Rescate

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–Hay tres góblins viniendo hacia aquí. No hagas ruido ni te muevas– ordenó Gjaki.

Tili asintió. La vampiresa podía notar que ésta temblaba, y ver como agarraba la lanza con fuerza. No tardaron en aparecer tres figuras a las que la luz de las lunas iluminaba tenuemente.

–¡Tado!– exclamó la goblin en un murmullo.

–¿El del medio? ¿Quiénes son los otros dos?

Aunque preguntó, suponía la respuesta. El que estaba en el centro era un goblin de aspecto adolescente, como Tili, de nivel 8 y con varios moratones y cortes. Caminaba cojeando y tenía las manos atadas.

Los otros dos eran de nivel 12, estaban armados y llevaban una armadura de cuero sencilla y un tanto destartalada. Por su aspecto, supuso que debían de estar cerca de la treintena, aunque no estaba muy segura de cómo iba la edad en los góblins. En teoría, crecían muy rápido, pero Tili ya había demostrado falso mucho de lo que creía saber acerca de ellos.

–Vamos, ¿por dónde ha escapado la chica? El jefe la quiere, más te vale que la encontremos– empujó uno de ellos al adolescente.

–Supongo que por... allí– señaló Tado.

–Por allí es peligroso... Yo nunca iría... ¡Morirán todos...!– se sobrecogió la goblin.

–Escóndete aquí y no te muevas– le ordenó la vampiresa.

Ella asintió, temerosa, viendo impotente como su salvadora se separaba de ella. Aunque ésta de repente se detuvo y se giró, sonriendo pícaramente.

–Es el chico que te gusta, ¿verdad?

Tili se quedó paralizada. Sus mejillas tomaron un color entre morado y marrón, que indicaba hasta que punto estaba abochornada. Y Gjaki no esperó a que respondiera.

–Tranquila, te lo traeré de una pieza– le aseguró, envolviéndose en las sombras ante el asombro de la goblin.

Ya había visto el hechizo sobre ellas cuando había estado guiando a la vampiresa, pero entonces era una especie de neblina traslúcida. Sin embargo, desde fuera era diferente. Verla desaparecer era una escena tan aterradora como fascinante. Se alegraba de que estuviera de su lado.

Mientras, Tado cayó al suelo y recibió una patada.

–¡Levántate estúpido! No me hagas cortarte a rodajas– amenazó uno de los góblins.

Mientras estaba distraído y miraba al joven goblin con desprecio, su compañero los observaba un metro más allá, con desdén hacia el que era pateado. Su coraza de piel lo protegía de impactos directos en sus puntos más vulnerables, como el corazón, pero sólo de un impacto directo, perpendicular. No el de una daga que buscaba su órgano entrando en un ángulo más inclinado, justo rozando el borde de dicha coraza.

Murió al instante, sin tiempo de reaccionar o de pedir ayuda. Una mano le tapaba la boca, así que sólo emitió un quejido ahogado y cayó al suelo.

–¿Decías algo...? ¡Arrrgghh!– se volvió el otro.

Un látigo se había Agarrado a su cuello. Al ser estirado, se apretó más y lo lanzó hacia el cuerpo sin vida del otro goblin. Cayó sobre una lanza que la vampiresa sostenía, apoyada en el suelo, y que le atravesó el estómago. El mordisco en el cuello apenas fue necesario.

–Está sucio y está amarga. Puaj– escupió ella, no la sangre, sino la suciedad. Inmediatamente, sacó agua para enjuagarse la boca.

Tado observaba desde el suelo, atónito. Alzó la mirada para encontrarse unos ojos rojos y pelo plateado, atado en dos colas que caían hacia atrás, y unos colmillos donde aún quedaba rastro de la sangre ligeramente verdosa que había succionado.

Quedó paralizado por el terror y el asombro, ante una escena que resultaba tan misteriosa como espantosa. Cuando se dio cuenta de que los ojos lo miraban, apenas logró dar un paso atrás.

Creía que lo atacaría en aquel momento, que sorbería su sangre como contaban los viejos cuentos para asustar a los niños góblins, como acababa de hacer. Pero no fue la terrible vampiresa quien se tiró encima de él.

–¡Tado!

–¿Tili?– preguntó confuso, en el suelo, atrapado por unos brazos verdosos –¿Cómo?

De repente reaccionó, cogiendo a la goblin y colocándose frente a ella. Temblaba, estaba desarmado y dolorido, pero aun así consiguió medio levantarse.

–No permitiré que le hagas nada... ¡Au!

–¡No seas tonto! ¡Está con nosotros! ¿¡No ves que te ha salvado!?– le regañó la goblin, después de darle un manotazo en la cabeza

–¿Pero...?

–¡No hay peros! ¿Puedes caminar?

Gjaki miraba la escena divertida, aunque con dos Murciélagos vigilando, y ella atenta a cualquier movimiento. A pesar de que la joven goblin había regañado a Tado, podía ver que estaba sonrojada. La acción de querer protegerla la había conmovido. Por desgracia, no podían perder el tiempo.

–¿Cuál es la situación en la aldea?– interrumpió la vampiresa.

–Esto...– dijo el goblin indeciso.

–¡Vamos! ¡Contesta! ¡Tenemos que salvarlos!– le apremió Tili.

Él la miró. Luego miró a la vampiresa. Volvió a mirar a Tili. Recibió otro manotazo.

–Au... Bueno... Los más fuertes están heridos o muertos. El resto prisioneros. Querían... repartirse a los jóvenes, pero el jefe quería a... Tili. Cuando escapó, empezaron a discutir, no se ponían de acuerdo, así que decidieron esperar para buscarla– explicó, temeroso.

Gjaki asintió. No podía salvar a los que ya estaban muertos, pero sí a los demás. Sentirse como una heroína era extrañamente reconfortante, pero no sabía si tendría éxito, si podría hacerlo. La presión y el miedo a fallar estaban allí, pero ella era una jugadora top que había defendido su reputación durante años, incluso cuando no llegaba a la quincena. Estaba acostumbrada a enfrentarse a ese tipo de presión.

También sabía que no podía perder tiempo, ya que cada instante era un peligro para los aldeanos. Al fin y al cabo, no era su primera misión con tiempo limitado. Aunque quedaba bastante para que se hiciera de día, no podían entretenerse.

–¿Sabes usar algún arma?– le preguntó al goblin.

–Maza. Aunque no es tan bueno como yo. Aún le falta para aprender Aplastar– contestó Tili por él.

–¡Eso no es verdad!

–¡Sabes que sí!

–Guardad silencio y estaros quietos.

Tado se quedó boquiabierto cuando la vampiresa desapareció entre las sombras. Tili, que ya lo había visto, seguía asombrada por ello.

De repente, un oso nivel 10 se abalanzó sobre ellos. La goblin alzó la lanza hacia él, temblando, mientras que el dolorido goblin, desarmado, no podía sino esconderse detrás de ella. Quizás pudiera haber cogido un arma de los góblins caídos, pero estos habían desaparecido.

La carrera del oso se detuvo de repente, cuando unos tétricos Tentáculos surgieron del suelo, atrapándolo. Un instante después, apareció de nuevo la vampiresa, clavándole la daga en la yugular con Puñalada Trasera. Mientras, las uñas de la otra mano se clavaba bajo la oreja, y su pierna golpeaba el abdomen, usando Daga Sorpresa para clavarle la otra daga.

–Esta vez sí he acertado– se vanaglorió Gjaki.

El oso se derrumbó ante la mirada incrédula de ambos góblins, que pasó a atónita cuando vieron a la pequeña hada hacer su trabajo.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora