Zona de leveo (II)

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Al día siguiente, volvió a levear con hormigas. Había pocas de su nivel, ya que la mayoría estaban por debajo. Sabía que había más poderosas, pero para ello tenía que entrar en los túneles, lo cual podía resultar demasiado peligroso.

Necesitó acabar con más de mil de ellas para alcanzar el nivel 72, tras lo cual decidió dejarlo. La experiencia que le daban con dos niveles menos era baja, y ya había alcanzado su objetivo.

En 70, había recuperado Sombras de Sangre, con el que se pueden invocar unos tétricos familiares similares a arañas sin cabeza. Estos pueden entrar en objetivos de, como mucho, la mitad del propio nivel, y controlarlos mientras se mantengan invocados.

El siguiente era Pisadas, muy útil si se está siendo perseguido. Permite dejar pisadas de maná corrosivo, altamente molestas.

Autodestrucción es una trampa de maná corrosivo, que se activa ante una presencia cercana. No es muy poderosa, pero tiene la ventaja de poder durar durante años, quizás siglos. Su principal uso es evitar que algo caiga en manos de un enemigo o quede expuesto, como puede ser un Portal de Salida. Es mejor que sea destruido a arriesgarse a que sea localizado, y puedan tender una trampa.

En cuanto a habilidades, la primera desbloqueada era Cotilla. Mordiendo al objetivo se pueden percibir sus sensaciones.

Visión Infrarroja puede decirse que es una Visión Nocturna mejorada, aunque también puede usarse de día. Permite ver el calor, incluso detrás de objetos, siempre y cuando no sean aislantes.

Y en 72, había desbloqueado Sangre Pegajosa, con la que se puede usar la sangre como pegamento. En el juego, la solía combinar con el látigo o los hilos.



El condado de su enemiga, Krintla, no era tan pobre como el anterior, aunque tampoco podía decirse que fuera boyante. El hecho de que las mujeres jóvenes pudieran caminar sin miedo por las calles, resultaba incluso refrescante.

Sin embargo, poco a poco empezó a darse cuenta de que algo no estaba bien. Lo que no se veían eran hombres jóvenes, al menos no bien vestidos ni atractivos.

Cuando descubrió que no había mucha vigilancia en aquella pequeña ciudad, decidió disfrazarse e investigar. Aunque no muchas, había algunas aventureras, así que Kila, la aventurera gatuna, volvió a hacer su aparición.

La tabernera leonina la miró un tanto sorprendida cuando pidió un vaso de leche, pero simplemente se lo dio. Aunque en el juego lo había encontrado totalmente lógico, en el mundo real resultaba extraño, por muy gatuna que fuera.

–Quizás debería pedir otra cosa la próxima vez– se dijo.

–¿Te vas a quedar por aquí? Si es así, te recomiendo la posada de enfrente, la de las ventanas rojas. Es barata y limpia– le sugirió la tabernera el local de su hermana.

–Oh, gracias, quizás la próxima vez. Estoy de paso. Oye, ¿por qué todos los hombres son viejos? No veo ningún chico guapo– preguntó como decepcionada, fingiendo inocencia.

–¡Shhh! ¡No hables de ello en voz alta! ¡Podrían oírte!– la censuró en voz baja la tabernera.

–Oh, lo siento. ¿Se enfadan si los llamo viejos?– siguió Kila también en voz baja, sorprendida.

La taberna la miró un tanto atónita por la inusual interpretación que había hecho. Casi le dio ganas de reír, pero el asunto era demasiado serio.

–Los hombres jóvenes, si son del gusto de la condesa, son "invitados" a la mansión. Es un tema un poco delicado para hablarlo en voz alta, algunos han perdido hijos o hermanos– le susurró.

–Oh...– fue todo lo que la aventura gatuna dijo, abriendo mucho los ojos.

No estuvo mucho rato más allí. Había obtenido la información que necesitaba.

–¿Son todos unos pervertidos?– se preguntó la vampiresa, mientras se cambiaba el disfraz.

Era uno que no había usado muy a menudo. La primera vez había sido para gastar una broma a Goldmi y Eldi. La segunda, en una misión en una tribu misógina.



Gjako, el demihumano gatuno oficialmente hermano de Kila, se acercó a una de las vampiresas menores que hacía guardia.

–Hola, perdona, me he perdido. ¿Sabéis donde está el Gremio de Aventureros?– le preguntó.

Ellas lo miraron incrédulas, y luego se miraron entre ellas. Era evidente que habían tenido la misma idea, podían ver en los otros ojos la misma codicia. La condesa era generosa si le traían a alguien de su agrado, y aquel aventurero tenía el tipo de rostro adorable que ella apreciaba. Además, era joven y extranjero.

–Oh, lo siento, está cerrado temporalmente. Pero, si quieres, podemos llevarte al de otra ciudad. Tenemos que ir dentro de nada, no nos importa llevarte.

–¿¡De verdad!? ¡Muchas gracias!– agradeció éste, sin que pareciera que sospechara nada.

En realidad, se preguntaba si siempre podría usar el mismo truco para entrar. Lo hacía muy fácil. Incluso no entendía por qué otros enemigos de los vampiros no lo hacían también. Claro que no era nada fácil encontrar a un asesino que haya aprendido y perfeccionado habilidades para disfrazarse y disimular el nivel, además de tener el poder suficiente para acabar con una vampiresa nivel 71.

De hecho, de encontrarse, el precio era prohibitivo. Era más mucho más sencillo contratar mercenarios y atacar de frente. Si quisiera, Gjaki podría ganarse la vida como asesina, algo que había hecho ocasionalmente en el juego.



Volvió a entrar por la puerta principal, como en la ocasión anterior. Sus captoras lo miraban con disimulado desdén, algo incrédulas de que pudiera ser tan estúpido. Aún seguía creyendo que lo llevaban al Gremio.

–¡Qué edificio tan grande! ¿Es todo del Gremio?– preguntó ingenuamente.

–Sí. Bueno, no. La parte del Gremio está por aquí, ven con nosotros.

–¿Puedo ir un momento al baño?

Mientras los seguía después de una pequeña parada, señalaba estatuas o cuadros, preguntando por ellos o maravillándose. A las vampiresas les resultaba increíble tanta inocencia, pero estaban más que complacidas. Sabían que a su madre le encantaban que fueran así, era uno de sus fetiches.

No tardaron en llegar frente al despacho de ésta, que, a diferencia de la ocasión anterior, se abrió casi de inmediato.

En su interior, sentada tras una enorme y lujosa mesa, estaba una de las vampiresas que había visto en el ataque a la mansión. A sus lados había dos jóvenes sin mucha ropa, forzando una sonrisa, aunque sus ojos decían lo contrario.

–¿Esto es el Gremio?– preguntó inocentemente Gjako.

La condesa miró extrañada a las vampiresas menores. Una de estas se acercó y le susurró algo al oído, lo que la hizo sonreír mientras miraba de arriba a abajo al ingenuo aventurero.

Ellas se marcharon enseguida, dejando al demihumano sin saber qué hacer.

–Ven, acércate. Déjame que te enseñe que clase de Gremio somos– le indicó melosa la condesa, humedeciéndose los labios.

Regreso a Jorgaldur Tomo III: guerrera de sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora