte y hacer un reconocimiento. Una vez viera la situación con sus propios ojos, quizás podría elaborar un plan.



Cuando finalmente salieron de la habitación, ni ella los miró a los ojos ni ellos lo hicieron. La situación era un tanto incómoda, y era evidente que ninguno de ellos quería hablar de lo que había sucedido.

–Entiendo que a partir de ahora podréis colaborar estrechamente– dijo Gjaki.

No era la intención darle un doble sentido a la frase, así que se quedó un tanto en blanco cuando se dio cuenta.

–Ehmm... Sí, claro... Haremos lo mejor para colaborar– respondió la condesa, desviando la mirada.

Durante unos segundos, hubo otro incómodo silencio, que Gjaki logró romper para hablar de aspectos más serios.

–Debéis ir con cuidado. Krovledi puede que intente algo. Quizás sea mejor que ocultéis vuestra... relación por un tiempo. Si salís de las mansiones, que sea a escondidas, o con protección suficiente.

Ambos asintieron. Comprendían lo peligroso de su situación, que había una poderosa enemiga a la que se tenían que enfrentar. Si ella sospechaba que estaban de nuevo juntos, quizás podría usarlo contra ellos.

Estuvieron hablando un rato de cómo colaborar ambos condados, pero Gjaki pronto se aburrió. Prefería dejarles que esos temas los trataran ellos solos, pues ella poco podía aportar. Lo que más le interesaba era toda la información que pudiera obtener de los otros condados, o de Krovledi.

No había mucho. Los tres eran más poderosos que los dos primeros, siendo Fangorm y Cluasde sensiblemente superiores al tercero, llamado Pokmu. Sin embargo, éste era también considerado el más peligroso.

Era un vampiro al que se podría calificar de sombrío. Dejaba las riendas del condado a sus subalternos, concentrándose en sus experimentos, por muy crueles o antinaturales que fueran.

Kilthana mencionó que su madre le tenía miedo. No obstante, era difícil saber a qué se dedicaba, pues su territorio no tenía mucha relación con lo demás, celoso de sus secretos.

Además, las fronteras estaban vigiladas. Incluso los bosques, en los que había numerosos experimentos de alarmas y vigilantes, lo que las hacía impenetrables. Sin embargo, lejos de disuadir a la vampiresa, lo encontró incluso más interesante.

Las misiones de colarse en zonas vigiladas siempre habían sido sus preferidas, además de que tenía los hechizos y habilidades adecuados para ello. Si alguien podía entrar, ese alguien era ella.

Por lo tanto, decidió intentar colarse en el condado de Pokmu, aunque no les contó sus planes a la nueva pareja. La habían advertido varias veces de que no fuera, y no quería discutir con ellos. No sabía muy bien cómo, pero el incidente había acabado provocando que los tres ganaran cierta confianza. Ya no dudaban en decir qué pensaban.

–¿Crees que va a ir al condado de Pokmu?– preguntó Solodkro cuando la vio marchar.

–Me temo que sí. Y también que era imposible disuadirla. Espero que no le pase nada. Le debo mucho– respondió Kilthana.

–Le debemos– la corrigió él.

Ella se giró con una sonrisa, que pronto se transformó en una largo y húmedo beso.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora