Mazmorra, última planta

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–¡No me jodas!– exclamó ella tras llegar a la última planta de la mazmorra.

En el juego, aquello podía suceder ocasionalmente, pero resultaba excepcional. De hecho, sólo ocurría si, por alguna razón, alguno de los jugadores que cruzaba eran diametralmente opuestos al guardián de la planta anterior, y era algo que había olvidado por completo. Pero que había sucedido.

Miró hacia donde había estado el paso entre plantas, pero ahora sólo había roca. No podía volver atrás.

–Maldita sea...

No había nada que pudiera hacer excepto seguir adelante, vencer al último jefe para encontrar la salida, o eso esperaba. Por ahora, necesitaba dormir. No tenía ni idea cuántas horas había pasado luchando contra el jefe sol, pero sí que se le cerraban los ojos.

–Es de día– murmuró al ver el reloj dentro de su tienda-castillo.

Esta vez ni siquiera se cambió de ropa antes de quedarse profundamente dormida, abrazada a uno de los muchos cojines que había sobre la cama, y al que mordió en sus sueños.



–¿Por qué tiene dos agujeros el cojín? ¿Siempre ha sido así?– se preguntó extrañada.

Pero como no había forma de encontrar una respuesta, y tampoco era tan importante, decidió dejarlo allí y tomar un relajante baño caliente. Encontraba su cuerpo pegajoso, pues mucho había sudado a causa del calor de los soles. El sueño le había hecho ignorarlo, pero con sus facultades recuperadas, un baño resultaba demasiado tentador.

Por suerte, la ropa solo necesitaba meterse en el inventario para quedar limpia, sin duda la mejor lavadora que uno se pueda imaginar. Además, todo el material de la tienda-castillo, como sábanas o cojines, estaban como nuevos una vez ésta era guardada e invocada de nuevo.

De hecho, cuando más adelante Gjaki estuvo buscando el cojín con dos agujeros para repararlo y no lo encontró, se preguntó si lo había soñado. Resultaba un misterio, pues aquellos dos agujeros siguieron apareciendo de vez en cuando, un misterio que tardaría en resolverse.



Después de desayunar, se sintió algo deprimida. Se acababa de comer el último de los dulces góblins. Los que le quedaban eran niveles más altos, y no quería desperdiciarlos, así que no tardó en decidir hacerles una visita cuando saliera de allí, "para ver como estaban".

Esta vez, sólo envió un Murciélago a investigar, pues no podía permitirse desperdiciar sangre. Quizás reducía la velocidad de exploración, pero era mejor que quedarse sin algunas habilidades, en especial Autorregenerar.

No tardó en encontrar un ser esférico del tamaño de su cabeza, que flotaba, giraba sobre sí mismo y estaba cubierto de pinchos que apuntaban hacia fuera.

–Un erizo...– murmuró, frunciendo el ceño.

No eran enemigos especialmente difíciles, pero no era fácil vencerles sin un rasguño. Y cada rasguño suponía un descenso en su reserva de sangre, sobre todo porque eran venenosos. Si bien el veneno no era mortal, sí que forzaba a invertir más esfuerzos en curarse, sangre en su caso.

El principal problema residía que no tenían puntos débiles y giraban sobre sí mismos, lo que hacía difícil dañarlos sin recibir ninguna herida mediante el estilo de lucha cuerpo a cuerpo habitual en la vampiresa.

Mandó al Murciélago volver hacia ella, atrayendo tras de sí al erizo. En cuando lo tuvo enfrente uso Roce con el látigo bendecido por Toque Tenebroso, en sentido contrario al que estaba girando. Tras repetirlo una vez más con rapidez, logró casi parar su rotación, por lo que aprovechó para Agarrarlo. Tras lograrlo, movió violentamente el látigo, llevándose consigo a su enemigo y golpeándolo contra la roca.

Inmediatamente, se acercó de un salto y trató de coger una de las puntas. Eran demasiado resbaladizas, por lo que rápidamente se alejó un paso y, sin darle tiempo a defenderse, sacó un martillo y lo machacó con él.

Había logrado vencerlo sin un rasguño, en una estrategia que parecía poder repetir sin muchos problemas, pero no se sentía satisfecha.

Tras inspeccionar el látigo y el martillo, observó que habían recibido daños, en especial el primero. No eran graves, pero lo serían al cabo de cinco o seis más. Por desgracia, no tenía más del mismo nivel, ni medios para repararlos. De estar en nivel 100, no hubiera tenido ese problema, pues tenía varias armas de cada tipo.

Podía usar un látigo de nivel inferior, pero sin duda éste se estropearía antes, además de que no sabía si sería tan efectivo. Necesitaba encontrar otra forma de detenerlo, pues el daño en el arma no había sido al Agarrarlo y golpearlo contra la roca, sino al parar su rotación, y verse el látigo dañado por las púas del erizo.

La opción más fácil hubiera sido usar Mastines de Sangre, de no tener problemas de abastecimiento de sangre, y probablemente Pilar de Oscuridad funcionaría, pero necesitaba demasiado maná.

Decidió probar con Clones Espejo, y confirmó que las criaturas de la mazmorra los ignoraban, lo mismo que Trampa de Espejos. Era lógico, pues las ilusiones afectan a la mente, y esos seres carecen de ella, aunque a Gjaki no le consolaba esa explicación. Sólo sabía que en el juego funcionaba y allí no.

Tentáculos no acababa de ser efectivo. No podían enrollarse y detener al ser que continuamente giraba sobre sí mismo y estaba cubierto de pinchos, mientras que Daga Fugaz era a menudo repelida por el efecto rotatorio.

Usar un escudo resultaba efectivo para detenerlo, y el ser se dañaba al chocar contra él, pero también era dañado el escudo. Y, por desgracia, la idea de usar Bloqueo Manual para detener el ataque y la rotación con los dedos fue un rotundo fracaso.

–¿Otra vez Muro Tenebroso? Es la táctica más aburrida– se resignó.

Pero también era la más efectiva. Así que, contra el siguiente, colocó un Muro Tenebroso, que era incapaz de dañarla a ella. Sólo tenía que esquivar y mantenerse cerca del Muro, evitando cualquier tipo de contacto, para que su enemigo lo traspasara continuamente.

No era algo que hubiera usado en el juego, no en tan poco espacio, pues la cámara y los controles no facilitaban dicha táctica. Sin embargo, en la realidad, resultaba sumamente efectiva, y aquellos erizos eran mucho más lentos que un Destello.

Dado que estos no podían hacer maniobras bruscas en el aire y no necesitaba atacarlos, resultaba simple para ella, aunque algo lento.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora